Proclamación II República

Para que todo siga como está…

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“¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado
—El Gatopardo.

 

El gatopardismo es una metáfora clásica en las ciencias políticas: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie«. Por supuesto que ese queremos está en boca de una clase dominante que se afana por no perder su poder. Pero este principio es también un recurso hábilmente utilizado para trazar relatos, especialmente por los influyentes medios de comunicación.

Traigo el caso del curioso e interesantísimo documental Viva la República, dirigido por Jaume Grau, y que se estrenó en La Sexta allá por el 2008, si no recuerdo mal.

Viva la República es un ejemplo claro de ucronía. En el falso documental una reportera investiga diversos acontecimientos de una supuesta historia alternativa de España. Dicha historia alternativa parte de la victoria del Estado republicano frente a los golpistas fascistas y la subsiguiente Guerra Civil, pasando por la Segunda Guerra Mundial y la segunda mitad del siglo XX, hasta llegar al presente de 2008. Para trazar todo el recorrido histórico, nuestra narradora-reportera recurre a especialistas, historiadores, otros periodistas y hasta críticos de cine. A través de ellos, se reconstruye la historia alternativa de España como república.

Pero Viva la República es también un curioso ejemplo de gatopardismo mediático, y he de reconocer que muy bien diseñado y ejecutado. El documental muestra una historia en la que todo es diferente: la República ha llegado hasta nuestros días, no hubo Transición, no hubo cuarenta años de dictadura fascista, el país estuvo asociado e integrado al resto de países de Europa y sufrió la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, aunque en apariencia todo es diferente, no se precisa mucha pericia para advertir que, de principio a fin, todo el documental es una reproducción de la historia real que ya conocemos.

Voy a hacer un breve recorrido por el documental, mostrando el curioso empaque tricolor de su relato:

Aquella lucha fratricida que costó miles de vidas humanas y que provocó destrucción y miseria, sigue estando presente en la memoria de los españoles de uno y otro bando, hoy reconciliados”.

Así comienza el documental, con nuestra reportera hablando de la Guerra Civil, con esta frase que nada tiene de alternativa o diferente, salvo la enorme bandera republicana ondeando a la espalda de la periodista. De hecho estas palabras podrías escucharlas en cualquier momento en la televisión, al parroquiano de cualquier bar, a algún familiar, o leerlas en cualquier panfleto barato. No podía ser de otra manera. Esta es la insidiosa leyenda que impregna la conciencia de la mayoría de los españoles: que la guerra civil fue una lucha entre hermanos, que un día medio país se levantó de mala leche y decidió liarse a tiros con el otro medio. Y no —¡qué absurdo!— que un grupo de militares sediciosos y reaccionarios, apoyados por una oligarquía cerril y la siempre ávida Iglesia Católica quisieran derrocar al primer Estado democrático que tenía España en su historia. Y tampoco es casualidad. Este es el punto de anclaje sociológico, y por tanto profundamente ideológico, que sirve para, desde el presente, trazar una historia alternativa que en nada cambie los fundamentos vigentes.

El documental recurre a la consabida conspiración comunista para explicar la victoria de la República: siendo Negrín en el fondo un servidor de la URSS, bastaba su sustitución por alguien más “honesto” como Indalecio Prieto para que Francia y Reino Unido decidiesen apoyar a la República Española. Se obvia aquí el hecho de que fue la República de México prácticamente el único país que prestó ayuda a la joven democracia republicana. Ni Reino Unido ni Francia —esta última convenientemente amenazada desde Londres con el retiro de su apoyo frente a la Alemania nazi— se dignaron a defender al gobierno legítimo. Y así, un simple cambio presidencial iba a corregir el carácter abiertamente imperialista y licencioso con las dictaduras alemana e italiana del primer ministro británico, Neville Chamberlain. Al fin y al cabo en la ucronía todo puede ser. Tanto es así que en el documental los alemanes y los italianos retiran sus tropas y apoyo a Franco. A lo que le sigue una insurrección de militares monárquicos en el ejército sublevado, por lo que pierden la guerra.

Sin embargo, la victoria de la República no resulta ser una alegría. Ni mucho menos. De inmediato se lleva a cabo una fuerte “represión republicana” contra numerosos militares y civiles que han de exiliarse. Se fusila a centenares de personas del antiguo bando sublevado. ¡Como si la genocida represión franquista tuviese su versión alternativa republicana! Por cierto que las siempre prestas en ayudar a los gobiernos democráticos y legítimos, Reino Unido y Francia, presionan a la República para que cese la represión. Como presionaron también a la dictadura franquista en la versión histórica…

Resulta muy ilustrativo comparar este relato sobre la represión republicana con el escenario que se presenta justo después en el falso documental. Así, con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la República es invadida por los nazis, quienes colocan a Franco como caudillo títere del país. Se ve que los alemanes no disponían de eficientes y competentes generales, teniendo que recurrir a uno que ya había sido derrotado para que su dictadura fascista durase al menos cuatro años y no cuarenta. O quizás más bien había que asegurar otro punto de anclaje sociológico en la figura de Franco, que hasta ahora en esta historia alternativa había pasado sin pena ni gloria.

Pero en sólo cuatro años “Franco llena la península de campos de concentración”, y su represalia es tan terrible que los propios nazis tienen que frenar su sed de venganza. Se advierte enseguida la equidistancia entre represión republicana y represión franquista, incluso el papel apaciguador de las potencias —da igual que sean Francia y Reino Unido o la Alemania nazi— ante el aparente carácter vengativo de los gobiernos españoles. De nuevo no es casualidad. Si el principio del que partíamos era una lucha fratricida, es lógico que el despliegue de esos hermanos en el poder gubernamental sea la continuación de dicha lucha apolítica y caprichosa bajo la tutela de unos padres en forma de potencias imperiales extranjeras que han de guiar moralmente al país peninsular.

Por suerte los Estados Unidos entran en la guerra en 1942 salvando a la República y a Europa una vez más, gracias al desembarco en Normandía. Una vez más porque aquí juega otra falsa leyenda, de creación bastante reciente por cierto, según la cual fueron los EE.UU. quienes derrotaron al nazismo y al fascismo. Cualquier análisis histórico mínimamente riguroso sobre la Segunda Guerra Mundial muestra la importante y decisiva actuación de la URSS para alcanzar la victoria. Fue en el frente oriental donde se libraron las más grandes y concluyentes batallas que llevaron a la derrota del nazismo. Pero en el documental a la URSS no se la nombra más que para hacer notar al comienzo su carácter pérfido y conspirador. Quizás había que hacer censura en el propio relato ficticio para que llegase la ayuda norteamericana y el Plan Marshall tras el fin de la guerra. Como si en la conciencia de los españoles pesase la injusticia de haber sido excluidos de la parte más apetecible del gran plan de reconstrucción y sujeción de la nueva política imperialista americana.

En este punto se da un giro realmente interesante, más por la ausencia de contenido o información al respecto que otra cosa —tampoco es que el documental sea un dechado de datos que permitan explicar el desarrollo alternativo de la historia—. En 1945 hay un cambio de la Constitución, ¿por qué? Nada se dice al respecto. Pero se da a entender que hay un retroceso conservador, pues en las elecciones gana la Democracia Cristiana dirigida por Joaquín Ruiz-Giménez. En mi opinión este giro se debe a una necesidad de insertar el relato ficticio en una coyuntura histórica muy concreta: la derrota del fascismo que permite un empoderamiento del movimiento obrero que asegura sus derechos sociales y laborales. Así como un repliegue de la burguesía que no obstante mantiene un as en la manga, a saber, la salvaguarda de la propiedad privada frente a la regulación de la misma por parte del poder legislativo. Recordemos que la Constitución de 1931 en su artículo 44 abría la posibilidad a una socialización de la propiedad, siendo así una de las constituciones democráticamente más avanzadas de la época —mucho más que la actual Constitución de 1978— siguiendo la estela de las constituciones de Weimar, la austriaca de 1919 o la mexicana de 1917. De alguna manera el documental tiene que deshacerse de esa herencia profundamente democrática que es la Constitución de 1931 y que difícilmente encajaría en la nueva correlación de fuerzas. Por ello se inserta la instauración de una Tercera República cuyos fundamentos serían acordes —esto lo supongo yo siguiendo el argumento que desarrollo y los datos del documental— con la línea de los países europeos occidentales tras la Guerra Mundial: blindaje de la propiedad privada capitalista, integración en la ONU, fundación de los organismos que posteriormente serían la UE, integración en la OTAN…

¿Qué se logra con este rápido y aparentemente inocuo giro? Enterrar una república que se nos ha presentado subrepticiamente como extremista, esa república que persigue y reprime, que puede ser tan terrible como una dictadura fascista. En realidad, se trata de enterrar una República de trabajadores de toda clase, que se organizan en régimen de Libertad y de Justicia y que está directamente en contra del interés de una clase dominante que es tanto la representada en la figura de Joaquín Ruiz-Giménez en el relato ficticio, como la que nos está contando ese mismo relato ficticio a través del documental.

Continúa el falso documental con unas décadas de esplendor industrial, económico y cultural en la línea con lo que se ha conocido como los años dorados del capitalismo y el Estado de Bienestar. Y en los años 60 el país vive “cambios radicales en sus costumbres con la llegada masiva del turismo”. De nuevo el “milagro económico español” del franquismo tiene su versión republicana. A ello le sigue la exhibición de personajes franquistas envueltos en la toga republicana. Mientras Manuel Fraga es ministro de asuntos exteriores, Adolfo Suárez es presidente de la República. Por cierto que Franco muere en 1975, en un dulce retiro nicaragüense pues en ningún momento llegó a ser juzgado, ¡ni siquiera en la ficción se nos permite hacer justicia!

Otro interesante dato demuestra la absoluta ceguera y el cerril nacionalismo del actual Estado español. Según el documental, en 1978 se tiene que reformar la Constitución. Por supuesto se trata de recurrir a otro potente punto de anclaje sociológico como es la Transición. En la historia ficticia, no obstante, tiene la siguiente explicación: desde 1945 y debido a la estructura del Estado y la ley electoral, sólo los partidos mayoritarios habían estado presentes en el parlamento. A partir de la reforma de 1978 se crean las Comunidades Autónomas y los partidos minoritarios y nacionalistas entran en el parlamento —el Partido Comunista llevaba cuarenta años fuera del parlamento, porque extrañamente y al contrario que en otros países como Italia o Francia nunca había sido mayoritario—. Es decir, que en más de treinta años de democracia no había existido problema alguno con la estructura del Estado ni con las realidades nacionales, y el comunismo se había deshecho en la inopia. Eso, o se había negado el carácter plurinacional del Estado, se había erradicado brutal y hábilmente el comunismo y por tanto se había sometido cualquier postura contraria o discrepante. Sin duda esto último va más en la línea de la analogía republicana con la dictadura franquista, con la Transición y con nuestra actual realidad.

Finaliza el relato con una serie de adornos estéticos: Juan Carlos de Borbón es presidente del Comité Olímpico Internacional, Felipe de Borbón abandera la republicana del equipo español y se casa con Letizia Ortiz, el Peñón de Gibraltar pasa a soberanía española, Aznar es presidente de la República, Zapatero es el jefe de gobierno… Todos estos guiños terminan por redondear esa realidad republicana en la que todo es diferente pero en realidad nada ha cambiado.

Como ya apunté al inicio, este falso documental es un perfecto ejemplo de gatopardismo mediático. Nos cuenta una historia alternativa cuya base, cuyo fondo, no deja de ser el mismo que el de nuestra historia real. La verdad es que, rasgado el velo tricolor con el que se pretende engalanar toda la historia, no hay nada nuevo ni diferente. Tan sólo un continuo machaque de falsos mitos y leyendas que ya tenemos bien interiorizados. Los personajes, los acontecimientos, son exactamente los mismos. Aparecen convenientemente repetidos, como si se necesitase de fuertes puntos de amarre desde los que se trazasen las líneas maestras, democráticas o fascistas, tricolores o rojigualdas, de derechas o de izquierdas, pero que inevitablemente siguen un lógico acontecer de las cosas hasta el día de hoy. Como si el tiempo no entendiese de justicia e injusticias, o aún más las integrase en sí, en una cadena de hechos que inexorablemente llevaran siempre a un mismo fin: aquel ya realizado en nosotros mismos, en nuestra época.

Si queremos que todo siga como está, es necesario contar otra historia que en el fondo no deje de ser aquella que nos legó el franquismo, la Transición y el queremos en boca de esa clase dominante afanada en no perder su poder.

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