Salvaje Oeste, último tercio del siglo XIX. James Anderson, antaño un diligente marshal de los Estados Unidos de América, es ahora un pacífico -aunque lacónico- granjero, un hombre de familia que vive alejado de la civilización en la idílica compañía de su esposa Anna y de su hija, la pequeña Sarah.
Por desgracia, su parcela se interpone en los planes urbanísticos del potentado «Gentleman» Bob Graham, muy interesado en adquirir la propiedad. Incapaz de persuadirlo para que acepte su oferta de compra, Graham envía a dos de sus matones que, en ausencia de Anderson, perpetran un crimen atroz. A su regreso, el ex-agente encuentra su hogar en llamas y a su mujer agonizante, que muere entre sus brazos no sin antes advertirle del secuestro de la niña. Tras dar sepultura a su esposa, el marshal se enfunda su viejo revólver, ensilla su caballo y emprende la búsqueda desesperada de su hija en la clásica epopeya de venganza.
Outlaws (1997) es un shooter en primera persona (FPS) para PC desarrollado por LucasArts. El género había recibido un espaldarazo decisivo con la publicación tan sólo unos años antes de los revolucionarios Wolfenstein 3D (1992) y DOOM (1993), títulos a los que hoy se reconoce el estatus de clásicos y que constituyeron un verdadero punto de inflexión en su evolución. La compañía de George Lucas, entonces una de las más prestigiosas del sector -sobre todo merced a sus aventuras gráficas, de entre las que sobresale la saga Monkey Island-, se serviría de una versión mejorada del motor gráfico Jedi -que ya empleara en el exitoso Star Wars: Dark Forces– para su audaz incursión en el género.
En agudo contraste con sus competidores y su conocida querencia por la ciencia ficción -de nuevo con DOOM como paradigma-, LucasArts apostó aquí por una ambientación deudora de la estética cinematográfica del spaghetti western, al que rinde tributo en infinidad de ocasiones. El videojuego abunda en referencias a la Trilogía del Dólar, la aclamada serie de películas dirigida por Sergio Leone, del que los diseñadores Stephen R. Shaw y Daron Stinnet eran admiradores confesos. Así lo ponen de manifiesto el significativo nombre que recibe cada uno de sus tres niveles de dificultad -bueno, malo y feo- o la plancha metálica utilizada por el protagonista a modo de rudimentario chaleco antibalas, un claro guiño a la usada por el icónico personaje de Clint Eastwood en el clímax de Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1965).
De hecho, la figura de James Anderson -al que presta su voz el veterano actor de western Jeff Osterhage-, un fumador empedernido con predilección por el humor cáustico y lapidario, parece construida a la medida del arquetípico Hombre sin Nombre, mientras que su tragedia personal lo emparentaría con el circunspecto coronel Douglas Mortimer (Lee Van Cleef) de La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965) y el insondable Armónica (Charles Bronson) de Hasta que llegó su hora (C’era una volta il West, 1968), ambos espoleados por la pérdida de un ser querido a manos de rufianes sin escrúpulos.
Outlaws ofrece tres modos de juego: juego principal, opción multijugador y misiones históricas. El juego principal sigue la campaña de rescate de James Anderson en pos de respuestas que lo conduzcan hasta el paradero de su hija. Su historia se nos narra a través de un conjunto de secuencias cinemáticas animadas con el motor gráfico INSANE, las cuales comprenden un extenso prólogo y varias escenas de corte episódico que vertebran la acción entre niveles y ahondan en el traumático pasado del protagonista. Los sucesivos escenarios transitan por entornos tan emblemáticos como un rancho, un pueblo fronterizo, un aserradero, una misión abandonada o una mina, parajes que encapsulan, si no la realidad, sí al menos el poderoso imaginario del Lejano Oeste.
En cada uno de ellos, Anderson habrá de medirse con un variopinto grupo de pistoleros a sueldo prestos a provocar al justiciero, ya sea de palabra -con invectivas como «¡Eh, señor agente del orden!», «¡No seas tonto, marshal!», «¡Espero que plantes mejor de lo que disparas!»- o imitando el cacareo de una gallina. Estos forajidos de gatillo fácil estarán siempre capitaneados por alguno de los hombres de confianza de Graham, representativos del pintoresco paisanaje que acoge el spaghetti western y del que son un buen exponente el lenguaraz mexicano «Spit’n» Jack Sanchez, el jefe indio Two Feathers o el depravado Matt «Dr. Death» Jackson -interpretado por John de Lancie-, un sádico cuyos excesos -adornados con citas extraídas de la Biblia- desencadenan la sangrienta espiral de violencia del ex-marshal.
Para abrirse paso entre tan abrumador número de enemigos, el jugador tiene a su disposición -si bien no desde el primer momento- un vasto arsenal que comprende armas de fuego de corto y largo alcance -revólver, rifle, escopetas-, cuchillos, cartuchos de dinamita e incluso un arma de repetición, la infame ametralladora Gatling, que debe operarse desde un punto fijo. El rifle, tal vez el arma más útil del juego -seguido de cerca por el versátil revólver-, puede equiparse además con una mira telescópica, una de las pequeñas innovaciones que Outlaws aportó al género. Para añadir un componente de realismo, es preciso recargar el arma cada vez que se agote su munición, ya se trate de las seis balas que aloja el tambor del revólver o las catorce del fusil de palanca. La salud del héroe se restituye por medio de cantimploras, botiquines y elixires, bienes muy preciados -a decir verdad, de un valor incalculable- en los niveles malo y feo.
Ahora bien, al jugador no le bastará la buena puntería para avanzar a través de los distintos escenarios. Fiel a su seña de identidad, LucasArts incorpora un ingrediente de aventura en forma de puzles, a menudo relacionados con puertas cerradas y el hallazgo de los objetos -como llaves o palancas- necesarios para franquearlas, aspecto que dificulta el progreso del protagonista al tiempo que enriquece el desafío planteado al jugador.
La sección de misiones históricas amplía la cronología del juego principal en clave retrospectiva, pues aborda la carrera de Anderson en el seno de las fuerzas del orden, desde sus inicios como un humilde ayudante del sheriff hasta su investidura como marshal. Para completar este arco argumental secundario, el jugador ha de atrapar -vivos o muertos- a un total de cinco bandidos en busca y captura, así como recuperar los fondos de los que se han apropiado en el marco de su actividad delictiva, lo que afectará a la puntuación final. La expansión gratuita A Handful of Missions, lanzada en 1998, agregó cuatro nuevas misiones individuales ambientadas en esta etapa, además de cinco escenarios inéditos para el modo multijugador.
Pero quizá el mayor logro de Outlaws sea su extraordinaria banda sonora, compuesta por Clint Bakajian -quien ya había demostrado su valía en anteriores títulos de la casa, como Monkey Island 2: LeChuck’s Revenge (1991) o Indiana Jones and the Fate of Atlantis (1992)- y en la que el influjo del inmortal Ennio Morricone se percibe desde los primeros compases. En una maniobra poco usual para la época, LucasArts contrató una orquesta para que interpretara todo su repertorio en lugar de recurrir al socorrido uso de sintetizadores, tal y como era práctica habitual por aquel entonces.
El resultado fue una banda sonora soberbia cuya escucha es un deleite aun al margen del videojuego para el que fue concebida. En ella convergen guitarras, trompetas y armónicas -indisociables del western y que predominan sobre el resto de instrumentos- con el concurso esporádico de coros, silbidos y unos efectos de sonido -como el aullido de un coyote en la lejanía- que contribuyen en un grado inestimable a la ya de por sí exquisita atmósfera del videojuego. Entre sus temas destacan el inolvidable «Sanctuary»; la melodía mariachi de «Sanchez the Outlaw»; el conmovedor «Anna’s Theme», de resonancias elegíacas; o la épica que rezuman los magistrales «The Last Gunfight» y «Showdown», cuyas notas acompañan al héroe en el desenlace de su particular ordalía.
Sin embargo, pese a sus innegables virtudes -que lo hicieron acreedor de no pocos elogios por parte de la crítica especializada-, Outlaws no cosechó el éxito comercial esperado. La salida aquel mismo año de shooters como Quake II, GoldenEye 007 -una exclusiva de la flamante Nintendo 64- o la continuación de Dark Forces, titulada Star Wars Jedi Knight: Dark Forces II, opacaron el brillo de una propuesta que, en el contexto de un nuevo salto tecnológico, acusaba ya un serio desfase en el apartado gráfico, circunstancia que no pasó desapercibida entre los aficionados, ávidos de novedades.
Nada de esto ha sido óbice para que, con el paso de los años, Outlaws se haya erigido en un auténtico juego de culto, llamado a ocupar un lugar de privilegio en el recuerdo de un selecto grupo de jugadores devotos.