Demencia, sutil o disonante, mas demencia.
Anoto versos, y al leer, sonrío
o en sobresalto cabeceo. Paso
con rapidez la página. Alienado,
nada procuro, sólo amnesia de mí mismo.
Por eso no concibo que ella me vigile.
La luz es rasa. El mundo, inverosímil.
Doy la espalda al balcón. La fragancia nocturna
penetra despaciosa. Dejo el libro en la mesa,
conturbado. La vista elevo. Ella
presencia. Es dócil, y a menudo
obedece mi voz. Entra en la biblioteca,
persiste en contemplarme, ahora en la cercanía.
Temo a esos ojos grises verdiazules.
Aleja el libro,
lo expulsa de mi ámbito.
En su nuca la aurora trasparece.
Ve el eclipse en mi rostro, semblante del error,
del extravío. Me apaciguo. Tomo
su tacto cristalino, su nitidez. Mi vida
es una escala fiable hacia la nulidad.
Ella lo sabe. Oprimo su mano acuosa, la húmeda
impresión paulatina de su deslumbramiento.
Es un ser tan logrado que produce pavor.
Un ser que no persigue sueño alguno.
Velando está frente a la galería.
Como un ángel sonámbulo, arrastra su dominio.
Poema de Rafael Fombellida. Ha sido ilustrado por Álvaro Fombellida para Revista Amberes.