Buho-Friedrich
Búho volando contra un cielo iluminado por la luna, Caspar David Friedrich (1774-1840), sepia y lápiz sobre papel, ca. 1836-1837 | Fuente: Wikipedia.

La mirada animal: historia y arte de una relación milenaria

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Desde los inicios de la humanidad, los animales han sido representados en las obras de arte como reflejo de la compleja relación que las sociedades humanas han mantenido con la naturaleza. Compañeros de vida, fuentes de alimento, entes sobrenaturales, materias primas o sujetos de observación estética, los animales han ocupado un lugar central en las creaciones artísticas de todas las épocas.

Este recorrido propone una mirada panorámica a su representación en la Historia del Arte, desde las primeras manifestaciones gráficas hasta las prácticas contemporáneas. Para ello, se abordan no solo las imágenes, sino también los materiales de origen animal utilizados en las técnicas artísticas, la dimensión simbólica y afectiva de los animales en la vida de los artistas o la presencia creciente de lo animal en los discursos críticos del arte actual.

Los primeros animales: arte, magia y supervivencia.
En el arte prehistórico, los animales dominan la escena. En las paredes de cuevas como Altamira, Lascaux, Chauvet o el Castillo, los bisontes, caballos, cabras, ciervos, renos o mamuts no sólo reproducen el entorno vital de los grupos cazadores, sino que encarnan un conjunto de creencias, prácticas y modos de relación con el medio que escapan a una lectura estrictamente naturalista. Algunas teorías interpretan estas figuras como actos mágicos vinculados a la caza o a la fecundidad de las especies; otras las leen como expresiones chamánicas o como parte de un sistema de pensamiento simbólico complejo. En esa línea, el prehistoriador Henri Delporte (1920-2002) propuso hablar más bien de un «arte de cazadores» que supera las cronologías rígidas y encuentra paralelismos entre expresiones gráficas de cazadores paleolíticos y de pueblos indígenas contemporáneos, como los bosquimanos, los inuit o los aborígenes australianos.

Gruta de Pech-Merle (comuna de Cabrerets, Francia), anónimo, pintura sobre roca, Gravetiense-Magdaleniense (Paleolítico Superior) |Fuente: Rémi Flament, Oficina de Turismo de Cahors, Vallée du Lot.

La técnica del arte prehistórico es también reveladora. En el arte parietal se emplearon pigmentos minerales como los óxidos de hierro y manganeso, a menudo mezclados con aglutinantes orgánicos (grasas animales o extractos vegetales) para crear pinturas resistentes. Las superficies rocosas eran elegidas y preparadas con cuidado y los animales se representaban con gran fidelidad a sus rasgos morfológicos, aunque a veces se estilizaran o se combinaran con elementos humanos o abstractos. El realismo, el esquematismo o la estilización, como propuso George-Henri Luquet (1876-1965), no eran estilos casuales, sino elecciones con sentido.

Además de las figuras pintadas, se encuentran bajorrelieves y esculturas de bulto redondo, como el célebre hombre león de la cueva de Hohlenstein-Stadel, realizadas en materiales de origen animal, como el marfil de mamut.La domesticación progresiva de ciertos animales y el uso ritual o utilitario de partes animales también aparece en el llamado arte mueble o mobiliar. Astas de reno talladas con figuras, plaquetas grabadas, colgantes y adornos zoomorfos revelan una conexión profunda entre el arte y el mundo animal. Estas piezas, portátiles y manipulables, muestran escenas de caza, seguimiento o lucha entre especies, en las que se insinúan secuencias narrativas y vínculos simbólicos que nos conectan con lo mítico y lo espiritual.

El hombre león de la cueva de Hohlenstein-Stadel (Herbrechtingen, Alemania),anónimo, marfil de mamut, Auriñaciense (Paleolítico Superior) | Fuente: Arqueología en Red.

La variedad de técnicas y soportes utilizados en el arte prehistórico pone de manifiesto una sensibilidad hacia lo animal que va más allá de la necesidad alimenticia. Las huellas de manos superpuestas a figuras animales, las escenas con varios individuos en movimiento o los signos abstractos que las acompañan indican que nos encontramos ante sistemas de representación complejos, tal vez vinculados a mitos fundacionales, linajes totémicos o cosmologías ligadas al paisaje. Así, el animal no es solo sujeto de la mirada humana, sino parte activa de un universo compartido.

Poder, divinidad y domesticación: el animal en el mundo antiguo.
Con la aparición de las grandes civilizaciones del mundo antiguo, la representación de los animales se integra en sistemas culturales jerárquicos, religiosos y simbólicos de gran complejidad. En Egipto, animales como el halcón (Horus), el ibis (Tot), el cocodrilo (Sobek), el gato (Bastet) o el toro (Apis) formaban parte del panteón divino. Sus formas se repiten en relieves, esculturas, joyas, pinturas murales y elementos arquitectónicos. Algunos animales eran embalsamados como ofrenda o enterrados en necrópolis específicas. Por ejemplo, el arte egipcio no distinguía entre representación natural y religiosa: la presencia del animal era expresión del orden cósmico, del poder del faraón y del equilibrio entre los reinos de los vivos y los muertos.

Paleta de Narmer, anónimo, placa de pizarra tallada en bajorrelieve, ca. 3050 a.C. | Fuente: Wikipedia.

En el ámbito mesopotámico y persa, los animales también simbolizan autoridad, protección o espiritualidad. En los bajorrelieves asirios de Nínive, la caza de leones por parte del rey se representa como un acto ritual de dominio sobre el caos. En la Puerta de Ishtar en Babilonia, toros, leones y dragones componen una iconografía de poder que acompaña al viajero y lo sitúa ante el mundo de los dioses. En Persia, los bronces de Luristán o los toros alados de Persépolis muestran una imaginería híbrida, fantástica, donde lo animal se funde con lo humano para expresar la soberanía sobre lo visible y lo invisible.

Puerta de Jerjes o de las Naciones (Persépolis, Irán), anónimo, piedra tallada, 486-465 a.C. | Fuente: Ania Mardrowyan, Wikipedia.

El mundo griego incorpora a los animales en una doble vertiente: la naturalista, que estudia y representa el cuerpo y el comportamiento; y la simbólica, que los integra en el repertorio mitológico. Figuras como Pegaso, el Minotauro, las harpías o las sirenas forman parte de un universo visual que se plasma en cerámicas, esculturas o relieves. En el arte romano, el animal aparece también en mosaicos, relieves históricos y decoraciones domésticas: perros guardianes, delfines nadando, ciervos en jardines o leones combatiendo en la arena. La técnica musivaria, la escultura decorativa o la pintura mural se enriquecen con una presencia animal que combina naturalismo, lujo y codificación simbólica.

Metopa del Partenón (acrópolis de Atenas), Fidias (ca. 500-431 a.C.), mármol policromado (en origen) esculpido en altorrelieve, 447-442 a.C. (periodo clásico) |Fuente: Maria-Lan Nguyen, Wikipedia.

En muchas de estas culturas, el animal no solo era representado, sino también criado, adiestrado o sacrificado con fines rituales, militares o simbólicos. Los caballos eran entrenados para la guerra, los elefantes usados en desfiles imperiales y ciertas aves mantenidas como emisarios divinos. Esta instrumentalización no impedía, sin embargo, un reconocimiento del valor estético y espiritual de lo animal. El arte, al recoger estas múltiples facetas, se convierte en una fuente clave para entender los vínculos que las sociedades antiguas establecieron con los demás seres vivos.

Bestias y significados: el animal en la Edad Media.

El caballero victorioso, detalle de la portada septentrional de la Iglesia de San Hilario (Melle, Francia), anónimo, escultura en piedra en altorrelieve, siglo XII | Fuente: Martpan, Wikipedia.

Durante la Edad Media, la relación del ser humano con los animales estuvo mediada por un sistema de pensamiento profundamente simbólico y teocéntrico. El arte de este periodo, marcado por la hegemonía del cristianismo en Europa, se sirvió de las formas animales para transmitir valores religiosos, enseñanzas morales y alegorías complejas. La representación de los animales no pretendía ser naturalista, sino que respondía a una lógica hermenéutica: cada animal decía algo más allá de sí mismo. En este contexto florece una de las tradiciones más fascinantes de la cultura visual medieval: los bestiarios.

Los bestiarios eran manuscritos ilustrados que recogían descripciones de animales reales, fantásticos o híbridos, atribuyéndoles propiedades morales o espirituales. Inspirados en obras antiguas como el “Physiologus” alejandrino, estos libros proliferaron entre los siglos XII y XIV y se difundieron ampliamente por Europa. En ellos, el león simbolizaba a Cristo por su fuerza y su capacidad para ocultar sus huellas; el unicornio representaba la pureza y sólo podía ser capturado por una doncella; el pelícano se convertía en figura del sacrificio redentor al abrirse el pecho para alimentar a sus crías con su sangre. También aparecían seres quiméricos como basiliscos, grifos o dragones, cuya existencia, para los lectores medievales, no se diferenciaba nítidamente de la de animales reales.

Las iglesias y monasterios, principales comitentes del arte, adoptaron con entusiasmo esta imaginería. En portadas, tímpanos, capiteles o canecillos se esculpieron aves, felinos, cuadrúpedos y monstruos, a menudo en escenas que remitían al combate entre el bien y el mal, al juicio final o al camino del alma. El arte románico, especialmente expresivo en sus formas y a menudo grotesco en sus figuras, convirtió a los animales en emblemas del vicio y la virtud: la serpiente como imagen del demonio, el cordero como representación de Cristo, el pez como signo de la fe cristiana.

Tímpano de la puerta del Sarmental (Catedral de Burgos), anónimo, piedra tallada en altorrelieve, 1230-1240 | Fuente: JlFilpoC, Wikipedia.

Con la llegada del arte gótico, la representación animal se vuelve más naturalista, aunque sin perder su carga simbólica. Aparecen con más frecuencia escenas de cacería, retratos de animales domésticos o decoraciones con aves, mariposas o ciervos. En los manuscritos iluminados, sobre todo en los libros de horas, los animales habitan los márgenes y contribuyen a crear universos visuales ricos y densos, que combinan lo didáctico, lo ornamental y lo lúdico. La miniatura medieval es, en este sentido, un laboratorio visual en el que los animales despliegan su doble dimensión: como parte de un cosmos jerárquico y como reflejo de las pasiones humanas.

Beato de El Escorial, anónimo, manuscrito iluminado en pergamino y pigmentos naturales, 950-955 | Fuente: Wikipedia.

La Edad Media también conoció una riqueza extraordinaria en el uso de materiales animales para la producción artística. El pergamino, elaborado a partir de pieles de oveja, cabra o ternera, fue el soporte por excelencia de los manuscritos. El marfil, procedente de colmillos de elefante, se utilizó para esculpir dípticos devocionales, cofres o empuñaduras. La cera, la lana, las plumas y los huesos fueron empleados en objetos litúrgicos, textiles o elementos decorativos. Así, la presencia del animal en el arte medieval no se limita a la imagen: está también en la materia.

Del símbolo a la ciencia: animales en el Renacimiento y la Edad Moderna.

Con el Renacimiento y la consolidación de la Edad Moderna, el lugar de los animales en el arte experimenta una transformación profunda. El redescubrimiento de la Antigüedad clásica, el auge del pensamiento humanista, el desarrollo de la imprenta y los avances en las ciencias naturales se conjugan para dar paso a nuevas formas de representación animal, que combinan simbolismo, observación empírica, deleite estético y afán de conocimiento.

Una de las novedades más relevantes es la progresiva naturalización del animal. Los artistas renacentistas, influidos por los ideales de verosimilitud y perspectiva, comienzan a representar a los animales con mayor precisión anatómica y contextual. En obras religiosas, mitológicas o de género, los animales aparecen como parte de un mundo armonioso, integrado y bello. El perro como símbolo de fidelidad en retratos nupciales; el caballo como emblema de nobleza o dinamismo en escenas ecuestres; el mono como elemento exótico y lúdico en bodegones o interiores cortesanos.

Batalla de San Romano (tríptico), Paolo Uccello (1397-1475), temple al huevo sobre tabla, ca. 1450 | Fuente: Wikipedia.

En el ámbito de la pintura religiosa, el animal sigue teniendo una función simbólica, pero más sutil. El cordero en las escenas de la Anunciación o la Crucifixión remite al sacrificio de Cristo; el pez en la iconografía de San Pedro alude al apostolado; la serpiente en el suelo del Paraíso es la encarnación del pecado. Pintores como Jan van Eyck (1390-1441), Piero della Francesca (1415-1492) o Leonardo da Vinci (1452-1519) emplean animales como elementos de anclaje teológico, pero también como indicadores del refinamiento pictórico y del interés por la naturaleza. Leonardo, en particular, manifiesta en sus cuadernos una profunda curiosidad científica hacia los animales, observando sus movimientos, su fisiología y su entorno, en un gesto precursor del estudio anatómico moderno.

La expansión colonial europea y el incremento de los intercambios globales traen consigo una oleada de animales exóticos que despiertan el interés de artistas, científicos y coleccionistas. La aparición de animales como loros, camellos, cocodrilos o elefantes en grabados, tapices y pinturas refleja no solo un mundo en expansión, sino también un deseo de conocimiento y posesión. En las cortes europeas del siglo XVI y XVII, las cámaras de maravillas (Wunderkammern) o gabinetes de curiosidades reúnen conchas, esqueletos, taxidermias, pieles, fósiles y animales vivos como expresión de poder, ciencia y espectáculo. El coleccionismo de lo animal es una práctica tanto estética como epistémica.

Este afán clasificatorio se manifiesta también en el desarrollo de tratados zoológicos ilustrados, como los de Conrad Gessner (1516-1565), Ulisse Aldrovandi (1522-1605) o Edward Topsell (1572-1625). Estas obras, ilustradas con grabados detallados, combinan observaciones empíricas, descripciones literarias, relatos mitológicos y advertencias morales. La imagen del animal se convierte así en objeto de estudio, archivo visual y punto de encuentro entre arte y ciencia.

Al mismo tiempo, la pintura barroca lleva la representación animal a nuevas cotas de expresividad. En los bodegones de Frans Snyders (1579-1657) o Juan Sánchez Cotán (1560-1627), los animales muertos aparecen con crudeza, teatralidad y virtuosismo técnico, como metáforas de la fugacidad de la vida (vanitas). En las escenas de caza, el animal es trofeo, prueba de estatus y ejercicio de destreza pictórica. La caza y sus rituales se representan con minuciosidad, mostrando perros en movimiento, aves capturadas o ciervos abatidos, en composiciones que equilibran violencia, belleza y técnica.

Bodegón con cesto de fruta, aves muertas y mono, Clara Peeters (ca. 1580/1590-1621), óleo sobre tabla, 1616 | Fuente: Wikipedia

Por último, en el retrato cortesano o burgués, los animales domésticos adquieren un nuevo protagonismo. Los gatos, perros o loros se convierten en extensiones de la identidad de sus dueños, reflejos de afectos y símbolos de estatus. Diego Velázquez (1599-1660), en las Meninas, incluye un mastín que, más allá de su función narrativa, introduce un momento de ternura y cotidianidad. Los animales ya no son sólo símbolos: son también presencias afectivas, casi sujetos.

Marie Emilie Coignet de Courson con un perro, Jean Honoré Fragonard (1732-1806), óleo sobre lienzo, ca. 1769 | Wikipedia.


El animal moderno y contemporáneo: entre la empatía y la denuncia.
Con la llegada de la modernidad y la consolidación del arte contemporáneo, los animales siguen ocupando un lugar destacado en las artes visuales, aunque su presencia adquiere nuevos matices: ya no son sólo objetos de representación, sino sujetos simbólicos, figuras críticas y entidades interpeladoras. El arte se convierte en escenario donde se problematizan las relaciones entre humanos y no humanos, y donde lo animal revela tensiones culturales, éticas y estéticas de cada época.

En el siglo XIX, la revolución industrial, la expansión urbana y los avances científicos transforman la percepción del mundo animal. A la vez que se consolidan los zoológicos y los museos de historia natural, el arte recoge la figura animal desde múltiples ángulos. Francisco de Goya (1746-1828), en sus grabados y pinturas negras, emplea animales como figuras del mal, la irracionalidad o la violencia social. Los impresionistas, por su parte, integran animales domésticos y rurales en escenas de vida cotidiana: vacas pastando, perros durmiendo, caballos tirando de carruajes, por lo que la representación animal se vuelve más íntima, afectiva y cercana.

Perro semihundido, Francisco de Goya (1746-1828), pintura al fresco (ahora óleo sobre lienzo), 1819 | Fuente: Wikipedia.

En las vanguardias del siglo XX, los animales adquieren un papel experimental. Franz Marc (1880-1916), integrante del grupo Der Blaue Reiter, otorgó a los animales una dimensión espiritual y cromática, pintando caballos azules, ciervos verdes o zorros anaranjados como expresiones de un mundo alternativo a la brutalidad humana. Paul Klee (1879-1940), Jean Dubuffet (1901-1985) o Joan Miró (1893-1983) recurrieron a figuras animales estilizadas o abstractas para jugar con lo primitivo, lo onírico o lo infantil. En el surrealismo, los animales aparecen como alter egos, presencias subconscientes o símbolos eróticos: aves, felinos o insectos que habitan los sueños de Max Ernst (1891-1976), Leonora Carrington (1917-2011) o Remedios Varo (1908-1963).

El venado herido, Frida Kahlo (1907-1954), óleo sobre lienzo, 1946 | Fuente: FridaKahlo.org.

Durante la segunda mitad del siglo XX y hasta hoy, el arte contemporáneo ha puesto el foco en las dimensiones políticas, éticas y ecológicas de la relación con los animales. La crítica a la explotación animal, el especismo y la destrucción ambiental se han convertido en tema recurrente en instalaciones, performances y obras conceptuales. Artistas como Joseph Beuys (1921-1986), quien convivió con un coyote en su acción “I LikeAmerica and AmericaLikes Me”;Maurizio Cattelan (1960), con sus esculturas taxidérmicas de caballos o perros colgantes; o Patricia Piccinini (1965), cuyas criaturas híbridas generan inquietud sobre la biotecnología, plantean reflexiones provocadoras sobre los límites entre lo humano y lo animal.

Celebration, Daniel Lee, inyección de tinta sobre tela de vinilo, 2004 | Fuente: Daniel Lee.

En este contexto, ha cobrado fuerza el llamado arte animalista, que visibiliza el sufrimiento animal y promueve un enfoque ético en la creación artística. Colectivos como el Art for Animals o artistas como Sue Coe (1951), Marina Núñez (1966) o Mark Dion (1961) han realizado obras en defensa de los derechos animales, denunciando la industria cárnica, el maltrato en laboratorios o los espectáculos con animales. La representación ya no es neutral: es una toma de posición.

A ello se suma la expansión del bioarte y el arte posthumanista, que incorporan organismos vivos, tejidos animales, procesos biotecnológicos o simulaciones digitales para cuestionar las nociones de naturaleza, cuerpo y especie. Eduardo Kac (1962), con su conejo transgénico GFP Bunny; Marta de Menezes (1975), con alas de mariposas intervenidas; o Brandon Ballengée (1974), con sus estudios sobre deformidades en anfibios, difuminan las fronteras entre ciencia y arte, entre objeto y sujeto. Lo animal se convierte en plataforma para pensar la vida desde otras lógicas.

GFP Bunny: Alba, Eduardo Kac, coneja transgénica, 2000 | Fuente: Ekac.org.

Finalmente, cabe mencionar el creciente interés por las agencias animales en el arte contemporáneo. Algunos proyectos colaborativos, como los de Marcus Coates (1968), que se pone en la piel de los animales para explorar la percepción, o Allora & Calzadilla (Jennifer Allora, 1974, y Guillermo Calzadilla, 1971), quienes utilizan sonidos de aves o elefantes en sus piezas sonoras, buscan imaginar mundos compartidos desde perspectivas no humanas. Esta sensibilidad ha dado lugar a prácticas artísticas más inclusivas, abiertas a la otredad animal como fuente de conocimiento, experiencia estética y conciencia crítica.

El animal como espejo.
Hoy más que nunca, el animal en el arte nos interpela. Ya no se trata solo de representar lo visible, sino de explorar qué decimos de nosotros mismos al mirar (y crear) animales. En un mundo donde la relación con la naturaleza está en crisis, la representación artística de los animales funciona como espejo, archivo y advertencia. Nos recuerda que la historia del arte no solo es una historia de estilos, sino también una historia de vínculos: entre seres vivos, entre especies, entre mundos. Y es que, desde las cavernas paleolíticas hasta los laboratorios del arte transgénico, el animal ha acompañado nuestras preguntas más profundas. No es solo una figura: es una presencia que respira con nosotros en la memoria, en la materia y en la imaginación artística.

Algunas lecturas recomendadas.

AGUDO VILLANUEVA, Mario: El bestiario de las catedrales: animales y seres fantásticos del mundo antiguo al medievo cristiano, Almuzara, Córdoba, 2023.

GARCÍA HUERTA, María del Rosario y RUIZ GÓMEZ, Francisco (eds.): Animales y racionales en la Historia de España, Sílex, Madrid, 2017.

IMPELLUSO, Lucia: La naturaleza y sus símbolos. Plantas, flores y animales, Electa, Barcelona, 2003.

MORGADO GARCÍA, Arturo Jesús: La imagen del mundo animal en la España Moderna, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2015.

MORGADO GARCÍA, Arturo Jesús y RODRÍGUEZ MORENO, José Joaquín (coords.): Los animales en la historia y en la cultura, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2011.

ROUSSELOT, Jean (et. al.): Los animales en el arte: de la prehistoria a nuestros días, Argos, Barcelona, 1971/1974.

VV.AA.: Animales y faraones: el reino animal en el Antiguo Egipto, Somogy EditionsD’Art, Barcelona, 2015.

ZABALA ADRADA, Cristina: El animal en el arte contemporáneo. Análisis de la iconografía animal en el arte de finales del siglo XX y de principios del siglo XXI, autora, sin lugar, 2011. En línea: https://cristinazabalaadrada.files.wordpress.com/2015/05/el-animal-en-el-arte-contemporc3a1neo1.pdf

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