-¿Y leíste algo de Vilariño? Extraordinaria, la esposa de Onetti.
-Pues no, qué va, es la primera vez que escucho su nombre, y mucho más de la centésima que oigo el de Onetti.
Un amigo argentino, días antes de que empezara el invierno más largo de mi vida, me prestó un volumen con la poesía completa de Idea Vilariño. En este gesto me estaba descubriendo una voz poética inmensa, poderosa y personalísima que me atraparía durante días, semanas, meses, como una canción extraña y pegadiza. Fui a la biblioteca del Instituto Cervantes de Budapest, tenían casi una estantería completa de Juan Carlos, ni rastro de Idea.
Idea Vilariño –nacida en 1920 con el nombre de Elena en Montevideo–, formó parte de la llamada generación del 45, junto a reconocidos escritores uruguayos como Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti y la recién premiada Ida Vitale (a sus 94 años, Vitale recibió el premio Cervantes el pasado noviembre, siendo la quinta mujer en recibir dicho galardón). Leandro y Josefina, padres de la poeta, tuvieron otros cinco hijos a los que llamaron, respectivamente: Azul, Alma, Poema y Numen, respondiendo a la ideología anarquista del padre, Leandro Vilariño, poeta de publicación póstuma. Idea fue una avalada traductora de Shakespeare, estudiosa de ritmos poéticos, investigadora y recopiladora de letras de tangos y militante civil dispuesta a luchar por la causa justa. Trabajó en la enseñanza secundaria como profesora de Literatura, desde 1925 hasta el golpe de estado de 1973. En 1985 obtuvo la Cátedra de Literatura Uruguaya en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. Fue una de las figuras más destacadas de la poesía uruguaya con creaciones líricas reunidas en La suplicante, Poemas de amor, Nocturnos, Poesía, entre otras. Murió en 2009 en su Montevideo natal.
Vamos a dejar que los versos de esta poeta intimista y cristalina nos cuenten el resto, empezando por un principio que podría ser cualquier otro, con el respeto y admiración que merece la desnudez poética de una mujer que sufrió más de lo que pudo amar. Louis Gregorich, prologuista de la edición de Cal y Canto, advierte de la poesía completa de la autora debería de ser comprendida dentro de la gran tradición de la poesía femenina que empieza con Safo y en el dramatismo «hondo e ingenuo»de la canción popular. Los editores, a su vez, nos atajan camino: la poesía de Vilariño no se define por etapas y evoluciones sino «por una precoz rotundidad en el decir». El volumen publicado por Cal y Canto reúne por vez primera la totalidad de su poesía, pues le suma a la obra completa de Vilariño hasta el momento cuarenta poemas no recogidos nunca antes.
Comenzamos leyendoPoemas Anteriores (1939-44), breves composiciones sin titulo para introducirnos en el universo poético-referencial de Vilariño, que gravita en torno a la ausencia, la espera y el amor: «Ya en desnudez total/ extraña ausencia/ de procesos y fórmulas y métodos/ flor a flor,/ ser a ser,/ aún conciencia/ y un caer en silencio y sin objeto». La postura más esperanzadora que existe en estos poemas de juventud es el estado de espera: «Esperando, esperando./ Temblores de paloma/ y tensiones magníficas.»Una espera repleta de días monótonos y pesadumbres: «La tarde es una inmensa gota gris/ de un licor imposible que sobrepasó el ámbar./ Hundida en la penumbra yo quisiera decir/ la tarde es una inmensa flor azul. Pero/ la tarde es una inmensa gota gris.»Una espera que se acerca a la desesperación y se traduce en un profundo desdén hacia la vida: «Haberse muerto tanto y que la boca/ quiera vivir un poco todavía/ y que el cuerpo, los brazos y la boca/ y que las noches cálidas, los días/ ciegos, y el frío sin sexo de la aurora…/ Haberse muerto tanto y de tal modo/ y sostener un nombre todavía».Espera que contradice y al tiempo reafirma en un poema de 1952, perteneciente a Nocturnos: «Si no quiero/ si no estoy esperando/ si es mentira/ si lo hago por vivir/ por ir pasando/ si estoy aquí sin sueños/ sin esperanzas y sin nada que me sirva».
El sentimiento amoroso empapa muchos de los versos de estos años, como en este poema de 1942 que Idea dedica al ensayista coetáneo Manuel Claps: «Lo que siento por ti es tan difícil./ No es de rosas abriéndose en el aire, es de rosas abriéndose en el agua (…) Lo que siento por ti, y que sin embargo anda tanto que a veces no te llega». Sin embargo, este amor no encuentra anclaje, no hay nadie al otro lado de la espera y esperanza, y la entrega del yo poético es en vano: «Todo el cuerpo hacia qué/ como un ramo de lilas,/ como una rosa roja,/ como un jazmín sediento. (…) Hacia qué o hacia quién/ estas noches de barco/ sin destino, de barco/sin destino y sin puerto», (1942).
En otros poemas de este periodo temprano nos acercamos a una deconstrucción romántica de elementos que suelen estar asociados a sensaciones y emociones pasionales: «Los astros solo son barro que brilla,/ el mar no es más que un pozo de agua amarga,/ la noche no es azul, es amarilla,/ la noche no es profunda, es fría y larga». Y retoma este campo léxico-referencial en otro poema: «Son tan duros los astros, las cosas son tan blandas,/ y las piedras, las bestias, los árboles son mudos».
La poeta llega a plantearse en esta etapa tempranísima que quizá no debería vivir –haber vivido, porque ubica ya su experiencia en el pasado– como un ser introvertido y sufrido: «Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,/ sino amarse y amar, perdida, ingenuamente./ Tal vez pude subir como una flor ardiente o tener un profundo destino de semilla/ en vez de esta terrible lucidez amarilla/ y de este estar de estatua con los ojos vacíos». Pero en el fondo de su ser sospecha que su personalidad ha sido forjada «necesariamente», atendiendo a sus circunstancias y vivencias amorosas, y termina así el poema: «Tal vez pude doblar este destino mío/ en música inefable. O necesariamente…»
Vilariño sufrió en vida, tenía problemas en la piel y eccemas graves que vulneraron su plenitud juvenil y relata en poemas posteriores: «Viento sur tercer piso/ madrugadas horribles/ noches perdidas/ penas/ y días días días/ viento miseria frío/ enfermedad tristeza». (1953)«Mis pocos años míos/ de sangre piel respiración/ de vida/ quiero decir/ mi vida fugaz». (1960). En uno de sus diarios la poeta habla de esta dolorosa enfermedad: «Odio mi cuerpo, lo aborrezco, o mejor dicho, odio mi piel. Amo mi carne sufrida, amo aún su dolor. Pero la enfermedad, la piel sangrando, curándose, cicatrizando, no». Cuentan sus biógrafos cómo la piel se le necrosaba todos los días, la metían en una bañera llena de agua con un producto hasta que se le ablandaba; esa piel se le caía y quedaba con una capa epidérmica tan frágil que si se movía se le rompía. (Vilariño, en Gilio y Domínguez, 1993: 230).
El tema del amor resurge en poemas recogidos en La suplicante: «Esta sazón de fruta que tú diste, esta/ llamarada de luna, durable miel inmóvil,/ te sitúa y te cerca,/ amigo de la noche, sagrado camarada/ de las horas de amor y de silencio». Y en un poema posterior dedicado a Onetti, titulado «Te estoy llamando»: «Amor/ desde la sombra/ desde el dolor/ amor/ te estoy llamando/ desde el pozo asfixiante del recuerdo/ sin nada que me sirva ni te espere». Su relación con Onetti fue «la más difícil e imposible», tenían grandes desencuentros, pero se peleaban y volvían a juntarse. Esta anécdota, recogida en Construcción de la noche, resume bien lo que significó este amor intenso, insano pero inevitable:
Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé. Recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, él leyendo un libro, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije sos un burro, Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y mefui.
«Nos moriremos sin aprender a hablarnos»le diría Idea a Onetti en otra ocasión, cuando este salió de la cárcel después tres meses acusado de «complot a la dictadura».
En su poemaro Por aire sucio nos encontramos con un «Poema con esperanza»que es, en realidad, un lamento profundo: «y las flores devoran hasta el aire del sueño/ y llueve entre la almohada/ y no se puede/ y no/ y nada nada». Y en Nocturnos empezamos a internarnos en el cansancio de un recorrido vital arduo, sin propósito alguno: «Hasta cuándo los gestos/ las señas las palabras/ la sabida comedia/ la máscara atroz/ esta triste aventura de ser cálido y fuerte/ y andar entre las cosas/ inanimadas frías/ a cuyo estado un día/ llegaremos sin duda». La muerte se convierte en el tema central: «Si fuera un ángel negro/ o una madre/ si se pudiera hablarle/ convocarla/ como hacían los poetas/–ven muerte ven que te espero–.» (Ven, 1958)
En este desamparo casi absoluto a veces quedan restos de una conciencia poética más plural que, sin desligarse de la primera persona, recuerda que hay otros mundos fuera de esta fortaleza construida: «Si no estuviera aquí/ si fuera adonde viven las gentes/ a lugares violentos donde se vive o muere/ si viviera o muriera de una vez/ no diría/ qué soledad/ qué horrible soledad/ cada noche». (Andar diciendo muerte, 1953). No obstante, finalmente la poeta vuelve a su aislamiento. La profunda soledad de la que no puede escapar, casi siempre relacionada con la noche, es más dolorosa que la idea de la propia muerte: «Aquí estoy entregada/ en la oscura humana noche/ sin nadie más/ sin nadie/ ni esperanza de nada/ en la vacía negra sola/ cerrada noche/ sin nadie».
En 1980 publica un nuevo libro al que titula No, dedicado a su segundo marido, del que se divorciará seis años más tarde. Apreciamos una determinación profunda de Idea, se plantea dejar de contagiar sus versos de pesimismo, cansada de sufrir: «No debiera escribirlo/ no debiera quedarme/ sufriendo aquí/ sintiendo / el horror del vacío/ dejando que yo/ que esto/ se haga vértigo/ náusea». O en este poema titulado «Basta»: «No más/ no más castigo/ no más la costra de odio/ golpeándonos la cara/ no más chorros de espanto/ de basura.»Su tono irreverente y agotado se irá acentuando más y más en sus versos de madurez: «Si te murieras tú/ y se murieran ellos/ y me muriera yo/ y el perro/ qué limpieza». La poesía de Vilariño ha sido también publicada por Lumen y por Visor.
No se nos hace raro que la poesía y actividad literaria de las mujeres de esta generación uruguaya no fuera tan reconocida y difundida. Si bien todos los autores de la época se enfrentaron a obstáculos comunes como la censura y el exilio durante la dictadura, fue la obra de ellas la más relegada y olvidada. La lectura de poetas como Idea Vilariño e Ida Vitale, entre muchas otras, es un placer difícil de describir; no solo porque nos encontramos en el siglo en el que conseguiremos acabar con el desvalimiento de la creación artística de las mujeres, sino porque su obra es una poesía del amor y de la condición femenina; y, su mirada, de una sensibilidad afilada capaz de captar la vibración instantánea del acto amoroso y el universo que se genera cuando su temblor cesa. En versos de Ida, leer esta poesía hecha por mujeres es«descubrir por ti misma/ otro ser no previsto/ en el puente de la mirada» («Fortuna», Ida Vitale).