Muchas veces, las pequeñas partes que conforman una identidad, las más esenciales, son tan sutiles, están tan integradas en el todo que definen, que pasan desapercibidas. Como la forma en la que la luz se filtra entre las copas de los árboles, el trino de los pájaros en primavera, o la infinidad de vida que libra, incesante, su batalla en la tierra que pisamos. Si, a menudo las cosas más esenciales pasan inadvertidas. Pero están, y son. Y no solo eso, sino que hacen ser al entorno que las acoge.
Juanjo Prior, doctor en filología hispánica, ha sido una pieza silenciosa y clave en la vida cultural de la región cántabra durante años. Ya en 2015 comenzó con los Ciclos en la librería Gil, que se convirtieron en cita ineludible anual: «Literatura y Eros» el primero, «Donde menos se piensa» (2016), «Escritores de un trazo» (2017), o, el último, en 2018, dedicado al Barroco, «¿Quién dijo miedo?”
Además, ha presentado a autores como Lorenzo Oliván, Rafael Fombellida, Juan Gomez Bárcena, Marcos Díez, Carlos Alcorta, Alberto Santamaría, Ana García Negrete, Adela Sainz, Fernando Abascal,Javier Azpeitia, Pilar Adón, o Pilar Salamanca, tanto en la propia Librería Gil, como en Íntima, el espacio de Poesía que creó en la Biblioteca Municipal de los Corrales de Buelna, y que llenó de literatura de calidad.
Maestro de ceremonias en innumerables presentaciones, esta vez se cambian las tornas: él es quien presenta el que es, en rigor, su primer libro. ¿El título? Los sujetos del bosque. Conversamos con él para saber más de su obra y otros asuntos.
El poemario se divide, esencialmente, en tres partes: Hojas, Tronco y Aguas. ¿Por qué acabar en el agua? ¿Qué buscabas con esta división?
Simplemente organizo los poemas a partir de los elementos básicos que los componen. Hay poemas centrados en la reproducción, la floración, el desarrollo de las formas de la vida. Se trata del viejo ciclo; por eso las hojas caen, para dejar el hueco a las siguientes. En la segunda parte, los troncos hablan de un espacio cerrado, íntimo, donde el sujeto se sumerge para saber de sí. Están aquí los recursos más firmes, los que no cambian con las estaciones, los que conservan la identidad y la continuidad de los seres. En la última parte, los poemas son mayoritariamente acuáticos. El tiempo fluye interrumpido por los golpes inesperados de la muerte. La anchura del cauce se estrecha de repente, y de pronto el ser se ha convertido en presa. O el agua sigue su curso y el río de la vida avanza un poco más, sin detenerse aún.
A cada parte del poemario, le precede una acuarela que plasma su identidad. ¿A cargo de quién han corrido estas preciosas ilustraciones? ¿Cómo fue?
Las ilustraciones tengo que agradecérselas a dos artistas. En primer lugar, a Belén Herrero, que escogió tres entre los muchos poemas (y a ella le debo una primera y exhaustiva selección que ha dado forma al libro). Y luego a Leticia Ruifernández, una ilustradora magnífica, cuyos trabajos había yo admirado más de una vez, pero en especial en un libro titulado La poesía de los árboles. Sentí que era lo que yo podía querer para Los sujetos del bosque, aunque no había intención alguna de publicar por entonces. El caso es que Belén y Leticia se comunicaron, se conocieron, se entendieron y ahora tengo en casa tres bellísimas acuarelas que son las reproducidas en la edición de Sonámbulos, y que nacieron con y para los poemas.
Hablando de identidades, uno podría decir que encuentras la tuya bajo esa bóveda celeste de ramas, y hojas, yluz que empapa la tierra, ¿es así? ¿De dónde nace esa conexión tan importante con el bosque?
Nace de una experiencia muy directa, que duró varios años, en un lugar de la Sierra de Segura al que fui destinado por azar. A veces, cuando me pregunto en qué empleaba mis tardes de entonces, sólo recuerdo una sola y continuada caminata entre los pinares, los arroyos, los caminos altos de la sierra… Descubrí el paso sucesivo de las estaciones, el color de cada una, los contrastes violentos entre el calor veraniego, los dorados del otoño, la nieve, el cántico desbordado de la primavera. Sé que todo esto suena como una experiencia común, casi obvia, sin ninguna emoción particular. Pero eso fue lo grandioso. Allí no ocurría nada, salvo la percepción inmediata del mundo; la sensación de que éste estaba, en efecto, habitado y de que yo, uno más entre sus seres, era reconocido y admitido. Yo, que había nacido a muchos kilómetros de distancia, sentí que había vuelto a casa.
En uno de los primeros versos, podemos leer: «Talarán otros bosques como éste, pero éste se sostendrá en la ausencia enorme de los otros (…).» ¿Podemos entender que a veces las ausencias son tan profundas que generan en sí misma presencia? ¿Qué tiene que tener algo (o alguien) para dejar semejante impronta?
A uno le gustaría pensar que el bosque es un lugar eterno y, a la vez, siempre disponible. Un refugio que no se verá jamás amenazado. A veces, escucho con asombro declaraciones en las que se da por asumido que podemos desaparecer como especie tras acabar con toda la vida del planeta. Por otra parte, es muy sugerente tu pregunta cuando la relacionas con un alguien. Si alguien, en verdad, deja en nosotros una impronta tan grande es, sencillamente, porque lo necesitamos para vivir. Y quiero creer que hay un bosque, éste, que es el personal, intransferible, identificable, el que nos estará siempre reservado. Y en el que seremos, de algún modo, libres de seguir viviendo.
A lo largo del poemario se repite la idea del tiempo. Da la impresión de que el bosque es una red de eternidad, que atrapa en cierto modo todos los tiempos que han desfilado bajo sus ramas, sobre su tierra. Hay un fuerte contraste entre la vida del ser humano, fugaz, y la vida del bosque, larga y calma, y a la vez en constante fluir. ¿Identificas el paso del tiempo como un componente importante en tu poesía?
Creo que, si hubiera que elegir un tema central, además del bosque y de la conciencia de un sujeto (en plural, compartido por todos los seres que lo habitan, y único en cada uno), sería sin duda el tiempo. La vida larga y calma, como tú dices (y yo añadiría voluptuosa, inquieta, bella y terrible), no es distinta de la nuestra, precisamente porque el tiempo nos amenaza de la misma manera. Aunque el cómputo sea variable, al cabo es lo mismo: un orden que se viene abajo después de innúmeros esfuerzos. Hay un poema dedicado a un olmo que es un homenaje a Machado y su milagro de la primavera. Más que un contraste, yo, como él, quería crear una continuidad entre el ser humano que quiere perseverar en su vida, y el árbol que encierra un núcleo duro de resistencia, una voluntad similar, aunque apenas dé a luz la última rama con unas pocas hojas últimas.
Llama la atención hasta qué punto el tiempo se diluye en estas aguas. Tanto, que llegamos a leer “Ayer serás”. ¿Se puede conjugar el futuro en pasado? ¿Qué relación guarda esto con la atemporalidad?
Creo que sí, que este es un esfuerzo, llevado al límite de los tiempos verbales, por alcanzar un río en el que nada importe ya, donde todo se identifique y se reúna. Hay en este poema un inmenso deseo de reconciliación. En buena medida, los poemas trazan el recorrido de un caminante primero solitario (que llega a decir perdóname) y luego en compañía, como si hubiese comprendido que el juego de la vida sólo puede desarrollarse, si eres hombre, en la forma sexuada de la pareja. En este poema todos los tiempos son uno solo: aquel en el que estamos juntos.Y entonces sí, tuyo o mío, ya no importa. En una primera persona del plural, y ya apuntando al futuro, sin ninguna nueva distinción o quiebro, estaremos.
Siguiendo con el tiempo, ¿crees que se puede tener tan presente el carácter efímero de todo lo bello, y, aun así, disfrutarlo? ¿Anteponerse a la tristeza del inevitable final?
Creo que la belleza es terrible, como dijo Rilke, entre otras cosas porque tiene que ser desinteresada y lúcida; y ambas condiciones implican reconocerse mortal. Opino, como los tomistas, que hay una perfección en el ser, participada por todas las cosas que existen. O como decía Jorge Guillén: “¡El doliente vacío/ va poblándose: pájaros!”. La felicidad de que haya un mundo y de que los seres sean (la percepción, en definitiva, de la belleza de la realidad) está unida, sin embargo, a la contingencia de todos esos seres. Todos esos pájaros que desaparecerán no menos que nosotros. Pero en la Coda final del libro se abre un misterioso claro en el bosque donde no se siente más tiempo ni deseo. Y allí, como una divinidad, ser y existir se confunden.
Se desprende una fascinación por la vida (y la muerte, que es condición sine qua non de la primera) que se observa en el bosque. ¿De dónde viene esta pasión, esta conexión con la naturaleza? ¿Existe, físicamente, ese bosque concreto que te guarda?
Esta pasión no viene de fuera, no es extraña a mí porque, según trato de decir, la vida que se reconoce en el bosque es la propia, con sus mismas reglas, triunfos y derrota final (aunque la palabra derrotahay que manejarla con cuidado; es también camino, vereda, senda del bosque, así que, en uno de sus sentidos, forma parte de la vida). El bosque es un lugar real, es la emoción de que las cosas existan, la perfección que sólo se alcanza mediante el ser que se deja ver, tocar, sentir. La vivencia ya es nuestra desde esa primera percepción a través de los sentidos. De este modo, ese bosque físico se vuelve meta-físico, y puede ser todos los bosques, como ahora, para mí, lo son los del Norte. Y a la vez, como tú bien dices, es el único, el que te guarda, el que te recuerda adónde perteneces. O como dice uno de los versos: el sitio donde sentarse a respirar.
Llama la atención la ausencia de estrofas. El resultado es la sensación de una conversación más íntima con el lector, como si él mismo fuera paseando por ese bosque, y se fuera encontrando los poemas como parte del paisaje. ¿Qué te llevó a elegir esta estructura?
Me alegro de que te dé esa impresión. El desarrollo en una estrofa única, sin la posibilidad de marcar ritmos espaciados, aunque pueda resultar limitadora, tiene que ver con el flujo mismo que va de las cosas a la conciencia y viceversa. Todo se da de una sola vez, se reconoce en unidades, se convierte en experiencia única y directa. Pero, además, la vida parece también fluir, lo mismo que un río, sin solución de continuidad, transformándose sin dejar jamás espacios muertos, sosteniendo tercamente sus formas ordenadas (la belleza de sus simetrías, el trasiego de su fertilidad) contra la entropía del tiempo. Podría decirse que la vida pasea por el mundo, marcando el rumbo también para nosotros.
En un cierto poema, comienzas diciendo que no sabrías explicar lo que es un tilo. Sin embargo, cuentas, también, que aquella tarde junto al río, te recordó a las tardes de los tilos de tu infancia. ¿Es ese bosque, ese río, de algún modo tu magdalena de Proust? ¿A dónde te transporta?
Hay una pequeña broma en este poema que tiene que ver con mi torpeza para identificar el nombre de los árboles. El tilo es un árbol maravilloso, lleno de virtudes. Hermoso, aromático, medicinal, y además sus hojas producen un humus muy nutritivo. En el poema, el niño comienza a revolver, a remover las piedras y el agua, hasta que el juego, en plena travesura, lo regresa mágicamente a la verdadera infancia; y allí, cuando ya es un infante, están los tilos, los tilos mágicosde un saber perdido, de un saber que no puedo estar seguro de haber tenido nunca. ¿Pero no es hermoso soñar en ese conocimiento directo, primario e infantil, de alguien que no sabe nada de los tilos, pero, como amigos suyos, los reconoce de inmediato?
Hacia el final del libro hablas de volver: «(…) Volver a sentir, como al principio/(como ese pie descalzo todavía)/ese rumor de tierra que se amplía/ y se tiende ante ti, no transitado.» ¿Crees que es posible volver, en cierto modo, al origen? ¿Recuperar esa mirada primeriza? ¿Aumenta con el tiempo aumenta nuestra sensibilidad, o se atrofia?
Me gusta creer en aquello que decía mi admirado Miguel Espinosa en su libro Asklepios; una infancia elemental en la que “somos Naturaleza” y cuya condición “es la inocencia, o disposición que el Espíritu, todavía no acomodado a lo mundano, trae del origen”. Pero, como él mismo reconoce, recuperar esa inocencia no es posible. Ni siquiera, creo yo, deseable. Prefiero, como digo en ese poema, sentir que el camino es firme, que cada uno tiene su propia aventura por delante y que el aprendizaje nunca cesa porque viene con nosotros. Y hay tantos azares, tantos “dioses”, mientras quede vida, para encontrarse con ellos.
A lo largo del poemario hay varias referencias a tu primera juventud, ¿hay algún poema que hayas rescatado de aquellos años, o datan todos del escritor plenamente adulto?
Me resulta difícil datar los poemas porque la experiencia, como se apunta en la contraportada, se remite a un yo que era joven, vivía en luz y que ya por entonces escribíalos poemas sobre los sujetos que había descubierto en el bosque. Pero aquellos poemas que escribí entonces no son exactamente los de ahora. He cambiado los bosques mediterráneos por los del Norte (primero Asturias, luego Cantabria) sin que haya variado sustancialmente mi experiencia del bosque. En cambio, la maduración del estilo ha sido lenta, no forzada, acorde con todo lo que he ido aprendiendo a largo de unos cuantos años, y la forma actual es mucho más reflexiva que la de entonces. Creo que, frente a aquellas primeras impresiones, frescas, inmediatas, se ha ido ahondando la clase de pregunta que yo me hago en uno de los poemas (descartados, al final, en la edición): ¿Comparado con qué te sientes hombre? / Hoy me hacía esta pregunta y rogaba que frente a mí se presentaran/ sencillas criaturas…
En estos versos se puede apreciar la pequeñez de algunos detalles cotidianos, y, a la vez, la grandeza de otros. En un mismo poema, explicas cómo, a una excursión en plena naturaleza, solamente acudió primero A (primero B estaba castigado). También dices, más adelante, que paseas con una mujer que te ama de la mano ¿Qué supone el amor a largo plazo?
La experiencia de la naturaleza tiene que ver mucho con Eros y con la lucha por la supervivencia. Un caudal enorme de seres posibles y una prole escasísima que da sentido, precisamente por su insignificancia, a tanta prodigalidad. En este paseo, que fue de hecho un paseo compartido, observamos la extrema indefensión de esos pequeños brotes, esos pimpollos, árboles o niños, da igual, porque no todos estarán invitados al triunfo de la vida. Y a pesar de ser conscientes de ello, el amor sigue adelante, y con él, el esfuerzo paciente que hace brotar y continuar. Todo es a largo plazo cuando la vida está por medio.
Precisamente en ese mismo poema, mencionas que el futuro nunca es ancho, pero más adelante en el libro, dices también «El río, fuerte imagen/ del tiempo que se aprieta o que se/ ensancha.» ¿Es el futuro ancho, o estrecho?
Sobre los caprichos del tiempo, ¿qué decir? Aquí, en este bosque mío, todo es sujeto, así que el tiempo es el de cada uno, y las vivencias particulares lo ensanchan o aprietan según la propia percepción. Tiempos anchos y estrechos según fluya más o menos el agua; y esto vale para todos los seres vivos, es decir, temporales. Hace poco leí una frase memorable: un animal es una prodigiosa victoria contra el tiempo, el cual sólo recupera plenamente su dictado cuando el animal muere… ni un instante antes. Una forma organizada que resiste a la entropía, es decir, a la línea única del tiempo, la línea de la muerte. Así que la vida, me parece, organiza su tiempo en forma de ensanches, anillos, círculos, flores, tallos que se alzan, raíces que se ahondan… Somos porque organizamos nuestro propio orden. Y eso implica, a veces, cauces casi secos o tremendas crecidas.
También en «Tronco», leemos «Ser, todavía, alguien que pregunta/ no más por diversión. Sin margen claro.» ¿Puede la curiosidad salvarnos?
Lo que puede salvarnos, creo yo, es la clase de curiosidad que no representa ninguna amenaza para lo observado. Si me permites, te voy a contestar con una cita que podría servirme, así tal cual, como poética. Pertenece a Iris Murdoch: “el gran arte nos enseña cómo pueden mirarse y amarse las cosas reales sin apoderarse ni servirse de ellas… Este ejercicio de distanciamiento es difícil y valioso con independencia de que la cosa contemplada sea un ser humano, la raíz de un árbol, la vibración de un color o un sonido”. En este sentido, nada más divertido(es decir, apartado, desviado de cualesquiera intereses) que un paseo por el bosque.
Un tema importante del libro es, también, la existencia. En un poema te presentas, con respecto al árbol, como el oído que lo escucha: “Cabe el árbol, a su vera,/ en lo que tiene de espacio que me arropa,/ en el ancho rededor donde se escucha/ la voz suya, que es de veras/ un empuje peculiar, un temblor de hojas livianas,/ yo soy el oído que lo escucha, (…).» Eso me hizo pensar en la conocida pregunta, «Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?».¿Crees que necesitamos testigos de nuestra existencia?
Yo invertiría la pregunta. Si uno naciera a un mundo donde no hubiese nada, ¿existiría? Nos hacemos a medida que tropezamos con las cosas y los seres. El bosque es una manifestación extrema de esta riqueza del mundo con el que entramos en contacto. Y ese contacto, esa participación, es la que nos va configurando. Si imaginamos este contacto como una conversación, entonces cabe un mutuo hablarse y escucharse que se mantiene a lo largo de las sucesivas vidas individuales. Me gusta pensar en esa conversación secreta, esta sangre humana que le da voz a lo que el árbol sólo puede decir con su propia vida.