Foto: Joaquín Gómez Sastre

Quique González: «La música es mucho más que una terapia para mí»

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Terminó el primer año de presentación de su décimo disco, Me mata si me necesitas, feliz y satisfecho junto a Los Detectives, la banda con la que lleva tocando los últimos cinco años. Quique González (Madrid, 1973) pide un gintonic, se explaya hablando de series y de cine, una de sus grandes pasiones, y no esquiva ninguna pregunta. Con veinte años de carrera profesional a sus espaldas, charlamos sobre su trayectoria, sus influencias, el tratamiento que recibe la música y la profesión de músico en España, así como la especial relación que mantiene con Cantabria desde hace más de una década.

Nos reunimos en el mítico Rvbicón de Santander, un bar que le es muy familiar. No en vano, junto al piano que preside el local ha compuesto varios de sus temas y ha pasado noches inolvidables el que es uno de los compositores y músicos de rock más respetados y queridos del panorama nacional.

Tus primeros trabajos fueron en un Mc Donald´s de Londres y como animador turístico en un hotel de Mallorca, ¿qué aprendiste de esas experiencias?

Muchas cosas. Siempre digo que tendría que ser obligatorio trabajar durante un tiempo en la hostelería. Creo que se aprende mucha psicología, te pones en los zapatos del otro y entiendes muchos comportamientos distintos.

Tengo muy presente todo lo que aprendí cuando trabajaba en cosas distintas a la música. La animación en los hoteles es el punto más bajo, más underground del mundo del espectáculo, pero a la vez también te da mucho desparpajo. Lo que sucede es que yo tenía más desparpajo subiéndome al escenario cuando era animador que haciendo mis propias canciones, porque no me estaba exponiendo yo, no estaba exponiendo mis emociones y mis sentimientos, sino que era más entretenimiento y espectáculo. Es como si vieras una persona distinta cuando estoy yo cantando mis canciones y cuando estaba ahí disfrazado de John Travolta [risas].

Decides intentar dedicarte a la música, tu pasión. Vuelves a Madrid y entras en contacto con el guitarrista Carlos Raya, que acabaría convirtiéndose en tu productor. Comienzas a tocar en pequeñas salas locales y compones la canción Aunque tú no lo sepas para Enrique Urquijo, uno de tus ídolos. ¿Cómo recuerdas esos comienzos?

Recuerdo empezar a hacer las primeras canciones que me gustaban, pensando que podría tener en España un trabajo similar al que tenía en Londres y poder tocar mi propia música. Empecé a buscar en El Rincón del Arte Nuevo, el primer sitio donde me cogieron una maqueta y me llamaron para tocar. Lo siguen haciendo, cosa que les honra. Hemos tocado todos ahí, hemos empezado todos ahí…

Entre Londres y Mallorca, antes de conocer a Carlos [Raya], empecé a grabar algunas canciones con Nacho Béjar y Basilio Martí, que luego llegó a estar en mi banda. Ellos tocaron muchísimos años con Antonio Vega y conseguí grabar cuatro o cinco canciones, entre ellas Aunque tú no lo sepas, en un estudio en Madrid, lo primero que grababa de forma profesional. Ahí justo empecé a dar clase con Carlos y poco a poco empezamos a hacer canciones juntos. Recuerdo aquella época como estar empezando algo y sin embargo necesitar tener una carrera detrás. A ti te gustaría creer en ese momento que tienes un bagaje que en realidad no tienes, porque no tienes experiencia tocando con una banda ni en un estudio. Lo recuerdo así, como que casi tenías más ganas de que te hubiera pasado algo que de lo que estaba por pasar. Pero sobre todo la mayor suerte que he tenido en esto ha sido encontrarme a Carlos, porque si hubiera sido una persona que no me hubiera entendido o me hubiese llevado por otro sitio las cosas habrían sido de otra manera, así que lo más relevante para mí en toda esa etapa es haberme encontrado a Carlos, a mi maestro.

Foto: Joaquín Gómez Sastre
Foto: Joaquín Gómez Sastre

¿Cuáles son las fuentes que nutren el universo estético de tu obra? Puedes comentarnos algunas referencias.

No es algo que haga de una forma muy consciente, cojo esto de allí o esto de acá. Me gusta pensar que construyo un puzle con muchas piezas, que vienen de muchos sitios, desde la música y los grupos que me gustan hasta el cine, que es una cosa que me encanta. La poesía, por supuesto. Me nutro también del entorno en el que vivo, de mi pueblo, de mis experiencias con mis amigos, siempre trato de abrir mucho las orejas, porque por donde quieras puedes encontrar frases de canciones.

En cuanto a referencias, en la música tengo muchísimas. Para mí, haber empezado a tocar en El Rincón del Arte Nuevo con alguien como Carlos Chaouen, que era el mejor de los que estábamos allí, fue muy importante. También José Ignacio Lapido, con quien tuve la suerte de cantar el año pasado, es un ejemplo de honestidad, de lo que es escribir bien. Junto a Diego Vasallo y Santiago Auserón forma lo que para mí es, dentro del mundo del rock en España, la aristocracia intelectual, los que más han hecho por llevarlo a otro nivel en algunos aspectos. Ellos, no sé, siempre se han preocupado de hablar de otras cosas más allá de «hey nena, vamos a zumbar»; han buscado hacer pensar a la gente, hacer que ocurriesen cosas.

Por otro lado, a mí me gusta mucho la novela negra, aunque ya sé que no tiene muy buena prensa, sobre todo entre los poetas. Una vez, en el aeropuerto, le dije a Luis García Montero que me gusta mucho la novela negra y me miró, no sé, como si él me hubiera dicho que escuchaba reguetón [risas]. En este género, mi favorito es Elmore Leonard, que también era guionista de cine; construye unos diálogos bestiales. La verdad, no sé si ha llegado a influir o no en mis composiciones. También me encanta Montero Glez; podría decir que es mi escritor español favorito. Es un estilo espectacular, tanto si son cuentos sobre fútbol, como si vamos al libro que escribió sobre la última cena de Camarón. El tipo monta una escena en un bar de Tarifa o Barbate y tú lo hueles, lo escuchas, ves los boquerones encima de la barra; todo ello de una manera brillante y muy original.  En poesía, me gusta Martín Bezanilla, que es de aquí de Cantabria; Óscar Aguado, un poeta joven pero muy potente, que además conocí en Santander,  me envía sus libros y me gusta muchísimo cómo escribe.

¿Y sobre cine que nos puedes contar? ¿También eres seguidor de series?

El cine es algo que me maravilla. Todos los días veo una o dos películas en casa, donde tengo instalado un pequeño proyector. Estoy en Netflix, en Filmin y HBO, que todavía no tiene la smart TV, me está jodiendo, porque quiero volver a ver Los Soprano con el proyector. Del cine disfruto tanto como de la música y si hay un talento que me hubiese gustado tener, es el que me diera para poder dirigir una película o escribir un guion. Pero para eso hace falta mucha disciplina y hay que saber mucho; tengo amigos directores de cine, y es que son brutales, porque controlan de muchas cosas. Como en la novela, también aquí me tira mucho el cine negro, y no sólo el yanqui, también el francés. Me apasiona J-P. Melville. Me gusta mucho la forma que tienen los franceses de hacer cine, conecto mucho con ellos, con su existencialismo. Pero también me gustan los documentales. Acabo de ver uno muy chulo sobre el boxeador catalán Josep Gironès. En cuanto a series, debo decir que sigo algunas, pero en mi opinión hasta hoy no se ha hecho ninguna que supere a Los Soprano y a The Wire. Es que, ¿no tenéis la impresión de que cuando una serie empieza a molar empiezan a estirarla, siempre con un giro inesperado de guion que lo pone todo patas arriba? Sí, pero yo creo que eso no pasa en Los Soprano ni en The Wire, en las que manda la historia y no tanto exprimir más a la audiencia.

Decía Iván Ferreiro en una entrevista que ya estaba un poco cansado de hablar de sí mismo, por eso ahora jugaba a crear ficciones, historias que no hubiese vivido necesariamente. Tus composiciones son intimistas, muy personales. Pero ¿también hay ficción o partes siempre de experiencias propias?

Es que yo creo que la diferencia es el punto de vista, es decir, incluso cuando estás contando una historia de ficción también estás hablando de ti, estás mostrándote de alguna manera. Cierto es que es más sencillo hacer canciones como confesionales, intimistas, que vienen de tu experiencia, y parece que ahí estás hablando más de ti, que es más crudo. Pero, cuando cuentas una historia desde fuera, también estas yendo a cosas que te interesan o preocupan, de la que al final también tomas parte. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo una canción sobre educación y delincuencia juvenil y pienso mucho en esto que hablamos. Quiero que sea una historia narrativa, pero contada en primera persona; sea como sea, tienes que implicarte, decidir sobre el personaje que creas (matarlo, enamorarte de él…). Y eso también eres tú.

Foto: Joaquín Gómez Sastre
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Relacionas tus discos con etapas de tu vida, ¿la música puede ser una de forma terapia?

Sí, pero en el problema está la solución también, ¿no? La música te reconforta y hace que te olvides de otras cosas e incluso te cambia las sensaciones, como oyente y también como músico. Lo que pasa es que en la búsqueda y en rascar en tus cosas, en tus emociones, mezclado con la obsesión que tenemos los músicos en general, hace que cuando estás escribiendo una canción te despiertes a las cinco de la mañana con un verso en la cabeza, o que estés con gente, con amigos o con tu chica, y haya parte de tu cabeza que está en otro lado. Te tiene que gustar mucho esto porque tiene algo de obsesivo y rascar en tus cosas algunas veces te alivia pero otras te puede doler. Pero aceptas el juego y eso también se mezcla con que escribir una canción y terminarla como a ti te gusta es muy divertido. En resumen, la música es mucho más que una terapia para mí. Me ha salvado la vida y me ha dado una forma de ganármela.

Entre 1998 y 2002 publicas tus tres primeros discos (Personal, Salitre 48 y Pájaros mojados) con dos casas discográficas, sin embargo, se trata de una época de inestabilidad laboral. En 2003 anuncias en un comunicado, “Peleando a la contra”, tu desvinculación de las compañías multinacionales para dirigir personalmente tu carrera, a través del sello independiente Varsovia!!! Records. ¿Qué significó esta ruptura para tu carrera profesional?

Creo que fue una de las mejores decisiones que he tomado, porque me puso las pilas en muchos sentidos. Cuando firmé el contrato con la primera compañía yo pensaba que había llegado a algo ahí, y ese es el error y la trampa. Lo veía más como el final de algo que como el comienzo de algo. Y afortunadamente me echaron a los tres meses de la compañía. Era muy joven, pero recuerdo que tenía unas expectativas muy altas y la cosa no funciona así.

La ruptura fue un cambio en todos los sentidos y tuve la actitud de estar empezando algo, que era lo que estaba haciendo realmente, porque realmente estaba empezando a ser profesional ahí. Me sentó muy bien y tuve que aprender mucho de muchas cosas al tener que hacerlo yo. Eso luego me ha servido para ser exigente y responsable con lo que hago.

¿Crees que, a diferencia de otros países, es más difícil ser reconocido y respetado como músico profesional en España? ¿Por qué crees que ocurre esto?

No sólo es algo de la industria del disco o de los managers. También es de los músicos y de los artistas. Y de los medios, de cómo han vendido la música. Es imposible que yo vea mi disco como un par de zapatos, para mí no es un producto. Pero para la industria de la música ha sido sólo un producto, y cuando han ganado mucho dinero vendiendo discos no han invertido en ella, en un estudio o una sala de conciertos decente. Tampoco les he visto apostar por una banda que no haya vendido desde el principio.

Todo el mundo sabe que en las radios comerciales se pagaba por sonar, se pillaban derechos de las canciones y era un robo, joder. Me parece muy bien que haya música comercial, pero tenemos que cuidar nuestra música en castellano porque es una industria que funciona y que hay que ayudar como a otros sectores, y porque la música forma parte del tejido cultural de un país, igual que el cine, la pintura o la literatura. En cualquier otro país no lo tienes que explicar, pero en España sí, esa es la diferencia.

Hablamos, si te parece, sobre la identificación de la música con la farándula, el reconocimiento de solo aquello que es respaldado por grandes empresas musicales, la falta de una cultura de la música en vivo a pequeña escala y, a este nivel, la priorización de los grupos de versiones frente a músicos con repertorio propio, así como la respuesta del público.

Yo no me voy a meter en cómo se gana alguien las lentejas, pero es jodido pensar que hay gente que tiene grupos de versiones que se gana mejor la vida, no ya que los auténticos, pero sí que gente que está apostando por hacer música original. Una banda de versiones es como ir recogiendo las migajas de otro tío y ganarte la vida aprovechándose de su trabajo. Ves los carteles y ponen en grande, no sé, «Platero y tú» y luego, en pequeñito, lees «tributo». A mí me parece una puta estafa, es tener mucho morro. Dentro de todo lo que puedes hacer en la música, yo preferiría cualquier otra cosa, ya no te digo tocar, antes que hacer una banda de tributo o de versiones. Somos músicos, hay que tener un proyecto.

Por otro lado, hay una percepción en general de que ser músico es coger y descolgar la guitarra, subirte a una banqueta y tocar. Pero mucha gente no se da cuenta de que para que eso ocurra antes tienen que pasar muchas cosas. Me da terror cuando oigo que a alguien le parece cara una entrada de 15, 20 o 25 euros por un concierto en el que hay siete personas en el escenario, ocho detrás, promotores, gente de la sala, tienes que mover dos furgonetas, habitaciones de hotel, alquiler de equipo… si sumas, igual son treinta personas las implicadas, y me dices que es cara esa entrada. Creo que a veces no se es consciente de todo lo que hay detrás. Y tener que explicarlo me parece de vergüenza.

Esto está relacionado, a su vez, con la falta de consideración que hay en torno a la profesión de músico. Pero eso empieza desde muy pronto, cuando se imagina siempre la música como un hobby. Por ejemplo, yo tengo amigos que empezaron a tocar y que al principio a sus novias les hacía gracia, pero cuando llegaba la hora de la formalizar había que comenzar a pensar en dedicarse a algo serio. ¡Los músicos tenemos muy buena entrada! [risas]. Pero en serio, en el fondo está esa idea de que, si el chiquillo está ahí con la guitarrita, el piano o la camarita de fotos, «ya se le pasará»…

Oye, ¿podría tomarme otro gintonic?

Foto: Joaquín Gómez Sastre
Foto: Joaquín Gómez Sastre

¿Qué significó Nashville en tu trayectoria y cómo ha marcado esa experiencia a tu música?

Nashville es un shock, sobre todo la primera vez que vas. Es una ciudad tomada por la música, con una población de músicos tan grande que no parece real. La calle principal está llena de sitios, puerta con puerta, donde hay gente tocando desde las doce de la mañana hasta que cierran. Es gente que toca increíblemente bien; piensa que para que te cojan en un sitio de esos tienes que ser muy bueno. Tienes la sensación que cada tipo que estás escuchando en un bar es el mejor que has escuchado. Y ese es el lado más clásico; luego está la cara más alternativa, con bandas que no tienen esa impronta tan country. Por otro lado, como tienen una industria tan grande, la música está tan apegada a lo que son y les importa tanto, que, claro, les ves trabajando tan rápido, tan profesional y con calidad que alucinas. Están grabando discos constantemente. No creo que en España se graben cinco discos con buen presupuesto al año. Ojo, no es que seamos mejores o peores músicos, es que somos menos. Pero también hay un elemento cultural que se plasma en la forma de currar, en la idea de no perder ni un segundo de tiempo. Además, cuando uno va allí, con cierto provincialismo, con tus inseguridades, te lo ponen muy fácil. Te agradecen de verdad que hayas confiado en ellos para trabajar en tu disco y se implican a fondo, no hay ese desapego que uno podría esperar. En realidad, les da igual quién seas o de dónde vengas, lo que importa es que estás haciendo música. A nivel más personal, la experiencia de Nashville me dio seguridad; a nivel profesional, fue como un máster, porque aprendí muchísimo.

A nivel nacional eres un artista muy reconocido, que poco a poco se ha ganado un lugar muy respetado en el panorama musical. Pero ¿qué hay del extranjero? ¿Se escucha a Quique González fuera de España? ¿Has podido presentar tu obra en otros países?

He estado varias veces en Argentina; el año pasado estuve en México y este año volveremos; también iremos a Colombia por primera vez. En cuanto a sensaciones, creo que hay un respeto por la música y los músicos envidiable. Es una manera muy pasional de vivir la música, casi futbolera. Me gusta mucho cómo huele, los colores… Flipé mucho en México y tengo ganas de volver. En Estados Unidos hicimos un par de conciertos, en Nueva York y en algunos otros sitios, y fue bastante bien. Pero, por otro lado, cuando estoy fuera más de un mes echo mucho de menos mi casa, estar en el valle con mis perras. No obstante, es algo que me gusta hacer, que es muy recomendable. Y lo haría más, pero tampoco es tan fácil, porque es bastante caro, tu disco no está allí y sabes que recuperar algo de lo invertido es complicado. Puede que me esté haciendo viejo, pero es cierto que no tienes veinte años como para cogerte la mochila y la guitarra e ir y hacerte México entero, por ejemplo. Y ahora es mejor que hace diez años, gracias a Spotify, Youtube, etc., lo cual hace que te lleves sorpresas en sitios donde no esperas que pase gran cosa y, de repente, hay trescientas personas esperándote, y que se saben las canciones.

¿Quique González es más de estadios o de salas pequeñas? ¿Dónde te sientes más cómodo?

Tú tienes que tocar y ponerte en la situación en la que estás. No puedes actuar en una sala pequeña como si estuvieras en un estadio, lo digo porque lo he visto y es horrible. Yo me considero músico de club. Empecé tocando en El Rincón del Arte Nuevo, que es un sitio como el Rvbicón, y es más probable que acabe en un sitio así tocando los jueves a que acabe llenando estadios. Mi ambición no pasa porque llegue un día en que sólo toque en estadios. Las veces que he tocado para mucha gente lo he disfrutado, pero honestamente pienso que mi música, mis canciones, mi banda y el concepto que tenemos es más para un sitio de 500-1.000 personas, al menos ahí es donde a mí me gustaría verme y donde me gusta ver conciertos, donde disfruto de verdad.

Foto: Joaquín Gómez Sastre
Foto: Joaquín Gómez Sastre

Eres madrileño, pero llevas más de una década viviendo en Villacarriedo, donde has terminado por instalarte de forma estable. ¿Cómo llegaste a Cantabria? ¿Qué te ha llevado a quedarte?

Hace doce años, entre un concierto y otro, me quedé con la novia que tenía en aquel momento cerca de la casa donde ahora vivo, y en un restaurante había una foto de la casa, que estaba en venta. Le gasté una broma a esta chica, Rebeca, y acabé llamando. Me dijeron cómo ir y al entrar en la casa sentí que ese sitio era mi sitio. Nos separamos un año después, pero yo sigo allí y lo cierto es que nunca me he planteado irme. Ya no es sólo por la casa y el lugar, si no hubiera conocido a la gente que conozco allí, si no me cuidaran como me cuidan los pasiegos, Fonso de Las Piscinas y toda su gente… eso es como si me hubiera tocado la lotería en la vida.

Juanjo Cubero firma el relato La ruta cántabra de Quique González, en el que unos personajes de Bolaño te siguen la pista por la Comunidad. ¿Cuáles son esos lugares imprescindibles de Cantabria para ti?

[risas] Sí, sí, me los encontré cuando lo estaban escribiendo. De hecho, los vi siguiéndome y me pararon en una gasolinera. Me preguntaron si me importaba y demás; «claro que no, mientras no aparezcáis por mi casa», les dije. ¿Y mis lugares? Pues uno es este donde estamos, el Rvbicón. Aquí he pasado buenos momentos, he compuesto canciones en ese piano. También Las Piscinas de Villacarriedo, el restaurante de Fonso, un gran amigo. Me gusta mucho la zona de Liencres, ir a la playa de Covachos y los sitios que hay por allí, como La Viga o El Cazurro. Es gente que lo hace muy bien y hay muy buen ambiente. Liérganes es otro de mis sitios predilectos, además tienen Los Picos, el mejor garito de rock de España: vas un martes y puedes encontrarte con el concierto de una banda tremenda.

¿Qué relación guardas con la escena musical cántabra? Mehnai, en una entrevista que le hicimos, nos contó que colaboraste en su primer disco. ¿Cómo encuentras su situación actual?

Tengo muy buena relación. Fernando Macaya, por ejemplo, es un buen amigo y, antes en la calle Alta y ahora en el estudio que tiene en el Escenario de Santander, hemos trabajado juntos en bastantes ocasiones. Aquí hay gente muy buena; la misma Carmen (Mehnai); por seguir con las chicas, me encanta Yenia, de Chebú, que parece que tiene un ángel dentro; los Puzzles lo hacen genial. Luego están los chavales de Crayolaser, que no sé en qué estarán, pero son alucinantes, no sólo eso, es que ya lo eran con diecisiete años.

Has participado y apoyas el Festival de Villacarriedo, un evento solidario que busca concienciar sobre los riesgos vinculados a la prospección de gas no convencional mediante la técnica de fractura hidráulica. ¿Qué opinas del fracking?

Todos los estudios demuestran que el fracking es una locura. Tenemos que tener cada vez más conciencia sobre ello y parar, en la manera en que podamos, a las grandes corporaciones, a las que les da igual el medio ambiente y la propia salud de las personas. El Festival es idea de Fonso, todos los años sale la reivindicación en el cartel y seguiremos haciéndolo mientras no se suspenda.

¿Cómo viste la polémica que se desató en torno a la concesión del Premio Nobel de Literatura a un músico como Bob Dylan? ¿Qué te pareció que no se presentara a recoger el premio?

Me parece que todo encaja con Dylan, que le den el premio y que no vaya a recogerlo. Se habló mucho de ello porque es una figura muy controvertida y porque entiendo que en cierto punto es chocante que a un escritor de canciones le den un premio literario, porque a ningún novelista le dan un Grammy. Al final sólo es un premio, yo creo que tampoco le tenemos que dar tanta importancia. Me hubiera gustado que hubiera ido a recibir el Premio Nobel y que no hubiera ido a tocar para el Papa.

Foto: Joaquín Gómez Sastre
Foto: Joaquín Gómez Sastre

Recientemente se cumplió el primer año de Me mata si me necesitas, tu último trabajo junto con Los Detectives. ¿Qué balance haces del primer año del disco?

Ha sido un viaje increíble: el espíritu de la banda, el compañerismo, la camaradería y cómo hemos estado todos a lo largo de todo el proceso. Contar con una banda con la que después vas a salir de gira hace que las canciones vayan creciendo. Es extraño, porque cuando grabas el disco realmente has tocado muy pocas veces las canciones con la banda y sin embargo eso es lo que se va a quedar para toda la vida. Luego sale el disco, empiezas a tocar y entre los ensayos y cada concierto las canciones se van ajustando e incluso llegan a estar mejor que lo que estaba grabado. Pero tampoco tendría sentido hacerlo a la inversa, sonaría todo más mecánico.

Me gusta ver que la banda sigue viva, es lo que más me importa. Que ellos están a gusto conmigo y yo estoy a gusto con ellos, me cuidan bien y creo que les cuido bien. Lo que más me preocupa es cuidarlo y que tenga continuidad para que podamos seguir haciendo cosas juntos.

¿Has hecho o prevés hacer alguna incursión en alguna otra disciplina, por ejemplo, la poesía?

Para mí las canciones y los poemas son cosas distintas. Cuando alguien relaciona tus canciones con la poesía, lo que está diciendo es que le gustan tus letras, pero yo creo que lo que hace, no sé, Luis García Montero o Martín Bezanilla es otra cosa, eso es ser un poeta. Escribir un libro de poesía no te convierte en un poeta, como pasa ahora con la proliferación de cantantes a los que las editoriales le proponen editar un libro de poesía; lo curioso es que a veces les funciona mejor el libro que los discos. Repito lo de antes: no me meto en cómo se gana cada uno las lentejas, pero no es lo mismo García Montero que la poesía de autoayuda. Y, ojo, que lo digo sobre todo por mí y por lo que me preguntas: para escribir poesía tendría que aprender otro oficio, tener otra disciplina, tener un bagaje literario que no tengo, etc. Yo escribo canciones lo mejor que puedo, y me tomo como un halago que alguien las relaciona con la poesía, pero eso no quiere decir que lo sea.

¿Le queda mucho que soñar a Quique González?

Va por días. Últimamente pienso mucho en lo que nos diferencia a las personas, en dónde está tu ambición, qué quieres, qué necesitas. Creo que cada vez necesito menos. Eso es bueno por una parte, pero por otra es como que dejas de proyectar cosas grandes. En cualquier caso, estoy satisfecho con lo que tengo y si tuviera menos creo que también lo estaría.

En veinte años de carrera profesional que estoy a punto de cumplir ahora, lo he hecho lo mejor que he podido y me he dejado la vida en esto, tratando de hacerlo siempre de una forma honesta. Con lo que tengo a día de hoy y donde vivo, los amigos que tengo, las cosas que me pasan, la banda, el público que viene a vernos… me siento muy bien. Prefiero disfrutar de eso a soñar otras cosas. Me gustaría, claro, que me pasaran otras cosas también, pero la vida se encarga de eso, para bien y para mal.

Foto: Joaquín Gómez Sastre
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Entrevista realizada por Eduardo García Escudero y Keruin P. Martínez.
Fotografías de Joaquín Gómez Sastre (Eldiario.es Cantabria)

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