Profetas y profecías

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«El potente grito de Alemania alienta en el clarín de los siglos, y clama en palabras sangrientas lo que fue y lo que será. Y ello sucederá transcurrido un siglo tras la caída del emperador de Francia, restaurador del Sacro Imperio, nacido en una isla, muerto en una isla».

Profecía de Hroswitha, abadesa del convento de Gandersheim, siglo X

Se los conoce por muchos nombres. Profetas, videntes, médiums, clarividentes o adivinos y, con sutiles diferencias, todos afirman ser capaces de vislumbrar lo que ocurrirá en el futuro. Un futuro que muchos desean conocer, ya sea por razones egoístas o por mera curiosidad. La creencia de que si controlas el futuro puedes cambiarlo, no solo estaba presente en la mente de los grandes dirigentes, sino que a lo largo del tiempo ha sido casi una obsesión para la especie humana. Una especie inquieta, que siempre tiene millones de preguntas: ¿Con quién me casaré? ¿Qué temas caerán en el examen? ¿Cuándo moriré? ¿Encontrará mi hijo un buen trabajo? ¿Quién triunfará en la próxima la guerra? ¿Cuál será el décimo ganador de la lotería? ¿Cuándo se acabará el mundo?

Minority Report
Los precogs (‘Minority Report’, 2002)

Podría citar infinidad de testimonios y pruebas que afirman o, por el contrario, desmienten lo arriba mencionado, pero para comprender el alcance global de las prácticas adivinatorias y su variedad, es necesario retroceder hasta la época en la que la línea entre lo divino y lo humano aún era difusa en la mente de los hombres. Un tiempo en el que la profecía era casi una ciencia, y contar con un adivino en las filas era una ventaja competitiva por la que los altos cargos estaban dispuestos a rascarse el bolsillo y ofrecer cuantiosas recompensas.

La adivinación primitiva

Los primeros tipos de adivinación surgieron en épocas prehistóricas y se apoyaban sobre todo en la interpretación de los elementos naturales, del comportamiento de los animales o el aspecto de sus vísceras, del susurro del viento al pasar entre los árboles, y los fenómenos cósmicos. Los dioses y los espíritus, en esta época, estaban muy asociados al mundo natural también, pero solo unos pocos elegidos percibían sus señales con claridad. Estas personas se convertirían en una suerte de chamanes o sacerdotes tribales, y se creía que los entes sobrenaturales podían servirse de ellos como un canal para revelar información.

El don de la profecía siempre se ha considerado de origen divino (no en vano la palabra «adivino» significa «inspirado por la divinidad») y hasta época reciente, se asumía que una persona por sí sola, no era capaz de profetizar o ver el futuro sin intervención de los dioses. Esto explicaría, en parte, por qué no siempre ven lo que desean. Solo perciben aquello que los espíritus tienen a bien transmitirles. Visiones que, en ocasiones, ni siquiera son imágenes futuras, sino hechos que acontecieron en el pasado, pues una ventaja de la cuarta dimensión, es la de saltar hacia adelante y hacia atrás en la línea temporal gracias a la ausencia de límites físicos.

Las mancias o técnicas de adivinación más antiguas y de uso más extendido, nacieron en esta era primitiva y se fueron perfeccionando al mismo ritmo que las civilizaciones que se apoyaban en ellas. Algunas se perdieron en la noche de los tiempos y otras se popularizaron, llegando a volverse una necesidad. Nada se hacía sin consultar a los dioses, pero la información de calidad pronto se convirtió en un privilegio que muy pocos podían permitirse.

Mesopotamia y Egipto

Modelo de bronce para la hepatoscopia, 'Hígado de Piacenza'
Modelo de bronce para la hepatoscopia, ‘Hígado de Piacenza’

En Egipto la idea de que los monarcas eran dioses vivientes, o de que las mujeres podían transmitir la divinidad a sus hijos eran habituales, por lo que no es de extrañar que las prácticas adivinatorias fueran corrientes. Se llevaban a cabo técnicas similares a las ya mencionadas, y la adivinación y la profecía pronto se convirtieron en cuestiones de alta política. El oráculo de Amón-Ra, en Siwa, era el más prestigioso, seguido del de Meroe, el de Júpiter-Amón en Uaset, y los de Abidos y Heliópolis. La adivinación seguía siendo la forma de guiar a los gobernantes en la dirección correcta. La función del oráculo era brindar respuestas. Esta misma idea predominó también en Grecia y Roma, que recibieron una gran influencia de las prácticas orientales y continuaron con el proceso de institucionalización.

Antiguas Grecia y Roma

Sibila Délfica, Miguel Ángel (Capilla Sixtina)

En Grecia la importancia de los presagios se hizo patente con la fundación de ciudades y la colonización de nuevos territorios. El destino ineludible es un tema recurrente en multitud de tragedias, y es fácil acordarse de adivinos tan célebres como Tiresias o, incluso, de la desdichada Casandra.

Entre los oráculos de mayor prestigio se encontraba el de Apolo en Delfos, donde la Pitia, cuyos balbuceos eran interpretados por los sacerdotes, se volvió imprescindible. Otros oráculos de renombre fueron los de Dódona, Elis, Delos, Epiro, Pisa o Creta. El sistema alcanzó tal magnitud, que se hizo necesaria la creación de redes de espionaje, y las rivalidades que ya existían entre los distintos santuarios se incrementaron debido a la necesidad de información. Para el común de los mortales, los servicios eran bastante más limitados y en ocasiones solo respondían con un vago «sí» o «no», razón por la que muchos siguieron recurriendo a los adoradores de Hécate que, además, podían lanzar maldiciones por un módico precio.

Los etruscos y los romanos continuaron con esta tradición, y así surgieron los Augures y los Arúspices (que debido a su falsedad eran muy criticados ya en su época por hombres tan cultos como Cicerón). No obstante, la Sibila de Cumas logró mantener la credibilidad de estas instituciones durante un tiempo, y se piensa que los libros Sibilinos que profetizaban la vida de los Césares fueron escritos por ella.

El declive de los oráculos como centros de información llegó con el auge del cristianismo, pero, si bien la relevancia de estas instituciones disminuyó —algo que atestiguan autores como Pausanias— no lo hizo la existencia de los profetas y los astrólogos, que proliferaban también en las religiones monoteístas. Las revelaciones divinas cambiaron de manos, pero siguieron siendo igual de necesarias para los gobernantes y la sociedad de aquellos tiempos. La gente no era escéptica, pues seguía creyendo en el arte de la profecía, pero asumía que no todo el mundo era sincero con sus habilidades.

Escandinavia, Europa Central y ámbito celta

En las regiones germánicas y escandinavas, destacaron las Völvas como depositarias de los conocimientos religiosos y mágicos. Aunque se las considera las predecesoras de las brujas, su posición era similar a la de los druidas en el ámbito céltico. Estas mujeres eran profetisas, sacerdotisas y curanderas, e inspiraban gran respeto —temor, incluso— entre los miembros de su comunidad. Solían utilizar las runas para predecir el futuro, pero al igual que en otros lugares, se servían de métodos variados para conocer la voluntad divina.

Como muchas mujeres poderosas, portaban una varita, a modo de «falo artificial», lo que evidenciaba que su estatus era similar o incluso superior al de un hombre. Por otro lado, en las regiones célticas, los druidas no solo cumplían funciones religiosas y proféticas, sino que también eran jueces y líderes tribales. Aunque se ha hablado mucho de sus experiencias extracorporales y sus contactos con el Otro Mundo, su importancia siempre trascendió la dimensión espiritual, razón por la cual los romanos decidieron exterminarlos como medida preventiva.

Den ældre Eddas Gudesange. Gjellerup, Karl (1895).
Den ældre Eddas Gudesange. Gjellerup, Karl (1895).

América

Calendario Maya
Calendario Maya

Entre las tribus de los nativos americanos destacaron los Hopi y su famosa «piedra de la profecía», y en concreto, los lakota. Las prácticas adivinatorias eran de tipo natural y debido a la aparición tardía de fuentes escritas y a la increíble complejidad de las lenguas amerindias, resulta complicado aproximarse a este aspecto de su cultura. Además, la mayoría de las profecías reseñables surgieron a la llegada de los colonos, por lo que cabe suponer que muchas fueran adulteradas en años posteriores. Mención aparte merecen los Mayas, los Aztecas y los Incas, que alcanzaron un nivel de institucionalización religiosa nada desdeñable y que poseían amplios conocimientos astrológicos.

Las Siete Profecías Mayas dieron mucho que hablar durante años, al menos hasta 2012, con el final del Baktun, y muchos aún creen que las predicciones se cumplieron, pero que no hemos sabido interpretarlas correctamente.

Profetas del monoteísmo

Merlín, de Gustav Doré (1832-83)
Merlín, de Gustav Doré (1832-83)

Tras el declive del politeísmo, fueron los profetas de las tres grandes religiones monoteístas quienes se alzaron con la victoria. De Moisés al nacimiento de Jesús, y de los Evangelistas a la aparición de Mahoma, los textos sagrados están plagados de profetas y adivinos. Pero de todas las profecías realizadas, es la del Apocalipsis de San Juan la que ha traído de cabeza a los investigadores, pues hay quien cree que se refería a la caída del Imperio Romano, y no a la época actual. También existían muchas profecías que hablaban del retorno de los judíos exiliados a la Tierra Prometida, algo que, en efecto, ocurrió. Y otros, en cambio, se centraron en la venida de los Anticristos, de los cuales parece que solo falta uno.

En general, todos estos individuos se consideran personajes oficiales e históricos, pero hubo uno cuya existencia discurrió entre el mito y la realidad, y que alcanzó gran fama en relatos y leyendas medievales: El bardo y mago mítico Merlín, cuyas supuestas profecías fueron la guía de actuación de reyes como Luis el Gordo.

De época medieval, no obstante, destacaron otros profetas mucho más fáciles de rastrear: San Isidoro de Sevilla, San Malaquías, Hroswitha, Santa Hildegarda, Leonardo Da Vinci, Ramón Llull y Roger Bacon, de quien se dice que además era nigromante, y por último la misteriosa Madre Shipton, cuyas predicciones futuras ofrecen un panorama realmente perturbador.

El don de la profecía en época moderna

Retrato de Nostradamus
Retrato de Nostradamus

Corría el año 1503, en Francia, cuando nació un niño de inteligencia prodigiosa, descendiente de la tribu de Isacar. Al convertirse al cristianismo adoptó el nombre de Michel de Notre-Dame, y más adelante, el apodo latino de Nostradamus. Este joven estudió lenguas clásicas, medicina, astrología, botánica, y muy posiblemente, Cábala y prácticas mágicas. Tras la muerte de su primera esposa y sus hijos, comenzó a sufrir visiones. A los 44 años volvió a tomar esposa y tuvo a su hijo César (cuya habilidad profética parecía manifestarse a través de los dibujos). En 1555 salieron a la luz sus primeras Centurias, y su éxito llegó a oídos de la reina Catalina de Francia, quien lo alejó de las garras del Santo Oficio y lo convirtió en su astrólogo personal.

Tras profetizar con éxito la muerte de Enrique II, su relevancia no dejó de crecer. Durante su estancia en la corte se granjeó algunos enemigos, y se sabe que gracias a su don evitó un intento de asesinato. Nostradamus moriría en 1566; hecho que también fue capaz de prever con antelación, y su tumba se convertiría en un lugar de peregrinaje.

Lejos de desaparecer, sus famosas cuartetas aún se estudian en la actualidad y su nombre aparece junto a los de otros grandes ocultistas y profetas de su época, como es el caso de John Dee o Paracelso.

Profetas y científicos

Retrato de Isaac Newton, Godfrey Kneller (1689)
Retrato de Isaac Newton, Godfrey Kneller (1689)

Casi todo el mundo ha oído hablar de los trabajos científicos de Isaac Newton, pero no todos saben que también sentía un gran interés por la magia y la alquimia, y que escribió algunas profecías en las que preveía el fin del mundo en torno al año 2060. Este interés por el ocultismo resulta extraño desde nuestra perspectiva, pero antes era habitual que los científicos investigaran ramas menos ortodoxas del conocimiento. Por lo general, la gente con grandes dotes intelectuales no suele dejarse llevar por prejuicios y no se conforma con segundas opiniones. Hubo más casos aparte del de Newton, pero la mayoría se mostraron más interesados en asuntos de naturaleza práctica y decidieron mantener el resto de sus indagaciones en secreto.

El siglo XIX y la proliferación de los médiums

Entre los siglos XVIII y XIX se produjo un resurgimiento de prácticas adivinatorias como el Tarot o la cartomancia (que data de época egipcia), del horóscopo (que apareció en el siglo V a.C.), y de las runas (c. siglo II d. C.). Las séances o sesiones de espiritismo, atrajeron a multitud de farsantes, y fue en este momento cuando el don de la profecía comenzó a perder su prestigio, y pasó a convertirse en la comidilla de los escépticos.

Fotografía de una Séance, (siglo XIX)
Fotografía de una Séance, (siglo XIX)

Las nuevas corrientes de pensamiento científico (entre ellas, el psicoanálisis) comenzaron a desterrar cualquier rama de conocimiento que no pudiera ser probada con métodos cuantificables, y las profecías se atribuyeron a estados alterados de conciencia, enfermedades mentales o misterios del subconsciente. Durante el siglo XIX creció también el interés por el mundo de los espíritus y por el Vudú, (cuya practicante más famosa fue Marie Laveau) y surgieron filosofías religiosas con una importante base mágica y pagana, como la Thelema de Aleister Crowley. Este ocultista también alcanzaría gran influencia y tendría muchos admiradores.

Profetas de los siglos XX y XXI

Edgar Cayce
Edgar Cayce

El siglo XX se caracterizó por el nacimiento del neopaganismo —su fundador fue el ocultista y adivino Guido Von List— así como la escritura de manuales para la lectura de las runas, y una explosión de nuevos horóscopos y tendencias religiosas no oficiales. El oficio de adivino se mercantilizó de forma mucho más evidente y se pusieron en venta productos esotéricos, de forma que estos se volvieron accesibles a cualquier persona interesada en ellos. Pero, fuera del ámbito religioso, hubo otro profeta que sí captó el interés de una sociedad mucho más laica: Edgar Cayce. Este hombre, que nació a finales del siglo XIX, empezó a tener visiones a raíz de un golpe en la cabeza que casi lo dejó en coma cuando era pequeño. De adulto se lo consideró nada más y nada menos, que el mayor místico desde Casandra de Troya (lo que, en mi opinión resulta muy exagerado). Cayce se sometía a sesiones de hipnosis, que era cuando se desataban sus habilidades psíquicas. En muchas ocasiones hablaba de detalladas curas médicas, aunque él jamás estudió medicina, y contestaba a las preguntas de sus visitantes.

También realizó numerosas predicciones, entre ellas las de las dos guerras mundiales y catástrofes de tipo geológico que aún no han sucedido, pero que tienen bastante fundamento científico. No obstante, sus profecías resultaban demasiado vagas y no excedían en gran medida los conocimientos que los científicos poseían sobre los movimientos tectónicos. Si bien hablaba de una hambruna mundial, seísmos y tsunamis, su información no se diferencia de lo que sus predecesores auguraban varios siglos antes de su nacimiento.

Los mayores aciertos, no obstante, fueron profetizados inconscientemente en obras de ciencia ficción, sobre todo las escritas por Isaac Asimov, Carl Sagan, o Julio Verne, que adivinaron qué tecnologías se desarrollarían y cómo cambiaría la mentalidad de la gente. Y los avances informáticos del siglo XXI, en concreto los que incluyen la inteligencia artificial, parecen considerar las matemáticas como la fuente más fiable de predicciones futuras, igual que la antigua secta pitagórica o una práctica adivinatoria denominada «numerología». De hecho, los «bots» que analizan la información vertida en la red, se están utilizando para predecir el futuro. Todo indica que la nueva adivinación carecerá de intervención divina, y se basará en la idea de que el comportamiento social y los cambios en nuestro planeta pueden preverse con antelación, si se utilizan las herramientas adecuadas.

Conclusión

El interés por el don de la profecía, por lo tanto, es un reflejo de nuestra mente previsora; de nuestro deseo de supervivencia, y ya sea a través de entidades sobrenaturales, personas con dones excepcionales, avances informáticos, tecnológicos o biológicos, las personas seguirán intentando asomarse al futuro, y ver qué les depara.

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