El 5 de mayo de 1821 moría en una pequeña isla llamada Santa Elena situada en el Atlántico sur Napoleón Bonaparte. Esa fecha y lugar quedarán para siempre grabados en la historia ya que, como se suele decir, a partir de ese momento moría el hombre y a su vez nacía el mito.
Mucho se ha escrito y estudiado desde entonces sobre la figura del emperador francés. Innumerables biografías, ensayos, novelas o tesis nos han mostrado todas las visiones posibles del personaje. Su ascenso al poder, sus campañas militares, su personalidad, hasta sus relaciones amorosas han sido desgranadas y estudiadas por un sinfín de autores e historiadores.
Sin embargo, a pesar de que la literatura al respecto es extensa, no ocurre lo mismo con el cine. Por alguna extraña razón la figura de Napoleón se le ha resistido, en cierta medida, a este mundo. Hay películas que cuentan con Napoleón como figura principal, pero son películas que solo tratan aspectos o hechos puntuales de su vida. Ejemplo de ello son Desirée (1954), en la que a Napoleón le da vida nada más y nada menos que Marlon Brando, o Waterloo (1970). Pero, a pesar de que son grandes películas, no dan una visión de conjunto de toda su vida, es decir, no son un biopic. Quizás, a excepción de alguna producción francesa en formato de serie para televisión, la única película digna de mencionar sea Napoleón (1955), dirigida por Sacha Guitry, también de producción francesa.
Y no ha sido porque no haya habido intentos de llevar la vida de Napoleón a la gran pantalla. Uno de los primeros fue el del director francés Abel Gance. Su película Napoleón (1927), a pesar de ser revolucionaria en su forma de ser filmada, solo trata desde su paso por la academia militar hasta su nombramiento como general y la batalla de Montenotte. La cinta de Gance formaba parte de un gran proyecto de seis películas que pretendía englobar toda la vida del emperador francés. Sin embargo, el gran costo de la primera película hizo que los estudios retirasen la financiación y el proyecto hiciera aguas. Tendrían que pasar unos cuarenta años para que otro director decidiera aceptar el desafío de llevar al cine toda la vida de uno de los mayores personajes de la historia, y no podía ser otro que Stanley Kubrick.
Corría el año 1968 y Kubrick acababa de estrenar su obra de ciencia ficción 2001, una odisea en el espacio. Se puede decir que en ese momento Kubrick ya era un director consagrado dentro de la industria. Su estilo y su carácter en los rodajes seguía siendo el mismo de siempre, pero ya no era ese joven al que un día Kirk Douglas amenazó subido en su caballo durante el rodaje de Espartaco. Después de 2001, nadie sabía cuál sería la siguiente película del director de moda, puede que ni siquiera él mismo lo supiera. Como le dijo en una entrevista a Vicente Molina Foix en 1980: “Cuando termino una película nunca tengo en la cabeza el siguiente filme que quiero hacer, ni sé lo que va a ser. La única consideración que me hago es que no me gustaría realizar una película semejante a otra que ya haya hecho”. Es por eso, quizás, que se decidiera a embarcarse en la tarea de hacer una película sobre Napoleón. Primero, porque no se parecería a nada de lo que había hecho antes, y, segundo, porque el personaje le atraía mucho, tal y como le comentó al periodista Joseph Gelmis cuando le preguntó el porqué de realizar una película sobre Napoleón: “En primer lugar porque me fascina el personaje. Su vida se ha descrito como un poema épico de acción. Su vida sexual era digna de Arthur Schnitzler. Fue uno de esos hombres raros que trastocan la historia y modelan el destino de su época y de las generaciones venideras […]. Y no hay que olvidar que nunca se ha hecho una película buena o precisa sobre él.”
Gracias al éxito de 2001, Kubrick consiguió que la MGM le financiara el trabajo de documentación y la escritura del guión. Para documentarse empezó a leer numerosos libros y ensayos, no solo sobre el propio Napoleón, sino también del propio contexto histórico que rodea al personaje, ya que es imposible entender a la persona sin antes entender el mundo que le rodea. También se reunió con el profesor de Oxford Felix Markham, que se había pasado los últimos 35 años estudiando la figura de Napoleón, lo que le llevó a escribir una biografía de la que Kubrick compraría los derechos y le serviría como base para la escritura de su guión. También contaba con veinte estudiantes de Oxford que le ayudaban en la recopilación de documentación y datos. Envió a su asistente de producción a fotografiar todos los lugares que pudieran estar relacionados con la vida del emperador. Para ello el ministro de cultura francés le firmó un “salvoconducto” que le autorizaba a visitar y fotografiar todos los lugares históricos que considerase oportunos.
Kubrick reunió un ingente archivo que recogía todos los aspectos relacionados con la vida de Napoleón, desde sus campañas militares hasta sus gustos alimenticios, pasando por pequeñas biografías de las figuras relevantes que alguna vez pasaron por su vida. Con toda la documentación recopilada el director escribió un extenso guion que terminó en septiembre de 1969, y que abarcaba desde sus años de juventud hasta su muerte en Santa Elena. A pesar de que el guion se centraba en la figura del Napoleón militar y político, también nos presentaba su lado más humano o más cotidiano.
Emulando el genio estratégico de Napoleón, Kubrick planificó su película como si de la batalla de Austerlitz se tratase. A medida que iba escribiendo el guion adjuntaba numerosas notas de producción que indicaban lo que en un futuro necesitaría para el rodaje. Kubrick quería que su película fuera los más fiel posible a la historia, por eso un punto clave eran las localizaciones. Su plan era rodar en Europa, en muchos de los palacios y lugares que aún se conservan de la época napoleónica, y en los que ni siquiera sería necesario cambiar la decoración. Para los rodajes en interiores pretendía hacerse con unos objetivos fotográficos recién creados, que le permitían filmar con luz de velas sin necesidad de utilizar luz artificial, imprimiendo más veracidad a la película.
Que la película recrease fielmente al Napoleón militar y estratega era una parte crucial para Kubrick. Por eso insistió en que las batallas tenían que ser lo más fieles posible a las originales. En una de esas notas de producción estimaba que para las grandes batallas necesitaría unos cuarenta mil soldados de infantería y unos diez mil de caballería. Esto supondría un costo enorme en sueldos de extras, por lo que a Kubrick se le ocurrió una solución que ya emplearon en el rodaje de Espartaco (1960), en la que para filmar las batallas el equipo se trasladó a España debido a que el gobierno les ofreció soldados del ejército para el rodaje a un costo mucho menor de lo que hubieran cobrado los extras en Estados Unidos. En este caso Kubrick consiguió que el gobierno de Rumania le ofreciera hasta treinta mil tropas al día a razón de dos dólares por hombre.
Tan meticuloso fue su trabajo de preproducción que ya tenía previsto lo que duraría el rodaje, incluso contaba ya con los diseños de vestuario tanto del propio Napoleón como de los uniformes de los diferentes ejércitos que aparecían en la película.
Todo parecía preparado para empezar a rodar, sin embargo, diversos factores hicieron que el barco empezara a zozobrar. Para empezar en 1969 la MGM sustituyó a su presidente, Robert O’Brien, el principal valedor del proyecto, por Louis Polk. El nuevo presidente no tenía ningún interés en comprometer al estudio con una empresa de semejante tamaño, más aún después de los fracasos en sus últimas películas. A esto se le unió al estreno de Waterloo (1971), que acabó siendo un trabajo que pasó sin pena ni gloria por las salas. Esto último fue la piedra de toque que hizo que el estudio acabase de abandonar el proyecto. Además de todo ello Kubrick, quizás cansado de esperar la confirmación del estudio, acabó por perder interés en su Napoleón en favor de lo que sería su próxima película La naranja mecánica (1971), adaptación de la novela de Anthony Burgess.
Sin embargo, no todo el trabajo fue en vano. Mucha de la documentación recopilada para la película sirvió para la escritura de Barry Lyndon (1975), así como la técnica que tenía prevista utilizar para rodar en interiores solo con luz natural. También rescató algunas escenas que tenía escritas en el guión de Napoleón para otras películas, como la de una representación de una orgía durante los años de juventud del protagonista que más tarde utilizaría en su última película Eyes Wide Shut (1999).
Kubrick invirtió tanto tiempo y esfuerzo en el guion y en la fase de preproducción que ni si quiera se planteó pasárselo a otro director, como sí hiciera en los años noventa con Steven Spielberg al cederle su también proyecto fallido A. I., Inteligencia Artificial. Napoleón la dirigiría él o nadie. Así es como Napoleón consiguió derrotar a Kubrick. Y, al igual que al emperador francés, otrora hombre más poderoso del mundo, se le desterró en una isla minúscula del Atlántico para que allí finalizara sus días, esta película quedó desterrada en el olvido para que, por desgracia, nunca pudiéramos disfrutar de ella.
Referencias:
- Alison Castle (Ed.), Los archivos personales de Stanley Kubrick, Taschen, 2016
- Vicente Molina Foix, Kubick en casa, Anagrama, 2019
- Mark Cousins, Historia del cine, Blume, 2019