Salem

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OCTUBRE, 2018

Hay una antigua colonia británica cerca de Boston llamada Salem. Se divisa desde el ferry, perdida entre la bruma de la lejanía como una aparición fantasmal. Hermosas casas, verdes praderas y gentes amables te dan la bienvenida cuando pisas la ciudad por primera vez. Cada esquina tiene encanto colonial, y en cada tienda encuentras tiernos recuerdos que te hacen sentir bien acogida. La calle Essex une los diferentes lugares de interés de la ciudad como un intrincado esqueleto, y los teatrillos callejeros te visten del espíritu del pueblo. Hay museos, parques y lugares de visita obligada que te hacen un vívido recorrido por el pasado.

Niños jugando en el parque, familias de paseo, persianas bajadas al anochecer, algún ladrido en lontananza.

Como una ciudad más. Como si nunca ocurriese nada en Salem.

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Una mujer llamada Bridget Bishop paseó por estos mismos caminos. Era joven y bella, llena de energía y con ganas de cambiar el mundo. La educación puritana que había recibido se le antojaba escasa, tenía muchas preguntas sin respuesta, y pronto se dio cuenta de que tendría que hallar por si sola la solución. En un mundo donde la religión y las apariencias lo era todo, y espiar y ser espiado por los vecinos era el pan de cada día, Bridget aprendió a observar y a diferenciar aquellas mentes independientes que brillaban en la seguridad de la intimidad.

Aprendió todo lo que pudo sobre filosofía, botánica y el arte de la lectura y el placer. Era un alma libre con un hambre insaciable, y esa energía pronto necesitó de un compañero; fue así que, con apenas quince años, le conoció.  Fuerte, alto y valiente, alguien que no tendría miedo de equipararse a ella, que en vez de cortarle las alas y obligarla a vivir según la estricta moral de sus coetáneos, la impulsaría a volar más alto. Bridget se enamoró, por primera y última vez en su vida.

Pero el amor es la ceguera más peligrosa, y Bridge no supo ver los detalles que predecían un alma cobarde y envidiosa. Pronto aquel objeto de sus deseos se sintió amenazado por su arrolladora naturaleza y por su hambre de conocimiento, de romper los límites. Y, como todo hombre cobarde, la abandonó entre absurdas y desesperadas mentiras. Aquella fue la primera vez que alguien la llamó bruja.

El mundo se paró para Bridge: el murmullo del correr del agua del riachuelo se apagó, la brisa otoñal cesó, el eco del bosque desapareció. Confundida, no podía apartar la vista de las hierbas y flores aplastadas por las botas de aquel al que amó. Sólo oía el latir de su corazón: pum pum, pum pum, pum pum. Siempre que hablan del desamor mencionan el dolor, la tristeza, la soledad; nadie habla del luto. Ese día, en esta ladera, una parte de Bridge murió. Se encerró en sí misma, siguió cultivándose, y se alejó desconfiada de los que la rodeaban. Nunca más volvió a caminar con aquella ligereza que la hacía acudir a los brazos de su amado, pero se convirtió en una mujer fuerte, culta y respetada. Todo aquel que se la cruzaba se sentía cohibido por su halo de seguridad. Sin embargo, para el ojo avizor, la verdad era más profunda: Bridget estaba de luto.

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Salem estaba dividida entre el pueblo de Salem, lleno de granjeros que convivían con un férreo y tradicional sistema de valores, y la ciudad portuaria y comercial. Establecida allí, y habiendo desechado hacia mucho la idea del amor, Bridget se casó para mantener las apariencias en una estricta comunidad donde la mujer estaba destinada a ser esposa y madre. Tuvo una preciosa hija, Christian Oliver, con su segundo marido, Thomas.

Pero es difícil pretender ser oveja cuando tienes alma de lobo, y Bridget encontraba pequeño placer en sus grandes sombreros, sus cordones de colores y sus rojos detalles, destacando sobre su negro y sobrio atuendo. Hubo de enfrentar problemas con sus dos primeros maridos al darse cuenta éstos de lo intensamente independiente era su mujer, y las acusaciones fueron escalando hasta llegar a incriminarla por contactos íntimos con el diablo. Por ello, tras enviudar, encaró su tercer matrimonio con Edward Bishop de otra manera: una cordial relación entre dos almas decepcionadas con sus vidas. Juntos llevaban una plantación de manzanos y una bodega, y Bridge aprendió a prodigar su devoción, negando siempre de raíz cualquier acusación contra ella y sus actividades que proviniese de la comunidad y el clima puritano que la rodeaba. Pero, ese año, las cosas serían diferentes: el radicalismo y fanatismo religioso la convertirían en desgraciada protagonista.

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En el mes de abril, se emitió una orden de arresto contra Bridget Bishop, acusándola de intimar con el diablo y de practicar la brujería. Su juicio fue presidido por John Hawthorne y Jonathan Corwin, y varios testigos demandaron su culpabilidad. Algunas jóvenes, entre ellas Mercy Lewis y Ann Putnam, acusaron a Bridget de querer obligarles a firmar el libro del diablo y de causarles horribles dolores corporales, escenificando con sus cuerpos tales acusaciones durante los juicios.

Otro testigo, William Stacy, la incriminó de haberla hecho perder su hija, y algunos hombres que solían trabajar en su bodega, dijeron haber encontrado marionetas con agujas clavadas, y testificaron que la acusada les había visitado astralmente; y su propio cuñado la inculpó de hablar con el diablo. Al mismo tiempo, otras mujeres estaban siendo apresadas y acusadas del delito de brujería, y una de ellas, la confesa Abigail Hobbs, habló de los aquelarres que habían protagonizado junto a la acusada, y señaló que, a causa de su confesión, Bridget la estaba atormentando.

Bridget era una extraña en el pueblo. Ella había pasado la vida en la ciudad, lo que, unido a su independiente carácter y a sus extravagancias, en las que una mujer virtuosa nunca se permitiría caer, fueron responsables de su perdición. Su juicio serviría de modelo para los muchos que le sobrevendrían: jóvenes afligidas, dramáticos confesores y miembros de la comunidad recordando pasadas acusaciones.

Bridget fue declarada culpable.

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Bridget fue la primera  mujer condenada y ejecutada por brujería en Salem; lo que comenzó con las acusaciones de dos niñas que contaron haber sido poseídas por el demonio, derivó en una serie de juicios donde el telón de fondo eran los intereses contrapuestos entre acusados y acusadores. Dieciocho mujeres y hombres seguirían los pasos de Bridget hacia la horca, otros tantos hallaron su fin en la cárcel, y cientos fueron acusados de prácticas de brujería o de relacionarse con los que lo hacían. Los primeros casos de caza de brujas se remontan a mediados del s. XVI, y las víctimas fueron mayoritariamente mujeres rebeldes que cuestionaban las costumbres de la época, que discutían y vivían libremente su sexualidad fuera de los vínculos del matrimonio, y que, de una manera u otra, cuestionaban el orden social y religioso.

Bridget era muy consciente de lo que estaba sucediendo. Mientras caminaba hacia su fin, miró alrededor y reconoció aquella pradera. Décadas atrás, una parte de ella había muerto allí, y hoy moriría del todo. Confusa, sólo podía centrar la mirada en las hierbas y flores que iba aplastando con sus botas. Iba a morir por ser una mujer fuerte e independiente, por rebelarse a los valores burgueses de femineidad y domesticidad que se impondrían en venideros años. La gente presente observaba y callaba: asustados, conteniendo el llanto, disfrutando el momento… Sin embargo, para el ojo avizor, la verdad era más profunda: la libertad estaba de luto.

Meses después los juicios terminarían. El clima del pueblo se calmaría, y poco a poco todo y todos volverían a la normalidad, o al menos a un espejismo de la misma. Granjeros arando los campos, niños jugando junto al molino, ancianas amasando pan, algún ladrido en lontananza.

Como una ciudad más. Como si nunca ocurriese nada en Salem.3D8A0439

Licenciada en Historia por la Universidad de Cantabria. Viajera incansable, colabora en Revista Amberes con artículos en los que da su particular visión de las ciudades que visita.

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