Más que sesenta y cuatro casillas

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Cuando hablamos de ajedrez, la mayoría pensamos en un juego, un deporte, un arte o una profesión. Estas son sólo algunas de las definiciones que se dan sobre el ajedrez, pero alguien tan especial como Bobby Fischer lo define de otra forma: «El ajedrez es una guerra en un tablero. El objetivo es aplastar la mente del oponente». En realidad, esta es una muy buena definición de lo que es el ajedrez, porque es mucho más que un juego: es la lucha de intelectos, son los egos encontrados, la elegancia a la vez que la contundencia en hermosas jugadas que incluso han inspirado a escritores y poetas a acudir a su pluma para expresar la magia que lo envuelve. 

Bobby Fischer es el sujeto en el que me quiero centrar porque él, mejor que nadie, entendía esa magia que rodea al ajedrez y, de hecho, la frase se ajusta a este genio más que a ningún otro. Pero antes de explicar el porqué, contaré el principio de su gran historia.

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Un joven Bobby Fischer (izquierda) en la XIV Olimpiada de Ajedrez (Lepizig, 1960)

Bobby Fischer (Chicago, 9 de marzo de 1943) se crió en el barrio de Brooklyn, en el seno de una familia judía. A Bobby no le gustaba el colegio: las únicas asignaturas a las que prestaba algo de atención eran los idiomas, los cuales (como a su madre) le encantaban. Una infancia poco llamativa que llega a un punto de inflexión cuando le regalan un tablero de ajedrez y rápidamente empieza a interesarse por el juego. Lo cierto es que no se quedó en mero interés, sino que llegó a obsesionarse hasta tal punto que su madre lo llevó al psicólogo, aunque para su sorpresa, al psicólogo le pareció que había cosas peores con las que obsesionarse y no le dio mayor importancia.

En su adolescencia comenzó a ganar torneos a nivel nacional, asombrando a todo el mundillo del ajedrez, a la vez que continuaba siendo un joven estrafalario. Su carácter, sus excentricidades y su mala relación con su madre se unieron a la rebeldía propia de la edad, provocando así que aquélla lo abandonase en su piso de Brooklyn a los 17 años. Una vez pudo centrarse al cien por cien en el ajedrez, comenzó su batalla por títulos internacionales contra la escuela soviética, siendo capaz de batir a la mayoría de sus integrantes en diversos campeonatos. Esta fue posiblemente su génesis como héroe americano, ya que el ajedrez era el símbolo de la superioridad del sistema de la URSS, razón por la que los rusos invertían muchos recursos para mantenerse en la cima. Fischer sospechaba que no sólo le ganaban en número y recursos, sino que además amañaban partidas para que el genio estadounidense no tuviera ninguna oportunidad.

Aquí es donde la historia de un mero jugador de ajedrez se convierte en mucho más que eso. Lo que parecían simples partidas, se convierten en batallas, y el campeonato del mundo de ajedrez, en una guerra. Puede parecer que como admirador y aficionado al ajedrez estoy exagerando, pero nada más lejos de la realidad. Como decía, la URSS apostaba muy fuerte por mantener su hegemonía en el ajedrez, mientras que los estadounidenses, incapaces de competir con ellos, lo ignoraban de forma deliberada. Hasta que llegó Fischer. Eso lo cambió todo. El mismo jugador presionó para conseguir ayudas estatales y mayor inversión con el fin de poder competir contra la maquinaria soviética.

Ahora, ambas potencias estaban volcadas en este enfrentamiento: la URSS con mucho que perder y los Estados Unidos con la oportunidad de asestar un golpe propagandístico enorme a sus rivales. Esto hizo que el campeonato del mundo se volviese un hervidero en cuanto a tensión y repercusión mediática, ya que el vigente campeón, Borís Spasski, y el nuevo candidato, Bobby Fischer, eran los dos rivales que pugnaban por la corona en la final del año 1972. 

Borís Spasski (1973)

Hay muchas teorías conspiranoicas sobre este enfrentamiento, y no es para menos si tenemos en cuenta que el propio Fischer fue el primero en acusar a los soviéticos de ataques de todo tipo, desde técnicas de distracción leves hasta intentos de alterar su subconsciente con ultrasonidos. Lo más realista, sin embargo, es que todo se tratase de un juego psicológico de Fischer contra Spasski en el cual, a base de poner un buen número de condiciones bastante llamativas -como cambios de iluminación, problemas con la calidad de las piezas o la disposición del público-, Fischer consiguió descolocar a su rival. 

Cuando llegó el día de la primera partida, Fischer se presentó siete minutos más tarde de lo pactado, seguramente como parte de su juego psicológico, y esto le costó cometer un error bastante básico por el que perdió el primer envite. A la segunda no se presentó con la excusa de que las cámaras estaban muy cerca y no le dejaban pensar. Parecía que la final estaba inclinada del lado de Spasski, pero después de ceder a otro capricho del estadounidense, éste ganó la tercera partida y empató la cuarta. A partir de la quinta el dominio de Fischer fue arrollador. El duelo fue llamado en su día «el enfrentamiento del siglo» y consolidó una nueva forma de competir en ajedrez donde la guerra psicológica se convertía en parte vital del desafío. 

Después de esto, Fischer se convirtió en un verdadero héroe para su país. Había acabado con el dominio soviético -ininterrumpido desde 1948- con todo lo que ello significaba, pero su carrera había llegado a su clímax y comenzaba la estrepitosa caída. Debía defender el título en la siguiente final ante el famoso Anatoli Kárpov, pero esta vez puso tal serie de extravagantes condiciones que la FIDE no pudo satisfacerlas y se negó a participar. Después de este suceso, una nueva interpretación de sus excentricidades se extendió en el mundo del ajedrez, y es que quizás sus estratagemas no eran sólamente un juego psicológico, sino simple inseguridad y miedo a perder.

fischer-hilton-amsterdam
Bobby Fischer (centro) en el hotel Hilton de Ámsterdam (1972)

Fischer no volvió a ser mediático hasta que fue detenido -con aspecto de vagabundo- en California en 1981. Años después reaparecería para repetir a modo de exhibición el enfrentamiento con Spasski en Yugoslavia por una buena suma de dinero. La victoria resultó sencilla y el nivel del enfrentamiento no tuvo nada de relevante, pero le costó caro a Fischer, ya que el gobierno de su país tenía sanciones impuestas a Yugoslavia por motivos bélicos y estaba en contra de que jugase allí. Después de esta partida, pasó años viajando hasta que Islandia le concedió asilo político, donde vivió el resto de sus días como un ermitaño -perdiendo tanto el juicio como la salud- hasta morir por enfermedad, curiosamente a los 64 años, número que coincide con las casillas del tablero de ajedrez.

Así acaba la historia de otro genio que perdió la cabeza tras saborear la pasión, como sólo unos pocos elegidos pueden, y dejándonos a todos los que amamos el ajedrez la herencia de su bello juego y su vida al más puro estilo hollywoodiense. Fue un héroe «americano» que logró alcanzar lo imposible y también un loco incomprendido que, a causa de su amor por el ajedrez, acabó perdiéndolo todo. Esta es la dimensión que llega a alcanzar el ajedrez, que también enloqueció a genios como Paul Murphy o Wilhelm Steinitz, al igual que lo pueden hacer las matemáticas o la música.

Todo esto nos ubica en lo que es el ajedrez, algo tan poderoso que ni el mismo Fischer pudo dominarlo. Un arte, una guerra o pura psicología son aproximaciones que por separado se quedan cortas y con las que no llegamos a precisar con exactitud lo que es el ajedrez, así que yo no me atreveré a dar una definición, ni en lo más mínimo concreta. Simplemente diré que, como los años que vivió el señor Fischer, el ajedrez es mucho más que sesenta y cuatro casillas.

1 comentario

  1. Gracias al autor por tan buen articulo.
    Es muy grato leer de forma tan sucinta el resumen (personal y profesional) de una de las figuras mas destacadas del ajedrez.
    Podria valer la pena investigar sobre su relacion con su madre, ya que hay cierta polemica al respecto y fuentes parecen sugerir que no era particularmente mala.
    Si se quisiere extender el articulo, seria interesante tocar mas puntos relevante sobre su vida, como la denominada «partida del siglo», que lo catapultaria a la fama nacional, el torneo de candidatos y las partidas que jugo de forma remota, la persecucion y presion por parte del FBI por ser de origen ruso en su ninez y por jugar en Yugoslavia en su adultez, su vida en Japon y por supuesto las tacticas sovieticas y la maquinaria que pusieron en marcha tratando de evitar la victoria del campeon.
    Como referencias sobre esta gran figura, sera siempre recomendable el libro biografico Endgame, de Frank Brady.

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