Randy Newman. Qué grande es ser americano

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La noche del 18 de diciembre de 1970, el compositor y cantante estadounidense Randy Newman estaba viendo The Dick Cavett Show en la televisión. Cavett conducía un debate sobre la segregación racial en el que participaban Lester Maddox (político del Partido Demócrata), Jim Brown (jugador negro de fútbol americano) y Truman Capote (periodista y escritor). Maddox, segregacionista acérrimo, se hizo famoso en 1964 cuando, un día después de la entrada en vigor de la Ley de Derechos Civiles, impidió, armado con una pistola, que varios negros entraran en su restaurante Pickrick en Atlanta. En un momento del debate, Cavett llamó fanáticos a quienes, con sus votos, habían convertido a Maddox en gobernador del Estado de Georgia en 1967. Maddox se ofendió, e, insatisfecho con las disculpas ofrecidas por Cavett, abandonó el plató.

Newman odiaba todo lo que defendía Maddox, pero le ofendía que al gobernador racista no le concedieran la oportunidad de mostrarse como tal. Y entendió que un habitante de Georgia pudiera sentirse ofendido por la forma en que fue tratado su gobernador. Newman detectó ahí un ejemplo del conflicto entre la gente sencilla de la América rural y los presuntuosos intelectuales de las grandes ciudades de la costa Este. Hace casi medio siglo ya se percibía esa tensión como un campo a explotar electoralmente (de hecho, Cavett sospechaba que la huida de Maddox no era más que una artimaña publicitaria). Quizá sea interesante comparar las descalificaciones que, desde posturas liberales, sufrieron los votantes de Maddox con las que sufren hoy quienes, con sus votos, han convertido a Donald Trump en el 45º presidente de los Estados Unidos.

Del recuerdo de ese incidente en The Dick Cavett Show nació una de las mejores y más polémicas canciones de Newman: Rednecks (‘Paletos’), que abría su disco Good Old Boys (Reprise, 1974). Quien canta en Rednecks es un paleto sureño que describe con orgullo la estupidez de los suyos: «Bebemos demasiado y hablamos demasiado alto / Somos demasiado estúpidos como para no hacerlo en una ciudad norteña / Y tenemos a los negros a raya». El estribillo es demoledor: «Somos paletos / Y no distinguimos nuestro culo de un agujero en el suelo». Parece una elegía de la estupidez sureña, situada en un extraño punto intermedio entre el ejercicio de intolerancia de parvulario de Neil Young en Alabama (1972), y la atolondrada idealización del Sweet Home Alabama (1974) de Lynyrd Skynyrd.

Carátula de ‘The Randy Newman Songbook’ (2016)| www.nonesuch.com

Pero cuando apenas queda un minuto de los tres que dura Rednecks, el paleto conservador sureño se dirige a los progresistas norteños (los mismos que llaman fanáticos, intolerantes a los sureños) para reconocer que «Aquí abajo somos demasiado ignorantes para darnos cuenta / De que el norte liberó a los negros». Sí, les hizo libres para poder encerrarlos en guetos como Harlem (Nueva York), Roxbury (Boston) o Hough (Cleveland), remata el perspicaz paleto. En una escucha superficial, las canciones de Newman ofrecen una magnífica oportunidad para que los progresistas urbanitas (sus oyentes habituales) se reafirmen en su superioridad moral ante los conservadores de la América rural. Pero una escucha atenta siempre pone al descubierto la hipocresía de esos progres.

A través de su cancionero, Randy Newman realiza un portentoso y corrosivo retrato de una parte de la sociedad estadounidense que no suele tener protagonismo en la música popular; porque los protagonistas-narradores habituales de sus canciones no son precisamente ejemplos de virtud: esclavistas que se creen salvadores (Sail Away), xenófobos (Yellow Man), paletos orgullosos de su estupidez (Rednecks), dipsómanos (Rollin’), patriotas enloquecidos (Political Science), acosadores agazapados (Suzanne), politoxicómanos (Guilty), individuos que se burlan de los niños (Short People), cantantes que se burlan de sus fans (Lonely at the Top), dioses que se burlan de los hombres (God’s Song), etcétera.

Newman describe con precisión el ambiente costumbrista en el que se mueven unos personajes que, aunque tienen algo de caricatura, están tan bien construidos, son tan verosímiles que, si el oyente no detecta la ironía, es fácil que piense que el propio intérprete es un racista chovinista borracho. Se decía del pintor griego Zeuxis que pintaba racimos de uva con tanta perfección que los pájaros picoteaban en ellos. Randy Newman pinta personajes inmorales con tanta perfección que los moralistas no sólo picotean en ellos, sino que además creen que esos personajes son el propio intérprete, al que también quieren picotear.

Porque una de las claves está, precisamente, en la ironía (y muchas veces el sarcasmo, la sátira) que baña sus letras. Por medio de la ironía nos burlamos de lo que se considera intocable, incuestionable. Si participamos de ella, puede proporcionarnos una manera diferente de ver la realidad. Pero si no conectamos con ella, la ironía puede cortocircuitar nuestros hábitos mentales y producir rechazo. Newman cree que, cuando una canción funciona, el público entiende que una cosa es el intérprete y otra el personaje que canta. Las polémicas en las que se ha visto envuelto demuestran que se equivoca. Newman siempre afirma que no le gusta la polémica, pero reconoce que no puede evitar componer así. «Nunca podría escribir como Elton John aunque lo intentara».

Pero en sus canciones también hay espacio para el romanticismo (I Think It’s Going to Rain), el amor (Marie), el sexo (You Can Leave Your Hat On), la compasión (Old Man), los recuerdos de infancia (Dixie Flyer) o la crítica social (Louisiana 1927). Eso sí, siempre con alguna pincelada humorística, unas veces amable, luminosa, otras negrísima. La mordacidad con la que retrata su país hace que Newman tenga más fans en Europa. Pero, como dijo una vez, «me parece que les gusto [a los europeos] porque creen que odio América. Qué deprimente». Ser crítico no implica odiar, y, además, el antiamericanismo –como señala el ensayista e historiador francés Jean-François Revel– a veces no es más que una coartada para la irresponsabilidad de los europeos. El uso que Newman hace de la palabra América en sus canciones para referirse únicamente a Estados Unidos tiene ese doble filo con el que se acaban cortando muchos fanáticos de la corrección política.

Rednecks o paletos estadounidenses
Rednecks o ‘paletos’ estadounidenses| www.diariodelviajero.com

Igual que sus canciones revelan la hipocresía de los progres americanos cuando juzgan a sus compatriotas conservadores, Newman ha compuesto canciones que resaltan la hipocresía de los europeos cuando juzgan a los americanos. Ahí está In Germany Before the War, inspirada en el asesino en serie Peter Kürten –que inspiró M, el vampiro de Düsseldorf (1931), la película de Fritz Lang–, que retrata los primeros indicios del horror que estaba a punto de estallar en Alemania con el auge del nazismo. Pero las letras más explícitas y envenenadas están en The Great Nations of Europe, donde se describe con sarcasmo a los conquistadores europeos de los siglos XV y XVI como lo que (en buena medida) fueron: unos carniceros.

Si Newman hubiera cantado en la Atenas del siglo IV a.n.e., Platón le habría censurado sin contemplaciones, pues pensaba que en un estado bien regulado el arte sólo debería proporcionar ejemplos de virtud. Algo parecido debieron pensar un puñado de guardianes de la moral cuando censuraron la arriba mencionada Short People en 1977, al pensar que Newman (y no el intolerante personaje creado por él) se burlaba de los niños. ¡No dejéis que los niños se acerquen a Randy! Quizá en 1995 esos mismos censores cantaron con sus hijos la oscarizada You’ve Got a Friend in Me, de la película Toy Story, que también compuso Newman.

Aunque siempre ha contado con la admiración de la crítica y de otros grandes músicos, su carrera como intérprete ha sido mucho menos exitosa (a nivel popular) que como compositor cinematográfico. Pero lo que tienen en común todas sus composiciones es su dominio absoluto de casi todos los géneros de la música popular americana: blues, country, rhythm and blues y jazz vía Nueva Orleans, pop del Brill Building, ragtime, americana al estilo de Aaron Copland, etcétera. Desde su primer disco de estudio en 1968, Newman ha conseguido destilar todos esos estilos en canciones de formato pop con un sonido absolutamente reconocible. En The Randy Newman Songbook, el recentísimo recopilatorio que reúne 56 de sus mejores composiciones interpretadas con el único acompañamiento del piano, se hace patente su maestría como compositor total.

Habrá quien piense que Newman quiere reírse de todos y ponernos a cada uno en nuestro sitio, que es un moralista. Y por supuesto que lo es. Pero no de los que prescriben, de los que nos dicen cómo debemos ser, porque se creen capaces de distinguir con nitidez lo que está bien y lo que está mal. Randy Newman es un moralista que describe a los hombres y sus costumbres; y, como todo gran conocedor de la naturaleza humana, sabe transmitir lo defectuosa que puede llegar a ser. Por eso sus canciones, además de emocionarnos o divertirnos, también nos pueden enseñar a juzgar menos a los demás y ser más compasivos. Y eso sólo está al alcance de los genios.

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