Cicceron Catilina Cesare Maccari

La Dictadura

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¡Dictadura! Esta sencilla palabra parece activar automáticamente los más atávicos resortes culturales de nuestra mente. ¡Dictadura! Y de inmediato un torbellino de imágenes, sensaciones y emociones llenan nuestra cabeza: uniformes militares, belicosas proclamas y bigotillos totalitarios… ¡Dictadura! Es una unidad moral de medida, la más extrema. Sólo es preciso un adecuado altavoz mediático y señalar con el dedo: al instante aquella persona o país tachado de dictadura estará colindando con el Mal absoluto. De hecho, para pasar de “presidente” a “dictador”, y viceversa, sólo hacen falta unos potentes intereses bien guiados en el océano de la ignorancia.

Hagamos la prueba, yo le doy varios nombres conocidos y usted decide si son o fueron presidentes o dictadores: Muamar el Gadafi, Hugo Chávez, Hosni Mubarak, Fidel Castro, Bashar al-Assad, Nicolás Maduro, Abdelfatah Al-Sisi… Lo cierto es que independientemente del título que escoja para ellos -e independientemente de si es cierto o no-, acertará. Pues todos han sido presidentes y dictadores según convenía a quien los señalaba con el dedo en determinado momento o coyuntura. Al fin y al cabo, en la oscuridad de la noche todos los gatos son pardos, y los gatos de bigotillo totalitario son los más terribles de todos.

Para comenzar a aportar algo de luz, digámoslo ya sin rodeos: la dictadura es una institución republicana de origen romano. No tiene absolutamente nada que ver con esas imágenes que llenaban nuestra cabeza en el primer párrafo de este artículo. Se trata de una institución diseñada y regulada legalmente, constitucionalmente, con un fin y propósito bastante claro: salvar el orden republicano en momentos de profunda crisis. En palabras de Carl Schmitt:

“La dictadura es una sabia invención de la República Romana, el dictador es un magistrado romano extraordinario, que fue introducido después de la expulsión de los reyes, para que en tiempos de peligro hubiera un imperium fuerte”

Poco sabemos del origen exacto de la dictadura; los autores romanos lanzan algunas pistas que seguramente se pierdan en la leyenda. Con todo, sí podemos decir que la dictadura fue una institución muy temprana y que surgiría casi a la par que la propia república. De esta manera, Tito Livio sitúa el surgimiento del primer dictator con Tito Larcio, en 500 a.C., con motivo de la guerra contra la Liga Latina. Un segundo dictator fue nombrado en 494 a.C., Marco Valerio, para aplacar la guerra civil entre patricios y plebeyos surgida a causa de los abusos de los primeros contra estos últimos.

Así, ya desde sus primeros comienzos, podemos hacernos cargo del claro cometido de esta institución republicana:

“El dictador, que era nombrado por el cónsul a solicitud del Senado, tiene el cometido de eliminar la situación peligrosa que ha motivado su nombramiento, o sea, hacer la guerra (dictadura rei gerendae) o reprimir una rebelión interna (dictadura seditionis sedandae)”

Un cometido de tal envergadura requiere, obviamente, poderes excepcionales, de ahí que la dictadura fuese una magistratura extraordinaria. Tal era el poder que reunía el dictator que incluso los primeros ciudadanos romanos desconfiaron y temieron al mismo, pues aparentemente reunía en su persona los atributos de un monarca, monarca que tanto les había costado eliminar para traer la república. Y así nos lo hace saber Tito Livio:

“Cuando, por primera vez, se nombró un dictador en Roma, cayó gran temor en el pueblo al ver las hachas que potaban delante de él y pusieron en adelante más cuidado en obedecer sus órdenes. Porque no había, como en el caso de los cónsules, en que cada uno de ellos tenía la misma autoridad que el otro, ninguna posibilidad de obtener la ayuda de uno contra el otro, ni había derecho de apelación alguno, ni en lo inmediato había seguridad más que en la obediencia estricta”

Cicceron Catilina Cesare Maccari
«Cicerón denuncia a Catilina», Cesare Maccari, 1888.

Ahora bien, pese a esta apariencia de poder desmedido, no había arbitrariedad alguna en la figura y labor del dictator. Éste estaba convenientemente embridado por la ley y sometido a la misma; todo un conjunto de disposiciones legales así como la separación temporal y funcional de poderes lo garantizaban.

En primer lugar, era el Senado el que debía determinar si existía una situación de emergencia para la cual era preciso nombrar un dictador. Sin embargo, no era el cuerpo de senadores quien elegía al magistrado sino los dos cónsules, quienes no podían nombrarse a sí mismos y que, además, perdían su poder ejecutivo en favor del dictador. El imperium del dictador debía ser confirmado por una ley de los Comitia Curiata. Finalmente, el mandato del magistrado extraordinario estaba limitado a seis meses de manera improrrogable. Más aún, si el dictator cumplía con su cometido en un plazo menor a esos seis meses, debía dimitir de inmediato.

Lo cierto es que el esquema de control y garantías de la institución de la dictadura debió funcionar relativamente bien en la república, y muestra de ello es que pronto adquirió un gran prestigio entre el pueblo romano. Tito Livio nos cuenta cómo Marco Valerio renunció a la dictadura ante su incapacidad de cumplir sus promesas con la plebe por el fuerte poder del patriciado, precisamente en un momento de aguda lucha de clases:

“Para el pueblo, la razón está muy clara; había renunciado a la magistratura porque estaba indignado por la forma en que fueron tratados. El incumplimiento de su promesa no fue por su culpa; consideraron que hizo cuanto pudo para mantener su palabra y lo siguieron con aplausos en su vuelta a casa”

Incluso dictadores como Lucio Quincio Cincinato se convirtieron en auténticos modelos de virtud del ciudadano romano. Cincinato, que trabajaba en su finca agrícola al otro lado del Tíber, fue nombrado dictador en 458 a.C. para salvar al ejército romano del sitio al que estaba sometido por las fuerzas enemigas. Cincinato cumplió su cometido en apenas dieciséis días, tras lo cual cesó en su cargo y volvió a trabajar al campo.

La leyenda de Cincinato llegaría hasta tiempos modernos cuando, en plena Guerra de Independencia de los EE.UU., se equiparaba a George Washington con el virtuoso romano. Así comenta Brissot de Warville en 1788: “La comparación con Cincinato es acertada porque este famoso general es ahora un sencillo hombre de campo enteramente dedicado al cuidado de su granja”. No era de extrañar, pues la tradición republicana y sus instituciones estaban bien presentes en las mentes de los padres fundadores. La Cámara de Delegados de Virginia propuso en varias ocasiones -1776 y 1781- el nombramiento de un dictador republicano investido de todos los poderes. El hecho de que no se llevase a cabo pone de manifiesto un temor latente en demócratas como Thomas Jefferson, quien se opuso reiteradamente a tal medida. Y es que la historia había demostrado que aquella institución cuyo propósito no era otro que salvaguardar la república podía ser pervertida y usada para destruir el orden constitucional. Así nos lo señala ya Schmitt:

“Precisamente de esta sorprendente diversidad de la antigua dictadura republicana y la dictadura ulterior de Sila y César habría podido sugerir una determinación más inmediata dentro del concepto de dictadura. La contraposición entre dictadura comisarial y la dictadura soberana”

Sila en Louvre
Lucio Cornelio Sila, estatua en Museo del Louvre.

En efecto, el concepto de dictadura comisarial o republicana se opone al de dictadura soberana. En esta última el dictador es un tirano o déspota con poder arbitrario sobre el resto de individuos. El que la primera pueda convertirse en la segunda sólo muestra una terrible corrupción y debilidad del sistema constitucional, donde el patriciado o la burguesía invisten a un autócrata con el fin de preservar sus intereses, dando lugar a la dictadura soberana.

Pero precisamente porque no todos los gatos son pardos, ni son lo mismo los gatos de bigotillo totalitario y los gatos de toga republicana, hay que distinguir estos dos conceptos. De hecho, la difuminada idea de dictadura que intentaba hacer llegar al lector al comienzo del artículo es la de la dictadura soberana. Los Hitler y los Mussolini son ejemplos de la misma. Surgidos también en momentos de aguda lucha de clases, fueron la solución de la burguesía para salvaguardar su dominio frente a las nacientes y débiles repúblicas parlamentarias, que siempre temerosas de la acumulación de poder en una sola persona, fueron reticentes al uso de tan antigua institución republicana.

A la dictadura republicana se negó un demócrata como Jefferson, pero también se negó Robespierre cuando todas las fuerzas del absolutismo europeo dirigían sus cañones contra la Francia revolucionaria, y también se negó Azaña cuando la burguesía, la Iglesia y la casta militar se disponía a asesinar a la joven república española. Todos sabemos cómo acabaron, fruto de esta reacción contra la democracia es de donde surgen las grandes dictaduras soberanas del siglo XXI. Y son estas dictaduras soberanas las que llenan nuestro imaginario con sus representaciones, banalizándolas y convirtiéndolas en arma política y mediática. Donde no hay distinción entre conocimiento e ignorancia, ni entre lo justo y lo injusto, se termina sepultando y borrando el auténtico significado de esta otra antiquísima y valiosa institución pues:

“Para la República, la dictadura debió ser justamente una cuestión vital. Porque el dictador no es un tirano y la dictadura no es algo así como una forma de dominación absoluta, sino un medio peculiar de la Constitución republicana para preservar la libertad.”

Para el concepto de dictadura en Carl Schmitt: La Dictadura. Desde Los Comienzos Del Pensamiento Moderno De La Soberanía Hasta La Lucha De Clases Proletaria.
Para las citas de Tito Livio: Historia de Roma desde su fundación (Ab Urbe Condita).

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