Hay cachorros de tigre queriendo morder las aceras.
Yo soy la calle y soy el semáforo extendiéndose sobre un pie desconocido.
Esta no es mi ciudad.
Ésa tampoco es mi boca.
Esta voz no es la que conozco y es un mirarse al espejo
y contar del uno al diez, del uno al diez
como los juegos descabellados de los niños que empiezan a hablar.
Me besas y es un sueño seco.
Soy la mantarraya de un océano inexistente.
Las rocas se lanzarán hacia los cuerpos, tocarán los timbres,
envidiarán las sombras que proyectan los árboles tristes.
Cientos de bocas sonríen por la llegada del apocalipsis.
En los sueños todos somos hacedores.
En los sueños nadie teme al artículo YO, nadie teme al ego,
nadie justifica su existencia a través de la palabra.
Otra vez el tigre.
Ha venido a ahogarse.
Otra vez un tigre y miles de cachorros de tigre.
Qué tierno es morir con sus dientecillos clavándose en mi pierna.
Me está besando.
Hay rayas en mi espalda.
Tomo un mar para escuchar el sonido de las conchas.
Le enseño a respirar al tigre.
Bajo el agua.
Está verde.
Y sonríe.
Y sonríe.