En un cortometraje inacabado se habla de una isla imaginaria como lugar soñado de un grupo de aventureros. Ejercen el viaje postmoderno; salir no como aventura o evasión, sino como la única manera de pertenecer a un tiempo o lugar. Quieren recuperar la tierra, el referente, dejar de alucinar.
La historia hace pensar en el Brexit, o a la sequía de ideas hollywoodiense; todos delirando por atrapar lo que aún es distante (lugar o tiempo pasado), sin darse cuenta de que ya es tarde. Se exprime el remake hasta la extenuación, se masca la tragedia, y seguimos sin ser capaces de construir una nueva mitología.
Las declaraciones de los MPs mas radicales (románticos) remiten al mismo discurso. Quieren la vieja Inglaterra, la de Maggie Thatcher, y no la de las revueltas adolescentes que queman tiendas para robar el último modelo de Nike. Esos adolescentes que no saben contra qué luchan porque todo es líquido, como dicen los postmodernos.
Cuando la culpa es de un otro identificable, no hay reflexividad. Ser alienado y explotado es siempre mas liberador, nos quita responsabilidad, restaura el equilibrio entre el bien y el mal.
Pero esos lugares soñados, esos paraísos utópicos y pasados son solo un espejismo. La isla ahora está vacía, o más bien, repleta de cadáveres.
En una sociedad autorreferencial que no es capaz de crear su propia historia cada cual es causa y consecuencia de sí mismo, es a su vez la energía que regurgita, y el mal que le destruye.
Nos hemos convertido en virus y paciente de nuestra propia enfermedad. Deambulamos en la noche sin chocarnos contra nada, sin encontrar al límite, que ya no existe. Todo vale y hemos agotado al otro, al diferente.
Sin alteridad radical no se hace historia. Los jóvenes, llenos solo de sí mismos, se repiten hasta el infinito, y a los que aún son viejos, solo les queda la melancolía.
Un texto de Marta Gutiérrez Calderón. Chica que escribe, planificadora estratégica, estadista frustrada, amante de la semiótica y de lo fractal.