Una sola pregunta, recurrente y punzante, actúa como brújula del profesor si se toma en serio su oficio. ¿Para qué sirve un profesor? o mejor, ¿Qué sentido tiene ser profesor en tiempos tan menesterosos? para citar el sentido de la pregunta que se hace Heidegger a través de los versos de Hörderlin.
Pocas épocas habrán aglutinado tantos enemigos para el profesor comprendido como acompañante y guía de los jóvenes. La tecnificación y proliferación aparente del acceso fácil y ubicuo a toda la información, el sentido competencial, tecnológico y utilitario del saber y la falta de consideración social del papel del educador reman decididamente contra la profesión y su sentido profundo.
Cuanta más miseria intelectual acumule en sus venas un cuerpo civilizacional, más necesitamos a los profesores que escapando de su obligación funcionarial asuman la necesidad de su oficio. Hacer despertar. Más o menos intuía todo esto desde siempre pero hace dos semanas alcancé a tocarlo con la piel y el pensamiento cuando una alumna me preguntó ¿Qué podemos hacer contra una guerra o contra un genocidio?
Sentí esa pregunta como un disparo helador y pasé unos días sin poder responder la pregunta hasta que advertí que la pregunta tiene su trampa. La misma trampa del utilitarismo, el funcionalismo y el resultadismo pedagógico reinante. Lo que podemos hacer ante un genocidio y una guerra, lo que debemos hacer ante un genocidio y una guerra es no guardar silencio.
El silencio es sacarnos los ojos y el corazón y aceptar la dictadura del individualismo gregario que nos ahoga. El silencio es la connivencia y la cobardía. El silencio es la ignorancia feliz. Hacer pública la disconformidad y la náusea enseña a amar lo lejano y lo cercano de todos los hombres y es la única utopía irrenunciable. Si no contagiamos el dolor y la compasión ante el sufrimiento de los otros nunca podremos ser profesores, sino simples instructores. Sin la Justicia y el anhelo de otro mundo y otra manera de humanidad renunciamos a educar. Pronunciarse en contra, concienciar, provocar tristeza y dolor, contagiar humanismo, es el primer paso para un hombre nuevo.