I Amsterdam

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El movimiento Provo tiene que desaparecer
porque todos los Grandes Hombres que nos crearon se han marchado.
Rob Stolk

 

El Vrankrijk es una vieja casa ocupada en Ámsterdam

con una fachada pintada de azul Prusia

donde ha estallado uno de los cazas de Lichtenstein.

 

Allí cantaron los Chumbawamba, y Khaled

cuando se llamaba Cheb Khaled,

allí había una caja de cristal sobre la barra

y una seta como las de Alicia que tú puedes pulsar

si lo que buscas son aventuras subterráneas:

 

Con Amnesia Lemon te trasladas hasta la plaza de Spui,

donde una escultura de un golfillo,

rodeada hace cuarenta y ocho años

por la policía como si estuviera hecha de diamantes,

recuerda la genial combinación

de humor absurdo y acciones no violentas de unos anarquistas

que consiguieron legalizar la marihuana

y hacer de Holanda un país de bicicletas.

 

Con Morning Glory apareces de lunes en Albertcuypmarkt,

un mercadillo como los de España pero sin gracia ni gitanos,

o en cualquier otro día de la semana en Waterlooplein o Noorderkerk,

entre montañas de ropa que los ricos ya no usan.

 

Si te decantas por Super Automatic Sativa verás

no ya la ropa de los ricos en montones, sino a montones de ricos

lucir sus ropas por el barrio del Jordaan,

beber Chardonnays, comprar verdura ecológica

y hablar excelencias de la integración racial desde sus volvos.

 

Con Utopia Haze vas directo a 1887, cuando Albert Heijn

se hizo cargo de la tienda de comestibles de su padre en Oostzaan,

donde se hizo rico trabajando dieciséis horas al día,

siete días a la semana, mientras que mi abuelo,

trabajando eso mismo para su patrón,

no me explico cómo no salió jamás de pobre.

 

Si te decides por Blueberry se suceden los museos,

la cola del Van Gogh dándole la vuelta a la calle,

esperando dos horas para luego ver en el interior

una legión de chinos sacando fotos en donde se supone estarán los cuadros,

o el refugio de Anna Frank, hollado diariamente

por más de dos mil intrusos para felicidad de las arcas judías,

la sinagoga de los portugueses mirada por Spinoza desde el otro lado del puente

o el Stedelijk, donde por fin descansan los cuadros de Malevich.

 

Moby Dick te lleva a las riberas del Zaan, a sus molinos de viento,

a un viaje por el Markermeer que te puede transportar hasta

el East Indiaman Ámsterdam, la joya de los mercantes holandeses de su Siglo de Oro

de donde han sido convenientemente omitidas

las cargas de esclavos africanos que explican todo este esplendor.

 

La AK-47 te deja en Utrecht partido en dos por un tornado,

en la casa Rietveld partida en mil por mil planos,

en el estrecho de Bering partido en dos por un carguero chino de camino a Róterdam,

en el estrecho de Gibraltar surcado por una flotilla

de embarcaciones hinchables de plástico con 92 personas a bordo,

en un cuadro de Velázquez donde un general del Tercio Viejo de Cartagena

hace bromas sobre el sol de Breda y un Imperio que se apagaría poco después,

o en un despacho de la CIA donde se explica cómo dar un golpe de Estado

dentro de un golpe de Estado dentro de un golpe de Estado.

 

Con la Ruderalis Indica se pueden ver

quince puentes iluminados a la vez con cientos de luces

o terminar en el embarcadero siete,

con viaje gratis hacia los chiringos pijos del norte de la ciudad

donde descansan los submarinos amarillos

y los artistas tienen talleres de creación

que hablan bien claro de la mentira del Estado de Bienestar en España.

 

La Exile te da un aplaste que pareces una escultura de Shinkichi Tajiri

y con ella la realidad adquiere la misma textura que los mandalas de Hundertwasser,

que la lluvia cayendo sobre el alero del Cobra Museum de Amstelveen

media hora antes de que abra sus puertas a una excursión de pensionistas

que, guiados por su sentido común, se van directos a la cafetería.

 

La Buddha’s Sister trae información sobre como reconstruir

una anticuada ideología del siglo XIX

sobre el fracaso de las formas de vida de los ardientes setenta,

una filosofía blanca que vuelve a hablar del fin del trabajo alienado,

del transporte privado y la televisión.

 

La Shiva Shanti cuestiona la identidad desde los muros cavernosos de Westerkerk

donde una vez estuvo enterrado Rembrandt antes de terminar en la basura,

habla de anónimas pandillas repartiendo folletos sobre el pasado nazi

de la familia real holandesa por el corazón del Distrito Rojo,

emitiendo por radios piratas comunicados con la voz de la princesa Beatriz

diciendo que se ha hecho anarquista y que ha traspasado todo su poder

a la asamblea popular legislativa de la ciudad,

y afirmando que el éxito de un happening está en que te detenga la policía.

 

De Honey B me dicen que es, por su contenido en tetrahidrocannabinol,

la más fuerte de las marías que se cultivan en interior,

 

y de su humo sale la Afrikaanse Druk Stoor, aquella tienda

que un día abrieron los Provos

donde unas veces se vendía marihuana de verdad

y otras de mentira,

 

como en este poema,

como en esta vida.

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