«Mira: en la tierra de Jauja hay un río de miel y otro de leche, y entre río y río hay una fuente de mantequilla y requesones, y caen en el río de la miel, que no parece sino que están diciendo: «cómeme, cómeme.»
La tierra de Jauja, Lope de Rueda
La obtención de alimento es uno de los resortes fundamentales que articulan la existencia humana. El acceso regular a esta fuente de energía es una condición indispensable para nuestra supervivencia como especie. Por desgracia, esta necesidad de orden biológico encuentra no pocos obstáculos que dificultan e incluso impiden su satisfacción. El hambre ha trascendido tiempos y espacios para azotar a sus víctimas, las cuales, abocadas a la carestía, han acudido con frecuencia a su imaginación con el objeto de abstraerse de un presente desolador. Sus fantasías están el origen de un conjunto de utopías en las que la abundancia deja de ser una excepción para erigirse en la norma.

Abundantia es un modelo utópico de sociedad definido por el académico J.C. Davis en su obra Utopía y la sociedad ideal. Estudio de la literatura utópica inglesa 1516-1700. En Abundantia, los más humildes encuentran alivio para sus pesares y frustraciones en una tierra de ensueño donde las miserias y mezquindades del mundo están proscritas. Esta sociedad idílica se inscribe en un entorno natural en el que las personas viven en igualdad y armonía, rodeadas por una naturaleza exuberante proveedora de cuantos bienes son necesarios para colmar sus apetitos. Ofrece la más sublime de las comodidades a cambio de un nulo esfuerzo; allí, el trabajo es tenido por una actividad deleznable, no una maldición divina. No hay espacio para el conflicto, pues todos los deseos se hallan satisfechos por un marco generoso en sus dones que hace innecesaria toda forma de autoridad o arbitraje. Esta tierra de promisión comparte el mismo presente que las sociedades despóticas responsables de sus descripciones y aparece ubicada al Oeste, al otro lado del mar, en contraposición con el Edén del Génesis bíblico, localizado al Este y del que los seres humanos fueron expulsados a consecuencia del Pecado Original. La Iglesia, promotora de una noción ultraterrena del Paraíso y la salvación, contemplaba esta promesa como una forma de pensamiento cercana a la herejía.
Abundantia encuentra su paradigma en el País de Cucaña, la más célebre de las utopías del Occidente medieval. Su origen reside en antiguos mitos paneuropeos y es un elemento omnipresente en la tradición cultural del continente. La primera referencia al Pays de Cocagne procede de la Francia del siglo XII y aquél aparece aludido con posterioridad como Cucagna en la Península Itálica, Schlaraffenland en tierras germánicas y Cucaña o Jauja en España. Todas estas denominaciones comparten una misma celebración de la abundancia y los placeres brindados por la naturaleza. Tema frecuente de fábulas, poemas, farsas y cuentos populares, el mito de Cucaña conforma un género literario con entidad propia. Estas narraciones nos retrotraen a la entonces acendrada creencia en un tiempo primigenio, una anhelada Edad de Oro en que la naturaleza era benéfica para con los seres humanos, ajenos a los conflictos generados por la necesidad y la codicia, una idea ya presente en la obra de autores clásicos como Hesíodo, Virgilio u Ovidio.

Cucaña se perfila como la más sugerente de las tentaciones en un escenario condicionado por la opresión económica y política. Sus exquisiteces están al alcance de la mano de cuantos tienen la fortuna de alcanzar sus dominios. Las corrientes de los ríos son de vino, leche y miel; los animales se pasean trinchados por el lomo, su carne deleitosa; dulces de toda clase brotan de la tierra y penden de las ramas de los árboles; las casas son de bizcocho, y sus vallas, de salchichas; mantequilla y requesones manan de sus numerosas fuentes. Hombres y mujeres gozan de las virtudes de una juventud eterna y de la actitud siempre complaciente de sus congéneres, abiertos en toda ocasión al intercambio carnal. Dormir está remunerado e impera un orden social igualitario o, en su defecto, una cómica inversión de las jerarquías. Los límites entre lo espiritual y lo material se diluyen y se ven sustituidos por una nueva escala de valores en la que el hedonismo ha obtenido la victoria sobre la abstinencia y sus privaciones.
Cada una de las tradiciones ligadas al mito de Cucaña presenta sus propias especificidades, y el ámbito hispanohablante no supone una excepción dentro de este esquema. El descubrimiento de América por los europeos a finales del siglo XV causó un impacto inédito sobre la cultura del continente, y muy en especial en la Península Ibérica. Fueron muchos quienes identificaron el Nuevo Mundo con la Tierra de Jauja -también localizada al Oeste, al otro lado del mar-, pues embarcados a la búsqueda de oro y plata, tuvieron conocimiento de alimentos nunca antes paladeados en Europa como el maíz, la patata, el cacao o el tomate; paralelamente, productos ya conocidos como el café o el azúcar comenzaron a ser cultivados en el nuevo contexto geográfico con unos resultados extraordinarios, merced a la fertilidad de sus tierras e idoneidad de su clima. Sería por estos años cuando el conquistador español Francisco Pizarro bautizaría con el nombre de Jauja un valle de excepcional riqueza metalífera y suculentos manjares localizado en el actual Perú, acuñando así un topónimo que desplazaría al anterior de Cucaña -pese a compartir una misma significación- en el ámbito hispánico. A partir de entonces, la tradición popular de la Tierra de Cucaña conocería un proceso de hibridación con los relatos maravillosos procedentes de las Indias, en donde también quedaron enclavados El Dorado o la Fuente de la Eterna Juventud.

Cabe preguntarse qué significación tuvo la tierra de Jauja -o Cucaña- para quienes habitaron los tiempos del medievo y la modernidad temprana. Los sueños de abundancia no constituían más que una ilusión en una realidad marcada por su crudeza. La celebración de la vida y sus alegrías podía hacer de Cucaña la patria de locos, pecadores e ingenuos. La tierra de Jauja, el conocido paso del dramaturgo Lope de Rueda (1510-1566), expone a las claras este hecho. En ella, dos pícaros hambrientos, Honziguera y Panarizo, embaucan con sus cuentos sobre esta tierra al crédulo Mendrugo que, cautivado, es desvalijado por los astutos narradores. Mendrugo les perdona, pues no tarda en comprender que sus acciones han estado movidas por la necesidad y no por la maldad; su inocencia le ha jugado una mala pasada. Jauja es una quimera, un delirio que envenena la mente de los más vulnerables distrayéndolos de la realidad inmediata. Así nos lo recuerda un rico legado en expresiones y proverbios en lengua castellana como «no se atan los perros con longanizas», «a pedir de boca», «esto es Jauja» o «miel sobre hojuelas», así como todo un conjunto de obras pictóricas y literarias, todas ellas deudoras de un mismo constructo cultural.