«Cuando el pensar se para, de repente, en una particular constelación que se halle saturada de tensiones, se le produce un shock mediante el cual él se cristaliza como mónada. El materialista histórico solo se acerca a un objeto histórico en cuanto se lo enfrenta como mónada. Y, en esta estructura, reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o, dicho de otro modo, de una oportunidad revolucionaria dentro de la lucha por el pasado oprimido. Y la percibe para hacer saltar toda una época concreta respecto al curso homogéneo de la historia; con ello hace saltar una vida concreta de la época, y una obra concreta respecto de la obra de una vida. El resultado de su procedimiento consiste en que en la obra queda conservada y superada la obra de una vida, como en la obra de una vida una época, y en la época el decurso de la historia.» Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia (1940).
Walter Benjamin desarrolló el concepto de constelación problemáticamente, lo enfocó fundamentalmente hacia la cultura de su tiempo, pero estableciendo un entramado conceptual que ya nos sirve para el análisis de cualquier época.
Para entendernos a nosotros mismos, los hombres utilizamos el lenguaje, pero el lenguaje no sirve de nada si no hay un respaldo cultural detrás. Por utilizar una metáfora, género que Benjamin cultivaba asiduamente, para entenderse a sí mismo el hombre se refleja en el espejo de la cultura, pero la imagen que nos devuelve el espejo está distorsionada, encriptada, por lo que el ser humano no logra subsumir una interpretación totalizante y final. Para desentrañar e interpretar esa nebulosa de ideas que brillan nerviosamente a nuestro alrededor, elucubró el concepto de constelación.
El individuo, al querer buscar el sentido de las cosas, observa que unas ideas brillan más que otras, pero que, sin embargo, en tanto que aparatos o artefactos culturales, dichas ideas se pueden asociar entre sí para conformar un relato, y así construir una constelación. La constelación de Orión, por ejemplo, es un relato que nosotros nos hemos dado a nosotros mismos para entender esa parte del cielo, pero en la realidad las estrellas están muy lejanas entre sí. Al unir los aparatos culturales entre sí creamos un relato, es decir, la poesía de Baudelaire y Rimbaud, la filosofía de Adorno, el marxismo gótico de Bloch, el teatro de Brecht, la novela de Proust, la pintura de Klee, el cine y el collage surrealista o las vanguardias. Esos aparatos culturales eran el cielo estrellado de Benjamin, quien, para interpretarlos, trazaba asociaciones que se le mostraban de forma luminosa: «En los terrenos de que nos ocupamos, conocemos sólo al modo del relámpago. El texto es el trueno que después retumba largamente». El relámpago es la luz que ilumina fugazmente la interpretación asociativa de los aparatos culturales, el trueno viene después con el texto que dará contenido y finalmente sentido a esta constelación. Dicha constelación se ha construido para conformar una realidad ya independiente y dadora de sentido. Así lo trabaja el autor en Hacia la imagen de Proust, Imágenes que piensan y Goethe, entre otras.
Una vez visto esto, podemos recrear en la actualidad el análisis de la sociedad que hizo Walter Benjamin. Dicho de otro modo, si Benjamin utilizó Las flores del mal, Los ojos de los pobres y los planos de París para entender los últimos años de siglo XIX y principios del XX, utilizaremos ahora el mismo concepto de constelación benjaminiano arrojándolo contra los aparatos culturales de masas actuales, para ver qué relato relampagueante se nos muestra. Para ello recurriremos a las series televisivas de culto de los años 80, poniéndolas en relación con la contrarrevolución neoliberal de los propios años 80 y su proyección en los 90.
CONFIESO QUE VI EL EQUIPO A
Ocurrió delante de nuestras narices y no nos dimos cuenta, bastante teníamos con crecer y admirar la astucia de Aníbal, la fuerza de Barracus, las artes amatorias de Fénix y la locura simpática de Murdock. Un nuevo paradigma acaecía, un enorme trenzado de ideas en tensión continua agrupaba los aparatos culturales para disfrute y sufrimiento de nuestros jóvenes y moldeables cerebros.
En las series estadounidenses de los años 70-80 existe una tensión que refleja difusamente la contrarrevolución neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Solo teníamos que fijarnos un poco, no lo supimos ver. «La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer», decía Brecht. Series como La casa de la pradera, Vacaciones en el mar, Cheers, Starsky y Hutch, son muy distintas de El equipo A, El coche fantástico, MacGyver. Existe una tensión entre un tipo y otro, ¿por qué?
«Sin duda que no es que lo pasado venga a volcar su luz en lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que la imagen es aquello en la cual lo sido se une como un relámpago al ahora para formar una constelación. Dicho en otras palabras: imagen es la dialéctica en suspenso. Pues así como la relación del presente respecto del pasado es puramente continua, temporal, la de lo sido respecto del ahora es en cambio dialéctica: no es curso, es imagen, y se produce en discontinuidad.» (Walter Benjamín, Obra de los pasajes, N 2 a, 3)
Los personajes del primer grupo de series están integrados dentro de una comunidad mayor, un referente social y en cierto modo estatal, fordista, en el que viven y desarrollan sus aventuras. Por detrás siempre existe un plano de ciertas garantías: los empleados de Vacaciones en el mar son felices trabajando en alta mar todo el año, y aun así son el vivo reflejo de la paz social, los policías de Starsky y Hutch son funcionarios fiables y efectivos, y el señor Landon es el zoon politikon, la comunidad arcaica americana y el relato fundacional nacional en Minnesota, y cuando baja al pueblo tiene casi de todo, sheriff, curandero-barbero, escuela…
Inolvidable resulta la banda sonora de Cheers: «Where everybody knows your name, and they’re always glad you came». Tomarse una cerveza con el cartero, con el psicólogo, en el bar de un exjugador de béisbol famoso y que todos sepan tu nombre; la cohesión social hecha serie, ya que un psicólogo de prestigio puede compartir barra y charla con un cartero. El efecto multiplicador keynesiano hecho carne, para que no decaiga la economía el salario del trabajador debe ser el suficiente para mantener continuadamente el consumo, de este modo la demanda se incrementará, fomentando la producción y el empleo.
Inténtelo ahora, seguro que todos los clientes tienen hundidas sus narices en el móvil, el exjugador de béisbol estará en una urbanización de lujo híper segura, por supuesto el psicólogo Fraser irá a un bar hipster con cervezas lupuladas, y el cartero no pasará del barrio periférico y su cervezas corriente. Las políticas neoliberales segregan la sociedad civil. Margaret Thatcher dijo: «Y, sabe usted, no hay tal cosa como la sociedad. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias. Y ningún gobierno puede hacer nada si no es a través de la gente, y la gente primero debe cuidar de sí misma».
Las series de principios de los 80 reniegan de este cobijo comunitario para realizar un nuevo entramado basado en otras ideas. El equipo A está compuesto por veteranos de Vietnam que viven como mercenarios en la sociedad civil («si los encuentra quizá pueda contratarlos»), continuamente perseguidos por el ejército estatal. En El coche fantástico, Michael Knight era un «hombre que no existe […] joven solitario para salvar la causa de los inocentes», asalariado en la Fundación para la ley y el orden, sufragada por un extraño multimillonario filántropo llamado Devon Miles, el legendario Pontiac es la última actualización tecnológica que hará de este freelance de la justicia un generador de riqueza de alto valor agregado económico, el héroe neoliberal, el emprendedor de los inocentes.
EL LARGO CAMINO DE LA DOMINACIÓN CULTURAL
La cultura neoliberal renovada estaba avanzando por el «camino largo», en términos gramscianos, hacia la hegemonía y la dominación cultural. Es su relato el que ahora tenemos indefectiblemente en nuestros recuerdos, el relato de los vencedores. Nadie se acuerda de las huelgas mineras de los años 84-85 en la Inglaterra de Thatcher y el posterior plan de empleo neoliberal de ajuste, ni una palabra de esto en la película La dama de hierro protagonizada por Meryl Streep.
La historia es escrita por los vencedores, ahora mirando hacia atrás todo encaja, la reconversión industrial, la privatización de las grandes empresas estratégicas…
El Estado es el enemigo, o sencillamente no solventa los problemas de la comunidad, no detiene a los malos, y para ello tenemos que contratar a El equipo A, o a la Fundación para la ley y el orden, los servicios privados sí que son efectivos y modernos, los públicos ineficaces y obsoletos. La sanidad ni cura, ni acoge a los locos adecuadamente (Murdock siempre se fuga), los servicios sociales no insertan a las clases sociales desfavorecidas (MA solo funciona guiado o engañado por Aníbal), y lo más importante: nadie liga y negocia como Fénix, que para un yupi neocon es lo mismo: business baby!
Entre los años 80-90 se realizaron el grueso de las privatizaciones en el mundo anglosajón. En Inglaterra se cierran industrias y minas estatales, y en EE.UU. se observa un giro en la política social y un importante recorte en los presupuestos sociales. Ya lo dijo Reagan: «El gobierno no puede resolver el problema. El problema es el gobierno», «el gobierno no soluciona problemas; los subsidia», «el mostrador de un funcionario es lo más cerca que estaremos de la eternidad en vida». El coronel Decker nunca atrapará al liberal Smith, la Fundación para la ley y el orden verá recompensada su buen hacer y acabará obteniendo una concertación del Estado, para hacer las cosas como Dios manda, es decir, subsidiariamente.
Los héroes de la cristalización neoliberal aún están en nuestros recuerdos, quizás por eso somos capaces de creernos que un autónomo puede convertirse en unos pocos años en un emprendedor de éxito, porque, cómo no si tiene un coche fantástico y una línea de crédito sufragada por un rico filántropo llamado Devon, nada puede fallar, solo debe desearlo realmente. Por eso creemos que los servicios sociales envilecen y juntan a los delincuentes, en lugar de dejar que se integren socialmente a su manera y en la calle como hizo MA. Por eso no nos debe preocupar que privaticen servicios estatales, funcionarán mejor subsidiariamente, porque, quién era mejor: el ejército y la policía o El equipo A y Michael Knight.
El shock de la revolución neoliberal no solo fue en lo político y en lo económico, también fue en lo cultural y, por supuesto, en los productos de consumo de masas tales como las series televisivas. Esa tensión saturada de ideas acaecía en los aparatos culturales que consumíamos inocentemente. Pero, quién iba a sospechar que Devon Miles podría ser Donald Trump, quien iba a imaginar que Fénix podría ser Pedro Sánchez, o que Michael Knight podría ser Albert Rivera. Sin embargo, lo peor no es ver que todo encaje, no es ver la hegemonía neoliberal en el plano cultural, lo peor es saber que el relato de los vencedores sigue venciendo, los ganadores de la guerra, de la tensión, la siguen y la quieren seguir ganando. Lo peor de todo es imaginarse lo que puede salir de Velvet, Las Kardashian y Tú sí que vales.