“El problema de las sociedades musulmanas es que no pueden modernizarse, por eso están atrasadas”. Esta frase y similares las he escuchado en multitud de ocasiones y en multitud de lugares, incluidos aquellos en los que se supone que el conocimiento ha de reinar, como el ámbito académico universitario. Se trata de un cliché que mezcla adecuadamente una visión eurocentrista y liberal con la cada vez más presente islamofobia en nuestra sociedad.
Habría que preguntarse qué es eso de “modernizarse” y qué es eso de estar “atrasado” en una sociedad. Yo voy a tomar la idea liberal de la que se supone se parte y que da lugar, como rotunda conclusión, al burdo cliché mencionado.
Según esta idea, que no es más que la representación que dicha sociedad liberal se hace de ella misma, lo propio de una sociedad moderna es que exista la propiedad privada y por tanto la libertad comercial, que posibilitan la sociedad civil y la democracia. Para lograrlo es preciso que reine la libertad de los individuos y ésta esté garantizada. Esto ha ocurrido en los países occidentales, donde históricamente nos hemos liberado de las trabas, impedimentos y cadenas que impedían nuestra libertad, gracias a la separación de la Iglesia y el Estado, a la laicidad, etc… Pero no ha sido así en los países musulmanes, donde la religión sigue rigiendo todos los ámbitos de la vida de cada individuo, sometiéndolo e impidiendo, por tanto, que dichas sociedades se modernicen.
Como digo, esta es la interpretación liberal: el Islam impide la libertad individual, por tanto la propiedad y el libre comercio, y por tanto sería imposible en tales sociedades la existencia de la sociedad civil y de la democracia. Es decir, no pueden ser sociedades modernas. Por tanto, deberemos dirigirnos a la religión islámica, y a su principal fuente el Corán, para encontrar en ella aquellas reglas y normas que impiden el desarrollo moderno. Como dice Bernard Lewis, «para muchos musulmanes, probablemente para la mayoría, el Islam sigue siendo la base de autoridad más aceptable«.
En primer lugar, el Corán no niega en ningún momento la propiedad privada, y de ello da razón el hecho de que establece reglas sobre la herencia. Además, la protege del robo y el pillaje: “Cortad las manos del ladrón y la ladrona en recompensa de lo que adquirieron y como castigo de Dios” (5:42/38), y en el mismo sentido varios hadices afirman “Quien cometa pillaje no es uno de los nuestros”, “En verdad, lo que no sea de tu propiedad te está vedado, salvo para conseguir el bien del propietario” y “Cada musulmán es sagrado para el resto de los musulmanes: su sangre, su honor y su propiedad”.
En cualquier caso, los límites claros a la propiedad son aquellos que se establecen sobre bienes naturales escasos, tales como la tierra cultivable o el agua, los cuales no abundarían mucho en la Arabia de la época del Profeta; así como el límite impuesto por derecho del hombre a la vida.
En segundo lugar, en el Corán no hay nada que impida el efectivo desarrollo y actividad comercial, poniendo tan sólo como límites las prácticas fraudulentas o impidiendo su práctica en determinados actos de culto. Además, el Corán no dice sólo que no hay que olvidar la vida terrenal: «¡No olvides tu parte en la vida mundanal!» (28:77), sino que también ve natural la búsqueda del interés propio del individuo “En verdad el amor por la riqueza es fuerte” (100:8), “Las almas están cercanas a la avaricia” (4:128). De hecho, la práctica comercial parece que está legitimada y fomentada por el propio Corán y la Tradición como un bien que, de manera privilegiada, agrada a Dios:
«Si extraes ganancia de lo que está permitido, tu acción es un yihad y, si lo empleas para tu familia y tus parientes, es una sadaka, y en verdad, un dirham lícito que proviene del comercio vale más que diez dirhams ganados de otra forma«
Lo que sí hay son prácticas comerciales ilícitas por considerarse fraude en la Tradición. En ellas se incluiría el comercio de agua y de la hierba, como ya hemos dicho debido a su escasez; pero también la especulación y acaparamiento de productos alimenticios. Sí que existe, no obstante, una restricción al intercambio comercial que es quizás una de las más famosas o conocidas debido seguramente a su carácter peculiar. Se trata del riba, cuyo significado podríamos tomar como «incrementación» y ha llegado a nuestros días como “interés”. Ahora bien, históricamente el préstamo a interés estaba ampliamente desarrollado en las sociedades islámicas. Esto puede parecer extraño dada la prohibición del riba. Pero la muestra de este amplio desarrollo se aprecia en el hecho de que dicha prescripción era evadida a través de los llamados «ardides» o «astucias», nos referimos al hiyal. Fueron los propios doctores de la Ley quienes se las ingeniaron para evadir estas prohibiciones teóricas, y en verdad existían colecciones enteras de obras y libros consagrados a explicar las formas del hiyal.
Por último, el Corán considera como natural la institución del trabajo asalariado y así aparece cuando Moisés se encuentra con las dos mujeres a las que ayuda a abrevar a su ganado, en recompensa «Una de ellas dijo: ¡Padre mío! ¡Dale empleo! Es el mejor de cuantos pastores has empleado. Es fuerte, seguro» (28:26). También en pago por la reconstrucción de un muro: «Siguieron viaje hasta que cuando llegaron a los habitantes de una ciudad les pidieron de comer. No quisieron aceptarlos por huéspedes. Encontraron en ella un muro que amenazaba ruina, y lo apuntaló. Moisés le dijo: Si quisieras, pedirías una recompensa por ello» (18:76/77).
Todo esto pone de manifiesto que no hay nada en el Islam que, en principio, impida el desarrollo de una sociedad moderna: se garantiza la propiedad, se permite el trabajo asalariado y se practica el préstamo con intereses así como el intercambio comercial.
Entonces, una de dos, o esta representación que desde una visión eurocéntrica y liberal se hacen las sociedades occidentales de sí mismas puede aplicarse también a las sociedades islámicas —y entonces no existiría esa pretendida dualidad oriente-occidente, atraso-modernidad— y por tanto la afirmación insertada en la frase con la que comenzaba el artículo se revelaría como falsa. O la propia interpretación liberal de la que parte dicha afirmación es falsa, y por tanto falsa es también la representación que nuestra sociedad liberal se hace de sí misma. En otras palabras, que nuestra errada y no por ello menos interesada concepción de la sociedad occidental como sociedad moderna y democrática se convierte en elemento de sometimiento o dominio. Se niega de esta manera a otros pueblos y sociedades la posibilidad de equipararse, ni tan siquiera teóricamente, a la nuestra, lo que a su vez permite justificar y mantener el clasismo sobre el que se sostiene.