Dicen que toda mentira tiene que contener algo de verdad para que sea creíble, y de igual manera podríamos decir que toda verdad tiene que contener algo de ficción para que sea asumible. Si el segundo caso corresponde al papel de la ideología en las sociedades, el primero lo podemos asignar al relato de ficción, la ucronía, con una particularidad que no lo diferencia de otros relatos de ficción pero que —al menos esa es la hipótesis que aquí planteo— sí lo hace más evidente. A saber, que toda ucronía es una mentira del primer caso que consiste precisamente en contener la ficción del segundo. Es decir, que toda ucronía es un relato de ficción que de alguna manera sustenta la ideología de la sociedad que la ha creado.
Esto puede parecer teóricamente evidente, es decir, que los relatos —sean o no de ficción— contengan todo el peso ideológico de su sociedad. Pero en el caso concreto del género literario ucronía parece ser bastante más patente. Pongamos para ello algunos ejemplos del género:
La victoria de los nazis es quizás uno de los temas más repetidos. No sólo por ser la II Guerra Mundial uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX sino por ser una de las potencias participantes en el conflicto, los Estados Unidos, la actual e indiscutible potencia a nivel mundial creadora de relatos.
Robert Harris presenta la victoria de los nazis frente a la URSS, y la consiguiente guerra fría con los Estados Unidos, en su novela Patria. En El hombre del Castillo de Philip K. Dick, el Eje gana la guerra y domina el orbe. También en la serie de relatos Hitler Victorioso de Gregory Benford, los nazis salen victoriosos de las más diversas maneras. Harry Turtledove repite también el triunfo de Hitler con En presencia de mis enemigos, donde el dictador germano se reparte el orbe con los imperios italiano y japonés. Y en The Two Georges, Napoleón aplasta la Revolución Francesa distribuyendo el mundo entre monarquías absolutistas. También en su serie Timeline-191 o Southern Victory series, Turtledove presenta la victoria de los confederados en la guerra civil estadounidense que divide los EE.UU. en dos países.

Todos estos relatos poseen un elemento particular que además es el fundamento moral de los mismos. Todos cuentan un desarrollo de los acontecimientos terrible, horrendo, injusto… El triunfo de los nazis, del fascismo, de las dictaduras imperialistas, de las monarquías absolutas, del racismo, del esclavismo, etc. Todos cuentan una historia que no debería haber ocurrido y que, en efecto, el transcurrir del tiempo real —de la historia que llega hasta nuestros días— supo arreglar de alguna forma, colocando la justicia en su debido lugar e impidiendo el acontecer de lo terrible, lo horrendo y lo injusto. Es decir, que algo hizo bien la historia real para impedir que los nazis, los absolutistas o los esclavistas confederados ganasen. O dicho de otra manera, que nuestra historia real es lo que debería haber ocurrido y lo que efectivamente ocurrió, con su conveniente final feliz.
Pues bien, ¿qué ocurre si damos la vuelta a ese desarrollo de los acontecimientos en las historias alternativas y en vez de dar lugar a cosas terribles, diesen lugar a cosas maravillosas o al menos dignas? ¿Qué ocurre con las ucronías que se acercan más a un mundo que debería ser, a una utopía si se quiere? Mi opinión es que esas son precisamente aquellas ucronías que no deben ser contadas.
Voy a poner algunos ejemplos hipotéticos de ucronías que no han sido contadas o, si lo han sido, fue de manera muy marginal o no poseen el peso suficiente como para gozar de preeminencia. Este último sería el caso de las historias alternativas donde sale victoriosa la II República española, tratadas por autores como Jesús Torbado, Guillermo Díaz Plaja o Víctor Alba.
En todo caso se me ocurren, por ejemplo:
El fracaso del golpe de Estado contra Morsi en 2013, el fracaso del golpe de Estado contra Aristide en 2004, el fracaso del golpe de Estado de Boris Yeltsin en 1993, el fracaso en 1980 del golpe de Estado de Meza en Bolivia, el fracaso del golpe de Estado contra Allende en 1973, el fracaso en 1965 del golpe de Estado del general Suharto en Indonesia, el fracaso del golpe de Estado de 1964 contra Joao Goulart en Brasil, el fracaso del Golpe de Estado de 1963 contra Bosch Gaviño en República Dominicana, el fracaso de la invasión estadounidense de Guatemala en 1954. El triunfo de la segunda República Española frente a los sublevados en 1936, el triunfo de la República Soviética de Baviera en 1919, el triunfo de la República Popular Húngara en 1919, el triunfo de los consejos obreros durante el Biennio Rosso en 1920, el triunfo de la Comuna parisina de 1871… o el triunfo de la revolución jacobina de 1793 en Francia.

Pensémoslo por unos instantes, entre tanto golpe de Estado, ¿podemos imaginarnos que uno solo de esos gobiernos hubiese sobrevivido? ¿Podemos imaginar, por ejemplo, que el golpe de Estado girondino contra Robespierre fracasa? ¿Que se evita la reacción y se construye la primera república democrática sobre los pilares de Libertad, Igualdad y Fraternidad? ¿Que en España la República sale victoriosa asegurando una república democrática de trabajadores de toda clase en vez de cuarenta años de dictadura fascista? ¿O que en 1973 Pinochet fracasa y frente a los intereses privados de las corporaciones económicas se aseguran los Derechos Humanos en Chile?
Podemos llegar a imaginarlo, pero difícilmente habría ocurrido. Y ello se debe a que ahí, en ese posible cambio de los acontecimientos, se situaba sobre la balanza todo el peso del tiempo. Se daban juego toda la amalgama de prejuicios, intereses, deseos privados e injusticias que conforman el correr del tiempo. Y el tiempo siempre juega en contra. Pensemos en el caso del presidente Aristide de Haití. Aristide fue derrocado por un golpe de Estado en 2004 pero antes, en 2000, ya había ocurrido un intento de golpe de Estado fallido. Otro golpe se intentó en julio de 2001, que fracasó, por lo que hubo que realizar otro más en diciembre del mismo año. Que también fracasó. Entonces, ¿qué hubiese pasado si el golpe de 2004 hubiese fracasado? Pues simplemente que al día siguiente habrían dado otro golpe de Estado, o al mes siguiente, o al año. Da igual, el caso es que el desarrollo de los acontecimientos no hubiese podido dar lugar nunca a un período de calma y dignidad humana.

Y es por eso mismo que estas ucronías —casi utópicas— no pueden ser contadas. Muy al contrario, las historias alternativas tienen que ser terribles y espantosas, porque sólo así el acontecer de la historia hasta nuestros días se presenta como un relato de lo que debe ser frente a lo que no debe ser. De esta manera el relato del acontecer de la historia se ve reforzado por la ficción de los horrores que podrían haber sucedido de no ser porque, de alguna forma, el tiempo hace su trabajo y coloca la justicia en su lugar.
Es este un perverso engaño pues ni el tiempo hace nunca su trabajo, ni reparte justicia. El tiempo siempre trabajará inclinando la balanza de los acontecimientos a favor de la amalgama de prejuicios, intereses, deseos privados, golpes de Estado, injusticias…Esta es la particularidad de la ucronía, que la hace tan singular frente a otros relatos de ficción. Y es que el desarrollo de los acontecimientos hasta nuestros días no deja de ser una constante e ininterrumpida repetición de todo lo que no debe ser, de todos los horrores que sólo podemos llegar a imaginar en un relato de ficción como es la ucronía. La ucronía se convierte, entonces, en un relato de ficción que de alguna manera sustenta la ideología de la sociedad que la ha creado.
Y entonces, ¿por qué estas otras ucronías que en principio no deben ser contadas, estas historias alternativas tras los fracasados golpes de Estado y victorias revolucionarias, sí deberían ser contadas? Porque es precisamente la justicia la que debe decirle al tiempo lo que debe hacer. Es la justicia la que reparte justicia y la que dicta cuál es el camino que el tiempo debe seguir. Y cuando esto no sucede así —y por desgracia es la mayoría de las veces— debe clamar al cielo y recordar, una y otra vez, qué historia alternativa es la correcta. Porque toda ucronía, por muy mentira que sea, tiene que contener algo de verdad —y de Justicia— para que sea creíble.
Por cierto que existe una novela, Synco de Jorge Baradit, en la que el socialismo chileno de Allende triunfa, convirtiéndose el país en modelo inspirador para el resto del mundo.