El realismo poético de Juan Gómez Bárcena

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Es una experiencia curiosa la de adquirir una novela que supone una novedad editorial, que se publicó hace apenas un año y hemos visto anunciada en suplementos culturales o colocada en esas ubicaciones privilegiadas de las librerías; llevarnos la novela a casa, abrirla —el olor a páginas nuevas—, comenzar a leer y encontrar, casi desde el principio, toda esa literatura y esa amplitud de los clásicos, de las obras imperecederas. Curioso es encontrarse con una novela que nos parece un clásico instantáneo y que además esa vocación de universalidad se muestre a través de algo tan pequeño y concreto, tan poco abstracto y humilde como puede ser la aldea cántabra de Toñanes, con sus “treinta y dos casas, cuatro hoteles rurales, una iglesia, ningún bar.”

Es difícil englobar en un solo comentario una novela tan total, que contiene dentro de sí tantas historias, tantas capas; fragmentos que podrían funcionar incluso de manera independiente, como un relato breve punzante o lírico. No me cabe duda de que en unos años encontraremos en la página de Dialnet un buen puñado de artículos académicos sobre esta novela, así que dejo los análisis doctos para ellos, y aquí comenzaré por lo básico: esta es una obra notable en muchos sentidos, formalmente impecable y valiente; pero es, además, una novela con la que resulta muy sencillo empatizar, unos personajes en los que es muy fácil verse reflejada. En definitiva: muy disfrutable.

En Lo demás es aire, la pequeña aldea de Toñanes se convierte en un territorio tan literario y mítico como un Comala o un Macondo, pero cuyo tratamiento está marcado por una dimensión costumbrista y testimonial extraordinaria, edificada sobre un meticuloso trabajo de investigación. Ese costumbrismo es, con frecuencia, tan exacto que puedo ver con total nitidez a las viejucas Manuela e Higinia mirándose con recelo desde sus carros, o a Luis atravesando la pista de baile con su traje gris y los ojos clavados en Teresa.

Son las historias de innumerables personas que poblaron Toñanes a lo largo de los años y los siglos, y Juan Gómez Bárcena es capaz de trenzar todos esos múltiples pasados, que, como estratos geológicos de tiempo, se muestran cada vez más profundos o más cercanos. Uno de esos estratos es, además, autobiográfico, y así Bárcena hunde las raíces de su propia historia en la de los muchos habitantes de Toñanes que le precedieron. Y, atravesando las vidas de todos esos habitantes, vemos las realidades que han permanecido inalteradas a través del tiempo: el fuego, la noche, la lluvia. O las realidades que han ido cambiado con la historia, pero que de algún modo se parecen unas a otras: el sexo, los dioses, la violencia del cuchillo sobre la carne.

En este sentido, una de las grandes protagonistas es, por supuesto, la muerte. Hombres y mujeres que vivieron en Toñanes y de cuyas vidas no queda, tal vez, nada. Salvo quizás una moneda enterrada en el jardín, una vasija de barro, una lápida o quizá menos aún: “el trozo de papel donde se afirma que murieron”. En todo caso, Lo demás es aire es un homenaje extraordinario a todas esas vidas, a todas sus historias.

Por otra parte, la novela demuestra un dominio extraordinario del lenguaje, que transita con elegancia entre escenas que reproducen el habla cotidiana local hacia otras que bien podrían funcionar como poemas en prosa. Fragmentos que, en todo caso, hablan de lo cotidiano. Y nos hace preguntarnos cómo se logra ese tono, ese equilibrio, esa poesía sin ceder ni un milímetro de tierra. La respuesta solo puede ser, una vez más, el inmenso oficio y saber hacer del autor.

En definitiva, Juan Gómez Bárcena nos propone una reflexión sobre aspectos esenciales de la condición humana, y lo hace contando, sencillamente —aunque con gran ambición formal— la historia de su propio pueblo. Tal y como se intuye desde sus primeras páginas, Lo demás es aire está llamada a convertirse en un clásico.

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