Mientras disfrutaba de una de mis acostumbradas tardes de café y charla con el ilustrado José Braulio Mondragón Abuín, a quien considero el mayor experto y devoto seguidor de Domingo Fontán, nos adentramos en una de sus grandes pasiones: el injusto olvido de tan eminente erudito en la historia, quien legó una obra monumental que transformaría para siempre el desarrollo y el conocimiento de su tierra, Galicia.
A pesar de los numerosos homenajes y reconocimientos que, con el paso de los años, han tratado de devolverle el lugar que le corresponde, Fontán sigue siendo una figura incomprensiblemente olvidada en Galicia, y más aún en el resto de España. Este hecho no deja de ser curioso, ya que es una de las seis personas que descansan en el Panteón de Gallegos Ilustres. Sin embargo, mientras es común encontrarnos con personas que conocen a Rosalía de Castro o a Castelao, pocos saben de Domingo Fontán.
BIOGRAFÍA
En su niñez, Domingo Fontán Rodríguez (Portas, 1788-Cuntis, 1866) se formó con el sacerdote de Noia y aprendió inglés y francés durante los veranos a través de presbíteros emigrados de Francia. A la temprana edad de doce años ingresó en la universidad, destacando rápidamente en sus estudios. Cumplidos los veinticuatro, había alcanzado ya importantes éxitos académicos, siendo catedrático, licenciado en Teología y doctor en Artes y Ciencias Exactas.
En el ámbito político, es importante señalar que, entre 1836 y 1843, Domingo Fontán ocupó acta de diputado en las Cortes, representando a las provincias de Pontevedra, Lugo y A Coruña. Como empresario dirigió de manera excepcional la fábrica de papel de Lousame, cerca de Noia. También participó en el diseño de la primera vía de ferrocarril de Galicia, aunque no llegó a verla construida. En 1835 fue nombrado director del Observatorio Astronómico de Madrid por la reina María Cristina. Son sólo algunos de sus numerosos logros.
El maestro de Domingo Fontán en ciencias fue el insigne José Rodríguez González, conocido como «el matemático de Bermés». Uno de los mayores éxitos de este brillante científico fue contarse entre los responsables del establecimiento de la longitud del metro, lo que lo convirtió en uno de los padres del sistema métrico decimal. Su genio fue reconocido por figuras de la talla de Pierre-Simon Laplace, y su contribución a la ciencia europea es de tal magnitud que bien merecería otro artículo, dedicado exclusivamente a su legado.
Este célebre catedrático fue el responsable de inculcarle al portense la necesidad de elaborar un mapa científico para el desarrollo del país. Por aquel entonces, la revolución industrial avanzaba con rapidez en varios países de Europa, mientras que España atravesaba un momento de estancamiento. Así, el eminente tutor de Fontán, se dio cuenta de que la construcción del ferrocarril en España pasaba por disponer de una descripción lo más exacta posible de su topografía, especialmente en una región tan compleja como Galicia. Así lo manifestó cuando le propuso la idea a la Junta Central del Reino: «Toda nación civilizada que desea la prosperidad de su país debe tener a la vista un diseño exacto de éste». Pero Rodríguez González no se limitó a hacer germinar esta idea en Fontán, sino que también se encargó de adquirir varios aparatos de medida en sus viajes por Europa, instrumentos que serían esenciales para el posterior y revolucionario trabajo de representación geográfica del territorio gallego.
EL MAPA
Además de las claras ventajas de contar con un mapa elaborado con el mayor detalle y precisión posibles, ¿por qué es tan importante este mapa, la Carta Geométrica de Galicia, en sí mismo? ¿Hasta qué punto es relevante? Tras toda una vida escuchando hablar sobre Fontán, me lancé a buscar respuestas y lo cierto es que he hallado un cúmulo de gratas sorpresas.
La España del siglo XVIII se hallaba rezagada en comparación con los avances científicos y técnicos que estaba experimentando el resto de Europa occidental, incluida la cartografía. Francia, en cambio, era puntera en la disciplina. Su obra magna hasta el momento era el mapa de Cassini, primer mapa topográfico y geométrico establecido a escala del reino de Francia. Este trabajo le fue encargado en 1747 a César-Francois Cassini por el rey Luis XV y realizado por varias generaciones de la familia de aquél a lo largo de unos sesenta años. El mapa resultante supuso un punto de inflexión a nivel internacional en el ámbito de la cartografía, pues fue el primer mapa hecho con tal nivel de detalle siguiendo métodos científicos. También los británicos iban por delante, como atestigua el levantamiento trigonométrico de Escocia por el Ordnance Survey en 1791. Al igual que el mapa de Cassini en Francia, este levantamiento se basó en técnicas de triangulación y se utilizó para mejorar la exactitud de los mapas nacionales.
En el caso de España, el único trabajo realizado con métodos modernos de triangulación y medidas astronómicas con anterioridad a la carta geométrica de Fontán fue el Atlas Marítimo de la Armada, con Vicente Tofiño de San Miguel a la cabeza del proyecto, que se publicaría en 1789. Un trabajo remarcable y de relevancia capital para el país, pero aún lejos del grado de detalle y exactitud de la magnífica carta geométrica que nos legó Fontán.
Todos estos proyectos gozaban de financiación y colaboración estatal, pero Fontán sólo contaba con el auxilio de su hermano y de un par de amigos. Éstos se encargaban de tomar medidas al nivel del mar que le servirían de referencia para los estudios barométricos y de temperatura. Fontán emprendió su odisea estableciendo como punto de partida de su triangulación la torre de la Berenguela de la Catedral de Santiago, para lo que localizó su latitud mediante medidas astronómicas. Si fuera necesaria una prueba de la meticulosidad de sus procedimientos, encontraríamos la primera de ellas en esta acción: dado que Fontán no se sentía satisfecho con medidas que no fueran excelentes, midió hasta 150 veces la posición de la estrella polar y unas 200 la de Orión.
Como no podía ser de otra manera en el caso de un individuo sometido a tal grado de autoexigencia y con una tremenda cultura del esfuerzo, Fontán recorrió Galicia sin pausa -a pie, en burro y a caballo-, completando su trabajo en tan solo 17 años, entre 1817 y 1834. Todo ello lo hizo en una época en la que transitar por semejantes caminos era cualquier cosa menos seguro, pero el futuro con el que soñaba para su tierra era más deslumbrante que cualquier obstáculo en el camino. Una vez concluida la ardua tarea de efectuar mediciones y cálculos, se encargó la creación del mapa a dos eminencias en la materia: los cartógrafos L. Bouffard y Lémércier. Posteriormente, como reconocimiento a sus logros, Domingo Fontán fue nombrado miembro de la Sociedad Geográfica de Francia en una sesión celebrada el 2 de marzo de 1838.
Para conceder el lugar que se merece a este trabajo, cabe insistir en que los otros mapas se hicieron con mucho más tiempo y medios económicos y personales, mientras que Fontán lo hizo prácticamente solo y sin recursos. Por si esto fuera poco, el mapa de Fontán no sólo es relevante a nivel gallego o nacional, sino que constituye en sí mismo un hito en la cartografía mundial, pues hasta ese momento no existía un mapa científico con semejante nivel de detalle en todo el mundo. La Carta Geométrica de Galicia no era ni mucho menos el primer trabajo científico minucioso que se hacía en cartografía, pero sí que sobresalía por su detallismo y escala de 1:100.000. En comparación con otros trabajos coetáneos, podía no tratarse del que más extensión abarcaba, pero sí el que más información ofrecía, pues indicaba las 4.000 iglesias de las parroquias gallegas junto con todos los accidentes geográficos importantes, alcanzando un nivel de precisión que no fue superado hasta la aparición de la fotogrametría aérea.
Es imprescindible recalcar que el conjunto del trabajo político, científico y de defensa de Galicia por parte de Fontán no pueden ser ignorados, ni siquiera ensombrecidos por hitos tan significativos como el que constituiría su obra cumbre. Si me he centrado en resaltar la importancia de su contribución como cartógrafo es porque echaba en falta una contextualización que hiciera si cabe más admirable el logro del científico. Ahora bien, estudiando y, sobre todo conversando acerca de Fontán, he llegado a comprender la raíz de la pasión y el descontento de Braulio frente al evidente abandono institucional de tan inolvidable figura.
Perdernos en la Historia es un error imperdonable, y más aún si tenemos un mapa.