Karamakate, un antiguo guerrero de una tribu prácticamente extinta de la selva amazónica, es el único conocedor de una planta sagrada con poderes curativos nombrada por su pueblo como Yakruna. Este es el punto de partida del extraño filme El abrazo de la serpiente, dirigida por el colombiano Ciro Guerra y nominada al Oscar como mejor película extranjera en el año 2015.
¿Qué sucedería si un hombre blanco se viera obligado a acudir, desesperado por una enfermedad que pronto le hará conocer la muerte, ante un poderoso guerrero, cuya familia y pueblo han sido asesinados por el hombre blanco? Karamakate recibe desde su guarida a Evan, un etnógrafo contagiado por una enfermedad sin cura que decide partir junto con Manduka, su fiel amigo indígena, y bajo la protección de Karamakate, en busca de la Yakruna. Así se construye la trama de esta impresionante película grabada en blanco y negro a lo largo del río Amazonas, que proyecta escenas comparables con Apocalypse Now o El corazón en las tinieblas, de Joseph Conrad.
Cuando una obra, rayana con la película de Ciro Guerra, nos traslada de las butacas al corazón de la naturaleza humana, puede calificarse ya no solo como una simple película de entretenimiento sino como una auténtica obra de arte. El antagonismo del hombre europeo -dueño de la razón, el rifle y la brújula- con los pueblos que viven en las orillas de la selva -guiados en la navegación por las estrellas, con la creencia de que un río no tiene dos orillas sino mil-, nos plantea un conflicto que tuvo su mayor repercusión en la primera mitad del siglo XX.
En el prólogo del Reino de este mundo, Alejo Carpentier critica la actitud con que los europeos han adoptado una forma de adentrarse en el mundo de los sueños una vez han luchado hasta la saciedad por eliminarlos de sus vidas. Describe el surrealismo europeo, en contraposición con la creencia real en la magia de los pueblos latinoamericanos, como una forma de entretenerse y no como una verdadera creencia. Para él, iniciador del realismo mágico, un movimiento así sólo podría ser posible en el Nuevo Mundo. Si se compara este prólogo con la película de Ciro Guerra podremos apreciar la unión entre sueño y realidad que se da en los pueblos del Amazonas, en contraste con un racionalismo europeo insistente en restar importancia al mundo de la magia y el inconsciente. En un fragmento del film se describe cómo los habitantes de la tribu a la que Karamakate pertenece son abandonados en mitad del bosque al llegar la adolescencia, para poder guiar sus vidas a través de sus sueños. Sin embargo, Evan se niega a creer en dichas leyes. Se niega a unir ambos mundos, el de los sueños y de la realidad, y por ello se niega a sentir la selva como si estuviese viva. Por este motivo se convierte en un chullachaqui, un hombre sin sentidos, que ha muerto en su interior.
La segunda historia relatada en El abrazo de la serpiente está narrada tomando el mismo viaje de Karamakate pero un tiempo después. Paralela a la primera historia, se superponen las escenas de ambos relatos, mezclando mediante una elipsis temporal a Karamakate joven y a Karamakate adulto, quien se ha convertido también en un hombre sin recuerdos, un chullachaqui. La selva, las piedras y el río ya no le hablan. Este es el desencadenante para buscar junto con otro hombre blanco la última planta sagrada de su pueblo, la Yakruna.
Así, ambas historias permanecerán hiladas mediante un viaje que convertirá el río Amazonas no en un río con dos orillas, sino un río en el que por medio de la cámara se combinarán varios tiempos -como si fuesen orillas- cronológicamente separados. Atravesarán partes cercanas a la locura, como la de una colonia de frailes y niños indígenas, que son abandonados a su suerte, y que posteriormente aparecerán, ya adultos, habiendo fusionado la violencia del animismo con el autocastigo, los latigazos y el resentimiento del cristianismo. Comienzan a adorar a un mesías muy semejante a Marlon Brando en Apocalypse Now, y los protagonistas se verán inmersos en lo que según las palabras de Karamakate es «lo peor de los dos mundos». Pero también atravesarán otras partes cimentadas en la amistad, el humanismo y la capacidad de tolerancia. En un pasaje, Manduka pronuncia un discurso en el que afirma que la única esperanza que les queda es que el hombre blanco aprenda de ellos.
Quizás si hubiese sobrevivido la historia verdadera de estos pueblos, hubiésemos podido aprender una forma de elevar la naturaleza y la vida hasta darles un sentido sagrado a cada sentimiento humano y con ello el respeto y la tolerancia más allá de religión y cultura.
¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de aquélla!
En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: -el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra.
Nietzsche.