‘La casa es negra’: un mundo lleno de fealdad

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«Debemos rebasar nuestra rabia y nuestro asco, debemos hacerlos compartir, para elevar y ensanchar tanto nuestra acción como nuestra moral.» 
René Char, Hojas de Hipnos, 1944

 

El asco es una emoción visceral. La fisiología lo presenta como una reacción automática, innata, ante aquello que nos puede infectar o dañar (lo putrefacto, lo repugnante), y que se expresa con el vómito. El asco es, en su forma primera, un mecanismo evolutivo de supervivencia, como señaló Charles Darwin en La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872).
Además de una reacción fisiológica, el asco es también una construcción social con una inequívoca dimensión cognitiva, moral, política. Martha Nussbaum afirma en Paisajes del pensamiento. La inteligencia de las emociones (2001) que el asco no es un simple desagrado: un olor desagradable produce asco dependiendo de la idea que el sujeto tenga del objeto que desprende ese olor. El asco está vinculado a las ideas que tenemos sobre las cosas (su naturaleza, su origen); así, las secreciones que genera nuestro propio organismo no son asquerosas mientras están dentro de nuestro cuerpo, pero sí lo son en cuanto salen de él. Quizá las lágrimas sean la única excepción.
El asco depende de la historia social de los objetos y los sujetos. A sentir asco, a detectar lo contaminante, la fuente de contagio, se aprende. Y los seres humanos no solo sentimos asco ante alimentos putrefactos o cosas con un aspecto u olor repulsivo, sino también ante individuos o grupos sociales estigmatizados.
Las imágenes de la lepra y su corrupción de la carne son las más cercanas a la representación canónica del asco: el cadáver descompuesto. La lepra nos recuerda la extrema vulnerabilidad del cuerpo y cortocircuita nuestra empatía. El asco, la repulsión que provoca el leproso conduce a su estigmatización social. A los leprosos dedicó la poetisa iraní Forugh Farrojzad (1935-1987) su única película: La casa es negra (1963), un breve documental de apenas 21 minutos rodado por encargo en una leprosería de Tabriz, al noroeste de Irán.
En su Crítica del juicio (1790), Immanuel Kant escribió que el arte consigue representar como bellas cosas que en la naturaleza serían feas o desagradables, pero que hay una clase de fealdad que no puede ser representada conforme a su naturaleza sin arruinar toda satisfacción estética: la que despierta asco. Según la sanción kantiana, La casa es negra está destinada al fracaso como experiencia estética.
Estética y moral aparecen indisolublemente entrelazadas en las palabras que, sobre fondo negro, abren la película de Farrojzad:
«El mundo está lleno de fealdad. Aún habría más si el hombre apartara la mirada. Van a ver en pantalla una imagen de la fealdad, un retrato del sufrimiento que sería injusto ignorar. Por respeto al hombre, debemos luchar contra esta fealdad, aliviar este sufrimiento. Esa es la esperanza que ha inspirado esta película.»
Es al mismo tiempo una advertencia y un desafío. Una advertencia para aquellos que solo ven en el cine una inofensiva forma de entretenimiento. Un desafío a Kant y a la idea, muy arraigada todavía, de que el arte debe reflejar o crear belleza.
Farrojzad se acerca a los enfermos con pudor y delicadeza, alejándose de cualquier tentación sensacionalista. Tanto mirar como apartar la mirada tienen aquí un significado muy diferente a hacerlo ante una película que solo busca el morbo.
En La casa es negra hay un devastador contraste entre los rostros desfigurados y la belleza indiferente de la naturaleza, entre el dolor de los estigmatizados y la jovialidad que aparece inesperadamente. Un contraste que se multiplica con la superposición de los versos leídos en off por Farrojzad: «Cantaré Tu nombre con el arpa de diez cuerdas, porque me has creado de una forma maravillosa», «Recuerda que es inútil que te pongas bella y que eres una canción en el desierto, abandonada de los tuyos»…
Cerrar los ojos, cancelar la persistencia retiniana, no impide la persistencia moral de La casa es negra. Farrojzad invita al espectador a abandonar su indiferencia y mirar de frente con ella el asco y el dolor. Porque el mundo está lleno de fealdad, pero aún habrá más si apartamos la mirada.

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