El gusto y la crítica

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Si el (buen) gusto es la facultad capaz de percibir la belleza, entonces la crítica sería la orientación del gusto según un canon. Claro que entonces viviríamos en un mundo ideal. Las cosas son mucho más complicadas y los interrogantes se multiplican: ¿Qué es el gusto estético? ¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? ¿A qué responden nuestros gustos? ¿Son naturales nuestros gustos o responden a estereotipos de clase? ¿Qué pasa con los gustos inconfesables? ¿Qué función  debe cumplir la crítica?

El libro Música de mierda (Blackie Books, 2016) de Carl Wilson es un buen arranque para adentrarse en este proceloso mundo del gusto estético, pero no es suficiente. Cualquier lector exigente debe pedir más. De hecho, lo mejor del libro está en el epílogo de Manolo Martínez, antiguo componente del grupo Astrud y actual investigador del departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Pero empecemos por el principio. Carl Wilson, con un estilo muy anglo entre desenfadado e informado, pretende dar cuenta del misterio del (mal) gusto a partir del éxito de algo verdaderamente insoportable: la figura de Céline Dion. Su tema My heart will go on, incluido en la banda sonora de Titanic, conquistó, al igual que la película, los corazones y los bolsillos de millones de consumidores que se rindieron a este empalago prefabricado por la industria cultural. Pero es imposible emitir este juicio y no sentir una satisfactoria y autocomplaciente superioridad intelectual y estética sobre la cultura de masas. La justificación, o no, de todo lo anterior es el propósito del ensayo Música de mierda.

Star Celine wikicommons
Céline Dion, leit motiv del libro de C. Wilson | Wiki Commons.

Si prescindimos de todas las historias sobre Céline Dion que pueblan el libro, el meollo se halla en los capítulos centrales donde se explican, de forma breve y accesible, diferentes teorías sobre el gusto. Por sus páginas desfilan de puntillas las teorías naturalistas del gusto estético en sus dos versiones: la neurocientífica y la evolucionista. Pero también aparecen popes de la filosofía y de la crítica como Hume, Kant o Greenberg. No obstante, es el capítulo dedicado a Pierre Bourdieu donde pone más énfasis C. Wilson. Pero, ¿qué dice P. Bourdieu? P. Bourdieu, l’enfant terrible de la sociología, algo muy francés por otra parte, desvela nuestras vanas ilusiones acerca de la pureza de las relaciones sociales y los gustos estéticos. Las relaciones sociales y los gustos están atravesados, como un nervio, por los intereses y prejuicios de clase. Para entender correctamente a Bourdieu quizás sea conveniente compararlo con Kant. Kant afirma que los juicios estéticos poseen, al menos, dos características: el desinterés y la universalidad. El desinterés supone la satisfacción o goce del objeto independientemente del deseo del sujeto; mientras que la universalidad de la experiencia estética no reside en que a todos nos guste lo mismo, sino, más bien, en que todos sean capaces de gozar estéticamente de un modo similar (en otras palabras, en condiciones ideales nos podríamos poner todos de acuerdo acerca de nuestras preferencias estéticas). Pues bien, Bourdieu en su obra La distinción. Criterio y bases sociales del gusto demuestra que no existe el gusto ni desinteresado ni universal; es un arma de distinción social y para ello es imprescindible que a todos no nos guste lo mismo, sino que nuestras preferencias estén ordenadas según las categorías sociales. El fatalismo del sociólogo francés es evidente: el gusto estético es una construcción social contaminada por los prejuicios de clase. Todas estas reflexiones andan muy cerca de una fértil vinculación que se podría establecer entre la lucha de clases (class struggles) de la que hablaba Marx con las guerras culturales (culture wars) de Thomas Frank.

Sin embargo, las tesis de P. Bourdieu tampoco satisfacen completamente a Carl Wilson, así que abandona estas especulaciones y vuelve a adentrarse en el mundo de Céline Dion para hallar algún motivo que lo haga salir de su incredulidad: la música de esta cantante gusta… y gusta mucho, pero no hay nada en ella que lo justifique, así que decide rebuscar en su público. Para este autor, el público de C. Dion está compuesto por una multiplicidad de sujetos que tampoco permite encontrar el oscuro secreto de su éxito. Entonces… No way out. En efecto, no hay salida. No hay manera de explicar el (mal) gusto.

En un ejercicio de honestidad intelectual, C. Wilson reconoce que no da con la tecla que permita explicar el mecanismo de los gustos estéticos, y no será por no haberlo intentado. Se rinde y se resigna, como se puede comprobar en el último capítulo. Aun así, es capaz de advertir un motivo de alborozo en todo ello. Siguiendo las razones que esgrime R. Sennett en su obra El declive del hombre público, celebra la disparidad polimorfa de los deseos estéticos en aras de la consolidación de la democracia. Hay muchos motivos para que nos guste algo y todos legítimos. Sin ser prolijo, considero que C. Wilson confunde democracia con mercado, donde lo importante es la producción de consumidores deseantes.

Distinction,_French_edition

Empero, ¿por qué el autor de Música de mierda no es capaz de explicar el gusto: el bueno y el malo? Hagamos un ejercicio similar al suyo. La causa no se halla sólo en la complejidad del objeto de estudio, sino también en el autor del mismo, en su confesada incapacidad de abordar algo tan complicado. Por ejemplo, se deja algunas referencias imprescindibles para conocer los entresijos de la estética como el psicoanálisis o la teoría de la hegemonía cultural de Antonio Gramsci. Así, la referencia al psicoanálisis hubiese permitido penetrar en las relaciones que se establecen entre el inconsciente, el superyó y nuestras elecciones. Mientras, la teoría de Gramsci hubiese facilitado la comprensión de cómo se producen los consensos culturales en las masas.

Para concluir, me gustaría volver a referirme al epílogo de Manolo Martínez. Lo más lúcido, sin duda, del libro. Manolo Martínez aporta más razones, distintas a las expresadas aquí, para criticar las (no) soluciones de Carl Wilson. M. Martínez le reprocha que caiga de forma acrítica en el embrujo de los grandes números (“explicaciones desde arriba”), en el abuso de las estadísticas sociológicas al estilo Bourdieu, para dejar de lado la intencionalidad del sujeto agente (“explicaciones desde abajo”). Con sus propias palabras:

“(…) del hecho de que nuestro comportamiento esté severamente constreñido por el contexto social (…), no se sigue que no sepamos por qué actuamos. (…) La conclusión de extraer esa conclusión deprimente proviene de una teoría incorrecta acerca de la naturaleza de la mente. (…) Para entendernos, podemos llamar a las explicaciones como la primera “explicaciones desde abajo” (porque es un agente individual el que pone la cosa en marcha) y a las que son como la segunda “explicaciones desde arriba” (porque es la sociedad en su conjunto la que lo hace). El punto de vista que por momentos se ventila en Música de mierda escogería la explicación desde arriba a expensas de la explicación desde abajo. (…) Pero las dos explicaciones no son incompatibles.”

En definitiva, seguiremos sin comprender el misterio del gusto tras leer este libro, pero creo que posee, al menos, la virtud de picarnos la curiosidad para profundizar acerca de este asunto.

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