¡Vaya usted a saber por qué!

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Excepto sábados y domingos, hacía mil metros diarios. Como la piscina era olímpica, iba y venía veinte veces. Nadaba alternando los cuatros estilos, aunque el mariposa no se le daba muy bien. No es que le gustase de forma especial la natación, de hecho le aburría un tanto, pero consideraba que era buena para su espalda. Porque tenía problemas de espalda. En el trabajo pasaba la mayor parte del tiempo sentada frente al ordenador y esto le cargaba las lumbares y las cervicales. Además, la tensión en el cuello le producía frecuentes dolores de cabeza. Por eso evitaba conducir, aunque se veía obligada a coger el coche para traer y llevar a sus dos vástagos al colegio. Gracias a Dios y a un buen pico de su sueldo, tenía una chica ecuatoriana que hacía la comida, limpiaba la casa y cuidaba de los niños hasta que ella volvía al hogar a eso de las nueve de la noche. Esto le permitía ciertas libertades y así, después de la natación, iba los lunes a clases de inglés, los martes a cerámica, los miércoles a taichí, los jueves al cine o al teatro con las amigas y los viernes a cenar y ayuntar con su amante. Todo ello, más algún canguro y las clases particulares de sus hijos, le llevaba otro buen pico de su sueldo. Las clases de guitarra y kárate para el niño y las de piano y danza para la niña eran cosas del padre. Los sábados los empleaba en lavar la ropa, ordenar armarios, hacer la gran compra en el hipermercado y educar con gran empeño y desesperación a sus asilvestrados vástagos. Eso sí, los domingos, después de comer, su ex-marido se llevaba a los niños y ella quedaba libre por completo en el hogar, dulce hogar. Entonces se dedicaba a su verdadera pasión: la lectura de novelas. Se preparaba un té verde sin azúcar, encendía una vela aromática, ponía una música suave, se arrellanaba en el sillón ergonómico y abría el libro. A los diez minutos, ¡vaya usted a saber por qué!, dormía profundamente. Y seguía durmiendo hasta que sus hijos volvían a la noche, alborotados y atiborrados de los mil caprichos que les había dado su papá.

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