El filme Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette), dirigido por Vittorio De Sica y con guión de Cesare Zavattini, es una de las obras cumbre del Neorrealismo italiano. Estrenado en el año 1948, está ambientado en la Roma de la posguerra, contemporánea al rodaje. La guerra y los conflictos acaecidos en esos momentos dejaron una profunda marca en las gentes de la capital italiana y esta película pretende mostrar al público parte de las penurias por las que atravesaba la sociedad romana del momento.
El largometraje aborda el tema de la desocupación, el cual es plasmado a través de una típica estructura fabulística: las desventuras de los dos héroes principales, un padre y un hijo, sacados de las clases bajas de la capital. Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani), parado, consigue un trabajo pegando carteles por distintos lugares de la ciudad, a los cuales se desplaza con su bicicleta. La suerte no le acompaña, ya que el mismo día que consigue el puesto le roban su medio de transporte y debe buscarlo, acompañado por su hijo Bruno (Enzo Staiola), por toda la urbe. Con esta búsqueda, De Sica hace que el espectador recorra la capital italiana y se haga una idea de en qué situación se encontraba la Roma de 1948. Muestra planos de las grandes avenidas de la ciudad, así como de sus lugares más emblemáticos, pero también de zonas recónditas y depauperadas. Siguiendo los pasos de Antonio Ricci, el espectador pasea a través de la pantalla por lugares reconocibles como Piazza Vittorio o Porta Portese, contemplando el la situación en la que se hallaban por esos años.

Una de las secuencias más relevantes de la película tiene lugar al final, tras la larga e infructuosa búsqueda de la bicicleta robada. Antonio Ricci, completamente desesperado, se debate entre la moralidad y la necesidad y acaba robando una bicicleta ante los ojos de su hijo Bruno. Este robo poco dura, ya que un grupo de hombres lo acaba atrapando y pretende llevarlo ante la policía. Viendo al niño desolado e intentando salvar a su padre, el grupo de hombres se apiada de Antonio y lo sueltan. En la escena final, padre e hijo caminan de la mano: se encuentran más cerca que nunca, pero la bicicleta ya está definitivamente perdida y, con ella, el nuevo trabajo de Antonio.
Además de retratar el drama de la desocupación, De Sica expone la impotencia individual, la inseguridad material del momento y las frustraciones que gran parte de la población experimentaba en su día a día en un intento de integrarse en un mundo hostil para ellos.
En ¿Qué es el cine? (1958), el teórico y crítico de cine André Bazin analiza Ladrón de bicicletas como una película que exhibe la verdad social de la clase obrera italiana desde un punto de vista más real que otras películas de su ámbito y época y sin una intención implícita de propaganda de ningún tipo:
«Un film de propaganda trataría de demostrarnos que el obrero no puede recuperar su bicicleta y que está necesariamente preso en el círculo infernal de su pobreza. De Sica se limita a mostrarnos que el obrero puede no encontrar su bicicleta y que, sin duda, tan sólo por ese motivo va a ser de nuevo parado.»

La forma sencilla en la que está rodada Ladrón de bicicletas hace que el espectador se sienta partícipe, emocional y racionalmente, del filme. Esto también es debido a que resulta más sencillo sentirse identificado con la vida cotidiana de una persona corriente que con los protagonistas de las grandes producciones hollywoodienses, quienes solían ser personajes adinerados, prestigiosos y cuyas historias iban más allá de lo común.
Por otro lado, el filme perfila de forma ejemplar la psicología de los personajes. El análisis psicológico que realiza De Sica de los dos protagonistas, contando también con que quienes los interpretaban no eran actores profesionales, es de una gran delicadeza y facilita que el espectador comprenda los estados de ánimo y las motivaciones de los personajes en todo momento, empatizando con ellos de un modo más profundo.
El espíritu de picaresca del filme y la tensión, que va en aumento hasta su desenlace, hacen que el espectador se encuentre en un estado tensión continua. De Sica juega con sus emociones, pero sin abandonar por ello los postulados neorrealistas ni alejarse de la búsqueda de la veracidad que los caracteriza. Trabaja con una situación muy particular, pero con ella revela la situación coetánea al filme, es decir, la de los muchos otros italianos que intentaban sobrevivir y sacar adelante a sus familias en condiciones extremas.