Marcel Marx (AndrŽ Wilms) and Idrissa (Blondin Miguel) in Aki KaurismŠki's LE HAVRE. Photographer: Marja-Leena Hukkanen. ©Sputnik Oy

Lev Tolstói y Aki Kaurismäki. El arado y la fábrica de cerillas

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Los cuadros graban para la eternidad, focalizan momentos de realidad capaces de tener sentido por sí mismos dentro de una pintura. Podríamos decir incluso que dentro de la propia obra de arte emana una explicación que se puede entretejer con otras obras de arte hasta encontrar un relato complejo y global. Es decir, las escenas de películas parecen cuadros, los cuadros son momentos fílmicos congelados y si movemos la pintura dentro del cuadro puede traducirse en una obra literaria o en una reflexión. Parece complejo, pero ya Músorgski, con su Cuadros de una exposición, fue capaz de hacer un relato musical a partir de una exposición de cuadros.

Existen conexiones, confluencias entre la pintura y literatura realista rusa y la fotografía de las películas de Aki Kaurismäki. Timo Salminen, fiel director de fotografía de Kaurismäki, es capaz de pintar verdaderos bodegones con sus paradas de cámara. Pero estos fotogramas cargados de casas de azulejos y armarios desconchados son bodegones ligados a un ambiente determinado, las casas humildes de la clase trabajadora, los lugares de trabajo son bodegones proletarios. Salminen es capaz de narrar y sopesar los guiones de Kaurismäki simplemente posando la atención en un frutero colocado dentro de un viejo armario, carcomido por la polilla, pero extremadamente limpio.

“En el mejor de los casos es un sueño para trabajadores cansados. Pero, por ejemplo, Hollywood está muerto desde hace mucho tiempo. El cine, en el mejor de los casos, puede aliviar, o de alguna manera dar consuelo como la Iglesia católica solía hacer en los viejos tiempos. Puedes encontrar consuelo. Si tienes sensibilidad para el arte, puede aliviarte. El cine ni siquiera es para mí una forma de arte. Tan solo mantiene a los trabajadores calmados para que no hagan la revolución.”
Entrevista a Kaurismäki Madrid 2008, entrega de la medalla de oro del Centro de bellas artes de Madrid.

Las relaciones de Kaurismäki con el realismo ruso son más que evidentes, hasta tal nivel que una adaptación de Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski es su primer largometraje en 1983. Aki Kaurismäki relaciona el alivio con el arte; el arte es un alivio dentro del mundo de la explotación del hombre por el hombre, y la vida es absurda. El finlandés busca el sentido de la vida a través de personajes perdidos en ciudades industriales decadentes, o de perdedores bohemios como el Marcel Marx de El Havre, largometraje más reciente del 2011. La clase trabajadora en Kaurismäki se refleja no como un ideal de decencia, sufrimiento y conciencia política de Ken Loach, sino como un grupo humano que sencillamente existe, busca el sentido de su vida. El cambio es sutil pero extremadamente significativo.

aki kaurismaki
Aki Kaurismäki.|Wikimedia Commons.

Los personajes buscan sentido a sus vidas, pero dentro de la clase social. No tienen porqué desarrollarse en función de su capital y abandonar despavoridos su condición social para arrojarse, por ejemplo, a un consumismo vacío que de sentido a sus vidas. Pocos autores hay que reflejen tales aspectos, quizás Camus en El extranjero o en La muerte feliz, o Erich Fromm con Del tener al ser: caminos y extravíos de la conciencia. No obstante, hay un autor anterior y de mayor envergadura que hacía este tipo de complejos literarios con suma virtud, Lev Tolstói.

LOS MUJIKS, LOS HOMBRES SIN PASADO

Hollywood está muerto, parece que vemos siempre la misma película mainstream. Y es que hay lugares comunes, lugares transitados desde diferentes comienzos y terminados en distintos finales, pero con una pasmosa similitud. Los protagonistas, los héroes de clase trabajadora pretenden siempre ascender socialmente para cerrar su perspectiva existencial, los humildes quieren ser ricos para curarse, se pasa de ser parte de la turba, de ser miembro de la colectividad aborregada a ser una individualidad con sentido pleno. Por eso abundan las historias del joven pobre que termina siendo rico, o en una versión más realista en donde termina siendo clase media, algunas parecen auténticos libros de autoayuda. El contenido es transversal, comedias, tragedias, terror…etc.

Sin embargo, no se encuentra el camino contrario, personajes o protagonistas de clases sociales acaudaladas que observan sus vidas individuales absurdas, podridas de consumismo, carentes de sentido, y por ello deciden adentrarse y confundirse con la turba y lo colectivo. Héroes capaces de diluir su yo entre los otros para descubrir finalmente el sentido de sus vidas. Ese es el tortuoso camino emprendido por Tolstói.

“En oposición a lo que veía en nuestro círculo, donde toda la vida transcurre en la ociosidad, entre diversiones e insatisfacción vital, veía que toda la vida de esos hombres transcurría trabajando duramente, pero que estaban más satisfechos de la vida que los ricos. En oposición a los hombres de nuestro círculo, que se oponían y recriminaban al destino la pérdida y el sufrimiento, aquellos aceptaban la enfermedad y el dolor sin ningún tipo de duda ni oposición, sino con una tranquila y firme seguridad en que todo esto tenía que existir […]. En oposición a nosotros, que cuanto más inteligentes somos, menos entendemos el sentido de la vida y vemos en el sufrir y el morir una burla cruel, esos hombres viven, sufren y se aproximan a la muerte con sosiego e, incluso, la mayoría de las veces, con alegría.”
Confesión, Lev Tolstói.

En un siglo XXI donde creemos que la salvación a nuestros males existenciales se encuentra en el individuo y en el consumo, el gigante ruso nos dice que la disolución del sujeto en el colectivo es la salvación al absurdo existencial. Para Tolstói lo esencial es sumergirse en la mecánica social de la comunidad para no sufrir nuestra tortuosa individualidad. Curiosamente lo mismo que afirma Kaurismäki:

«-¿Cuales son las mayores inquietudes que nunca logró resolver?
También me pregunto por qué al 90% de las personas simplemente les gusta vivir, sembrar patatas en la tierra y utilizarlas para alimentar a sus familias y después hay alguien que quiere poder y provoca guerras y bombardeos y toda esa mierda”
-¿Qué se siente al abrirse a los desconocidos?
No eres un extraño, eres un hombre. Eres un ser humano. Si hubieras sido Donald Trump hubiese abierto mi cuchillo.”
Entrevista a Kaurismäki en Madrid 2008.Centro de Bellas Artes de Madrid.

Tolstói, en la última parte de su vida, reniega de las ventajas sociales de la clase social aristocrática, renuncia a sus lujos y vive sencillamente, e incluso pasa largas temporadas trabajando y viviendo con sus mujiks. Su esposa Sofía Tolstói no es capaz de hacerle entrar en razón, tampoco las cartas de Iván Turguéniev logran convencerle. En sus últimos días intenta dar en herencia sus pertenencias a sus campesinos, Sofía lo impide.

EL ARADO ESCRIBE LA TIERRA

Las pinturas narran, los cuadros reflejan un pasado lleno de sentido que explica parte del presente. Los pintores Ilya Repin y Leonid Osipovich Pasternak muestran a un anciano Tolstói arando la tierra como un mujik más. No se trata de una demostración de fuerza del señor a sus siervos y tampoco se trata de un ejercicio de couching mediante el cual acercarse a la realidad del inferior para luego huir despavorido a su casa de Yásnaia Poliana, sino que el escritor, en el ocaso de su vida, se diluye en la comunidad colectiva para aliviar sus pesares existenciales con trabajo agrícola.

El sentido de la vida había estado siempre ahí, en producirla materialmente para ti y para los tuyos, no en las tertulias de intelectuales de San Petersburgo, no en el cristianismo caritativo del opulento y mucho menos en los textos de Arthur Schopenhauer. Tolstoi, como Marcel Marx, encuentra el sentido de su existir en los demás y en la lucha por la producción de la existencia de sí mismo y de los suyos. La obra de Tolstói Confesión, de 1844, es considerada como un giro hacia el anarquismo cristiano. Sin embargo, también parece que Tolstói busque el alivio a sus pesares vitales en la inmersión en la comunidad trabajadora, y en cambio no recaiga en el consumismo, o en una búsqueda interior que dé lugar a una nueva identidad, identidad que morirá postmodernamente dentro de un tiempo para así dar lugar a otra.

Bajo esta perspectiva, los misterios de la muerte de Tolstói, el enigma del abandono de sus riquezas por la vida humilde del mujik cobra sentido. Sus últimas palabras: «Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?» Ahora cobran significado, la salvación es el arado con los otros, trabajando de igual a igual, no un nuevo coche, no un nuevo club de pádel.

Tolstói acaba sus días trabajando con sus manos las áridas tierras de la región siberiana de Tula, sus mejores reflexiones existenciales no serán escritas sobre papel con una pluma, serán escritas con el arado sobre las páginas de la tierra.

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Lev Toltói, arando. I. Repin (1887).

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