Entre los días 2 y 4 de noviembre de 1966, el río Arno -que recorre la Toscana- sufrió una crecida sin igual debido a las numerosas precipitaciones sobre la zona. La intensidad de estas lluvias fue tal que el río se desbordó tomando las calles de Florencia. El impacto que esta gran inundación produjo fue descomunal: según el diario italiano Corriere della Sera «al menos 1.500 obras de arte resultaron dañadas, más de un millón de volúmenes de libros quedaron sumergidos, 30.000 automóviles barridos, 18.000 familias quedaron afectadas por las inundaciones y 4.000 quedaron sin hogar». Además hubo víctimas mortales tanto en Florencia como en otras partes de la provincia y la zona quedó incomunicada al fallar la corriente eléctrica y la infraestructura telefónica. El nivel del agua estuvo cerca de los cinco metros en algunas de las zonas de la ciudad, convirtiendo las calles de la misma en grandes ríos y haciendo que toneladas de barro, agua y piedras dañasen todo a su paso. De este modo, el centro histórico de la cuna del Renacimiento quedó sumido en el caos.
El 4 de noviembre de 1966, día en que se produjo el culmen de este desastre natural, se celebraba en Italia la Giornata dell’Unità Nazionale e delle Forze Armate, que conmemoraba la victoria italiana frente al Imperio Austrohúngaro en la batalla de Vittorio Veneto en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Gracias a esta festividad, mucha gente había abandonado la ciudad y la gran mayoría de los negocios se encontraban cerrados; esto salvó muchas vidas, aunque el cierre de distintos edificios hizo que la entrada de agua causase mayores destrozos.
Los deterioros que esta catástrofe ocasionó en el patrimonio histórico-artístico de Florencia son incalculables. Dos tercios de la ciudad habían quedado inundados, por lo que miles de obras de la Biblioteca Nazionale Centrale acabaron entre el lodo, al igual que diversos cuadros, esculturas y frescos de los principales museos y palacios. Edificios como el Palazzo Vecchio, la Galería de los Uffizi, el Duomo o la Iglesia de Santa Croce se vieron afectados por el agua. Especial mención merece el Baptisterio, cuyas maravillosas Puertas del Paraíso, realizadas por Lorenzo Ghiberti, se quebraron debido a la presión del agua. Manuscritos, mapas, libros, pinturas, esculturas… quedaron sumergidos durante horas y se perdieron entre el barro, muchos de ellos para siempre, ya que ni siquiera las restauraciones posteriores pudieron salvarlos.
La prensa y la televisión internacionales se hicieron eco de la noticia de forma casi inmediata y pronto distintos comités y organizaciones de numerosos países iniciaron grandes labores de ayuda a la ciudad. Dentro de este desorden destaca el surgimiento de unos «ángeles», un grupo de jóvenes quienes tras las inundaciones, de forma individual y altruista, acudieron a Florencia para restituir el patrimonio dañado. Estos hombres y mujeres de diversa procedencia se dieron la mano para combatir unidos los estragos causados por esta gran inundación.
Con la vuelta del Arno a su cauce natural, el trabajo de los angeli del fango comenzó: debían rescatar las obras de arte. Entraron en palacios, museos e iglesias y se encargaron de transportar y poner a salvo distintas piezas, retirar el lodo y limpiar los edificios. Se trató de una campaña impulsada por voluntarios, quienes junto a restauradores y otros especialistas de diversos ámbitos, se organizaron y trabajaron en nombre de la historia del arte para impedir que las pérdidas resultaran aún mayores de lo que ya fueron.
El número de angeli del fango que trabajaron en Florencia en los días posteriores al aluvión supera con creces los mil, muchos los cuales ni siquiera están identificados. Algunos estuvieron realizando estas labores tan sólo unos días; otros, durante semanas y meses. Toda ayuda era bienvenida. Este grupo de jóvenes llegó principalmente de distintas regiones de Italia, aunque los listados registran nombres de otras procedencias, como Francia, Alemania, Reino Unido o Estados Unidos.
De entre las obras que hubo que recuperar y restaurar destaca una de las piezas más relevantes de los últimos años de Donatello, su Magdalena penitente, una escultura de gran tamaño realizada en madera a mediados del siglo XV. Otros nombres de artistas italianos de gran importancia aparecen entre las obras salvadas: Sandro Botticelli, Paolo Uccello, Lorenzo Monaco, Fra Angelico, Cimabue, Domenico Veneziano o Cosimo Rosselli.
El Cristo de Cimabue, custodiado en la Iglesia Santa Croce, se ha convertido en un símbolo de todos estos sucesos. Esta iglesia fue uno de los monumentos más afectados por el agua. El interior quedó completamente inundado, cubriendo el agua una altura que superaba los cuatro metros. Cenni di Pepo (1240-1302), conocido comúnmente como Cimabue, fue uno de los artistas que abrió las puertas al Renacimiento, realizando obras en un estilo bizantino pero ya tendiendo al naturalismo, como es el Cristo crucificado de Santa Croce. La obra fue encontrada en unas condiciones pésimas, pero gracias a las restauraciones se ha salvado parcialmente su imagen original, si bien más de la mitad de la pintura se ha perdido.
A día de hoy, paseando por Florencia, se pueden ver distintas placas que muestran la altura que alcanzó el agua en distintos puntos de la ciudad, dejando constancia de este suceso. Pese a todo el mal que trajeron estos hechos se pudo ver algo de luz gracias a estos angeli del fango, que mostraron al mundo su compromiso con la cultura, la historia y el arte, un legado que nos pertenece a todos.
Muy interesante que muestra la potencia de las personas que quieren luchar por su herencia cultural sin esperar a que sea el Estado a que dé el primer paso. Porque la construcción y la reconstrucción de la polis es responsabilidad de yodos y todas.
Muy interesante,no lo conocía
Mismas fechas que las inundaciones de este año de Venecia, aunque esta vez con menos destrozos. Hay que valorar y salvar el arte. Buen artículo.