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El hermano cuervo y la utopía

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«Una vez, al filo de una lúgubre media noche,

mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,

inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,

cabeceando, casi dormido,

oyóse de súbito un leve golpe,

como si suavemente tocaran,

tocaran a la puerta de mi cuarto.»

El cuervo es un ave paseriforme de la familia de los córvidos, mayor que la paloma, de plumaje negro con visos pavonados, alas de un metro de envergadura y cola de contorno redondeado. Suele observársele en vuelo, siendo entonces característica su silueta con la cola en forma de cuña, cabeza y pico robustos y alas de punta estrecha. Se encumbra con frecuencia, manteniendo entonces las alas planas, lo cual facilita la confusión con un ave de presa. Se le encuentra en zonas montañosas aunque también frecuenta otros hábitats con paredes rocosas o zonas arboladas y solitarias, adecuadas para la nidificación. Es muy voraz y se nutre de carroña, huevos y crías de aves, roedores, etc.

«De un golpe abrí la puerta,

y con suave batir de alas, entró

un majestuoso cuervo

de los santos días idos.

Sin asomos de reverencia,

Ni un instante quedo;

Y con aires de gran señor o de gran dama

Fue a posarse en el busto de Palas,

Sobre el dintel de mi puerta.

Posado, inmóvil, y nada más.»

El cuervo es poco apreciado. En el mundo de la superstición simboliza el poder oculto de la noche, y en el refranero es utilizado como representación de los ingratos: cría cuervos y te sacarán los ojos. En las fábulas tampoco tiene un papel lucido. Así Esopo le hace objeto del engaño lisonjero en El Cuervo y la Zorra, encarnación de quien acomete empresas imposibles para su naturaleza y sólo merece la burla en El Águila y el Cuervo o víctima mortal de la propia codicia en El Cuervo y la Víbora. Por lo general, es descrito como negro y feo, pajarraco de mal agüero, ciertamente asqueroso por comer cuerpos muertos, y cruel y villano como rondador de ajusticiados expuestos en la picota para ilustración y aviso del pueblo.

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Odín y sus cuervos | Wikimedia Commons

Hay, sin embargo, algunas sociedades que le conceden un lugar menos deleznable. Por ejemplo, en la cultura escandinava, Odín, dios supremo, tiene en sus hombros dos cuervos; uno de ellos se llama Hugin (el entendimiento) y el otro Munnin (la memoria); ambos le dicen al oído todo lo que averiguan sobre el pasado y el futuro. Claro que Odín es el dios de los muertos y de las matanzas, que vaga con las ánimas en el viento tormentoso, recogiendo a los caídos en el campo de batalla para llevarlos a Valhalla, especie de paraíso. Dios del éxtasis y de la medicina, tiene un pésimo futuro: al final de los tiempos será muerto por Fenrir (quien, dicho sea de paso, no correrá mejor suerte, pues morirá tras devorar a Odín).

“Aun con tu cresta cercenada y mocha –le dije–

no serás un cobarde,

hórrido cuervo vetusto y amenazador.

Evadido de la ribera nocturna.

¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”

Y el cuervo dijo: “Nunca más”.

Si, al filo de una lúgubre media noche, tornamos los ojos hacia el pasado veremos un paisaje de ruina y desolación. Imaginemos que no apartamos aterrorizados la mirada y que, por el contrario, forzamos nuestra vista. Entonces podremos distinguir en el caos de las piedras caídas el cuerpo destrozado de un viejo amor: la utopía. A su alrededor se desperdigan los jirones de los estandartes otrora orgullosamente ondeados: la nueva Jerusalén, “La mayor felicidad para el mayor número”, “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”; sobre su pecho exánime cae la inmisericorde bota de las persecuciones religiosas y la caza de brujas, de la represión de la Comuna y el genocidio imperialista, del terror estalinista y el de Pol Pot.

Cristianismo, liberalismo, marxismo, los tres, en sus versiones éticas, aspiraron a un mundo mejor. Y, en esta lúgubre medianoche de principios de siglo, si volvemos la vista atrás, debemos reconocer que no solo no trajeron ese mundo más justo que cantaban, sino que añadieron más sangre, sudor y lágrimas al realmente existente. ¿Ha muerto, pues, la utopía?

“Acerqué un mullido asiento

frente al pájaro, el busto y la puerta;

y entonces, hundiéndome en el terciopelo,

empecé a enlazar una fantasía con otra,

pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,

lo que este torvo, desgarbado, hórrido,

flaco y ominoso pájaro de antaño

quería decir graznando: “Nunca más.”

Y algunos asentirán satisfechos ante esta pregunta. Incluso añadirán que toda utopía conduce al totalitarismo. Olvidando, o mejor dicho, queriendo que olvidemos, el totalitarismo en el que ya vivimos. Sin embargo quienes al filo de una lúgubre media noche contemplan al cuervo han de encontrar una respuesta a su graznido. Y lo primero que harán es reconocer que ya no se trata de tomar el cielo o hacer de la tierra un Edén redivivo, sino de construir una sociedad donde la necesidad no signifique humillados, explotados y ofendidos. Lo segundo será afirmar que esas tres utopías, tal y como fueron aplicadas, han muerto. En tercer lugar proclamarán que, a pesar de todo, su espíritu sigue vivo entre quienes sufren y saben que éste no es el mejor de los mundos posibles, sino el paraíso de unos pocos, el purgatorio de bastantes y el infierno de muchos. Y por último añadirán que el presente no está condenado a repetir el pasado y a perpetuarse en el futuro, que en el aquí y ahora habita el espíritu de una utopía –no abstracta, sino concreta, actual, ante los ojos, al alcance de las manos– que nace del diario enfrentarse a las condiciones de existencia, crece en el entramado complejo y desigual de las relaciones que mantenemos los unos con los otros y se tensa hacia el allí y entonces como deseo, pensamiento y voluntad de transformación.

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La Revolución Rusa, una utopía derrotada|El País Cultura

El tiempo se hace espacio, campo de cultivo, posibilidad de intervención. En realidad, esta capacidad de rebasar el presente y proyectarse hacia el futuro es la base de la acción humana, es más, lo que nos hizo humanos. Es el ancestro que en el pedazo oblongo de una piedra vio los filos cortantes de un hacha y golpeó el pedernal hasta transformar lo informe en esa herramienta que bullía en su imaginación. Guiado por la necesidad presente, el pensamiento y la acción humanos se lanzan hacia el futuro. Un futuro que, en tanto impredecible, puede desmentir nuestras expectativas, pero un futuro que, en cuanto proyecto, nos impele a realizarlas.

Bien, entonces no existe una meta ideal, simplemente se hace camino al andar. Pero, ¿y si no fuese eso toda la cuestión?                          

«En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,

Frente al ave cuyos ojos, como tizones encendidos,

Quemaban hasta el fondo de mi pecho.

Esto y más, sentado, adivinaba,

Con la cabeza reclinada

En el aterciopelado forro del cojín

Acariciado por la luz de la lámpara;

En el forro de terciopelo violeta

Acariciado por la luz de la lámpara

¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!»

No, esa no es toda la cuestión. En el filo de una lúgubre media noche el cuervo sigue graznando. Y miramos el mundo y no nos gusta. ¿Qué operación hemos realizado con este mirar? Hemos creado en nuestra imaginación una balanza, y en uno de los brazos hemos puesto lo que es y en el otro lo que querríamos que fuese. Ser frente a Deber ser. El resultado ante nuestros desengañados ojos es una total falta de equilibrio en contra del Deber ser.

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¿Los sueños de la razón producen monstruos? | Wikimedia Commons

Pero, previo al acto de pesar, imprescindible para que éste se dé, es necesario que tengamos unas pesas para el platillo de lo que querríamos que fuese, es decir, unos valores, una ética. La utopía concreta, la creencia laica en una sociedad mejor, debe basarse en unos valores éticos, en el conocimiento de lo que está bien y de lo que está mal. Pero, ¿existen esos valores? ¿Es posible fundamentar esa ética en algún cimiento? Dicho en oro: ¿después de Auschwitz, el Gulag e Hiroshima hay algún valor que no haya quedado hecho añicos? Dicho en plata: ¿ante el panorama actual de hambre, guerra y opresión es posible creer en alguna ética? Dicho en bronce: ¿desde la impotencia y egoísmo de la muchedumbre solitaria y atomizada se puede mantener una creencia laica en una sociedad mejor?

“¡Profeta! –exclamé–, ¡cosa diabólica!

¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio

enviado por el Tentador, o arrojado

por la tempestad a este refugio desolado e impávido,

a este hogar hechizado por el horror!

Profeta, dime, en verdad te lo imploro,

¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?

¡Dime, dime, te imploro!”

Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

Recurramos al imperativo categórico: “Todo ser humano es un fin en sí mismo, nunca se utilizará como medio”. He aquí una máxima a la que nos adherimos por la razón y a la que constituimos en deber. Pero, ¿podrá la razón y el deber resistir los embates de una realidad adversa? ¿No necesita el árbol raíces profundas para mantenerse en pie frente al viento? ¿La razón y el deber no se secarán sin el alimento del deseo y la pasión?

Probemos, pues, con los sentimientos. La compasión como base afectiva que inyecte savia a nuestros valores. Pero, ¿no existe un límite a nuestra capacidad empática? ¿La avalancha de desgracias que nos ofrecen los medios de comunicación no ha acabado por saturar nuestra sensibilidad? Por otra parte, ¿no se ha demostrado un millón de veces nuestro egoísmo? ¿Acaso no sabemos que sólo se vive una vez? ¿Para qué sufrir más de la cuenta con desgracias ajenas? ¿Por qué no vivir lo mejor posible ese instante fugaz entre dos nadas que es nuestra existencia? Simplemente: sentarse al borde del camino, en un lugar soleado, donde sople una suave brisa y huela a las flores artificiales de nuestra sociedad de consumo… y que me quiten lo “bailao” y después de mí, el diluvio.

De nuevo oro, plata y bronce: ¿qué nos puede empujar a levantarnos, abandonar el acomodo de nuestro individualismo hedonista y reanudar nuestros pasos hacia una sociedad más igual, libre y fraterna?

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida

pájaro o espíritu maligno! – le grité presuntuoso.

¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.

No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira

que profirió tu espíritu!

Deja mi soledad intacta.

Abandona el busto del dintel de mi puerta.

Aparta tu pico de mi corazón

Y tu figura del dintel de mi puerta.

Y el Cuervo dijo: Nunca más”.

Esperanza o nihilismo. ¿He aquí la alternativa? Sin esperanza, el pasado es la losa del mañana; el presente, una repetición del ayer; el futuro, la continuación del hoy. Carente de esperanza, la razón es elegía o cinismo. Ausente la esperanza, el sentimiento se hace narciso o vampiro. Sin esperanza, el hombre es un lobo para el hombre. Pero la pregunta persiste. Oro, plata y bronce: ¿cómo mantener la esperanza?

Probemos a cambiar el interrogante y preguntemos: ¿qué tipo de esperanza? La respuesta podría ser una esperanza consciente de su fragilidad, de sus muchas posibilidades de derrota, pero sobre la que, aún y así, se podría edificar una ética. Una esperanza trabajo de Sísifo. Una esperanza trágica, sin consuelo, pero donde podría vivir esa utopía concreta.

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El cuervo de Edgar Allan Poe | Wikimedia Commons

Walter Benjamin dijo: “La esperanza nos ha sido dada sólo por los que no la tienen”. ¿Se referiría al Cuervo? Posado en lo alto de una peña, el Cuervo mira las ruinas del pasado, escucha el ruido del presente, otea la furia del porvenir. Su sombra se alarga hasta nosotros, negra como su plumaje. Pero, esa negrura, lejos de sacarnos los ojos, ¿no será una forma de abrirlos? ¿Habrá que pintarlo todo de negro para ensayar un trazo de tiza? ¿Acaso no son las noches más oscuras las que mejor nos permiten ver las estrellas?

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.

Aún sigue posado, aún sigue posado

En el pálido busto de Palas,

En el dintel de la puerta de mi cuarto.

Y sus ojos tienen la apariencia

De los de un demonio que está soñando.

Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama

Tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,

Del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,

No podrá liberarse. ¡Nunca más!

El Cuervo, Edgar Allan Poe (1809-1949)

Pero, ¿qué pensarían de esa esperanza trágica de la que hablamos, quienes no tienen voz y se limitan a morir de hambre, guerra y miseria? ¿Podríamos explicársela? ¿Podrían siquiera entenderla? ¿Qué eslabón haría posible unir sus cadenas, pesadas y mortales, con las nuestras, más ligeras y en ocasiones bañadas de purpurina? ¿Será su infinita pobreza vaticinio de una cercana miseria para una buena parte nosotros, como la crisis económica ha dejado entrever? ¿Tendrán que retorcernos el cuello aún más para que nos rebelemos? ¿Cuánto peor, mejor o existe otra manera…?

Y el Cuervo grazna, sigue graznando. Solitario. Negro. En su peña.

2 Comentarios

  1. No existe el Bien y el Mal, existe lo mejor y lo peor. Si hacemos lo mejor, con los demás, participamos de la esperanza; si hacemos lo peor, contra los demás, participamos de la desesperanza. No importa cambiar, lo importante es cambiar a mejor. Para el que que crea en el Bien y en el Mal, en lo bueno y en lo malo, que no olvide: hay que ser bueno con los buenos y malo con los malos, porque si eres bueno con los malos eres injusto con los pobres.

  2. La Peña de El Cuervo

    De la olvidada ciencia
    Queda el poso inviolable
    De vivir asomados al futuro
    Y un sentimiento firme
    Un viento favorable
    Que susurra propone grita
    “Nunca más”

    Si desde los días idos
    A estos otros
    Hemos dejado abierta
    La puerta de nuestra sagrada intimidad
    A los graznidos de las estirpes emplumadas
    Y al hedor de las ceremonias
    O dejado nuestra cabeza reposar
    Sobre el ajado terciopelo
    De la conveniencia
    ¿Para qué la mirada
    De la civilizada Atenea
    Sino para abrasarnos el pecho con su luz
    Y que resuene cada vez que respiramos
    “Nunca más”?

    El cuervo no se espanta
    Ante el cazador que acecha
    Sino ante cualquier movimiento
    Acción gesto calambre
    No previsto por él.
    ¿Esperar solicitar hacer cola?
    No gracias.
    Es preferible discurrir crear obrar
    Y que el aliento de los actos
    Que nosotros que podemos provocamos
    Afirme “Nunca más”

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