En 1935, el joven Jean-Paul Sartre viene de vacaciones a España; lo hace acompañado de Simone de Beauvoir. Prueba de ello será la mención que hace de Santillana del Mar en su obra La náusea: «una verdadera reliquia en la vida del hombre». Sin duda el casco antiguo y la colegiata impresionó al filósofo francés. Es un viaje poco habitual por aquellos años, España no era el destino vacacional de la clase media europea que es hoy; entonces podemos adivinar que no sufrió la turismofobia.
Tiempo después, en 1944, Sartre escribe A puerta cerrada, obra donde se refleja la sentencia antológica y ontológica que marcará la primera etapa de su pensamiento: «el infierno son los otros». Desconocemos si esta sentencia fue inspirada por el carácter o el propio cuerpo de los españoles/as. Lo que sí sabemos es que esa sentencia está sumergida en una obra teatral donde un viajante descansa en un extraño hotel después de una larga jornada.
El viaje había sido su absurda vida, metáfora recurrente en el existencialismo francés que también recogería Albert Camus en sus obras El mito de Sísifo y en El extranjero. El hombre descansa en el hotel, pero rápidamente se da cuenta de que no es un Sol Meliá, sino que es el infierno. Sin embargo, echa en falta los aparatos de tortura, el azufre y al demonio. Por el contrario, Gracin encuentra a un camarero y, poco tiempo después, la enigmática presencia de dos compañeras de habitación, Inés y Estella. Los protagonistas se quedan a solas eternamente encerrados esperando por el torturador, que nunca llegará, pero no hace falta, el infierno son los otros y la tortura su mirar.
GARCIN (entra y mira a su alrededor). – Entonces, ya estamos.
EL CAMARERO. – Ya estamos.
GARCIN. – Es así…
EL CAMARERO. – Es así.
GARCIN. – YO… pienso que a la larga uno ha de habituarse a los muebles.
EL CAMARERO. – Depende de las personas.
GARCIN. – ¿Todos los cuartos son iguales?
EL CAMARERO. – Eso cree usted. Nos llegan chinos, hindúes. ¿Qué quiere que hagan con un sillón Segundo Imperio?
GARCIN. – Y yo, ¿qué quiere que haga con él? ¿Sabe quién era? ¡Bah! No tiene ninguna importancia. Después de todo, viví siempre con muebles que no me gustaban y en situaciones falsas; me encantaba. Una situación falsa en un salón comedor Louis Philippe, ¿no le dice nada?
En el mismo periodo de tiempo Sartre escribe El ser y la nada, una de sus obras fundamentales. En ella, ayudado por la fenomenología de E. Husserl, quiebra la distinción cartesiana sujeto/objeto. Distinción perversa que no da cuenta de la interconexión mutua de sujeto y objeto y el acontecer del fenómeno, de «las cosas mismas», como escribió Husserl. Así lo dejó dicho Sartre en la citada obra:
Cierto es que se ha eliminado en primer lugar ese dualismo que opone en el existente lo interior a lo exterior. Ya no hay un exterior del existente, si se entiende por ello una piel superficial que disimule a la mirada la verdadera naturaleza del objeto. Y esta verdadera naturaleza, a su vez, si ha de ser la realidad secreta de la cosa, que puede ser presentida o supuesta pero jamás alcanzada porque es “interior” al objeto considerado, tampoco existe. Las apariciones que manifiestan al existente no son ni interiores ni exteriores: son equivalentes entre sí, y remiten todas a otras apariciones, sin que ninguna de ellas sea privilegiada.
El sujeto no es una sustancia fija e inalterable, pues nos guste o no, somos seres dependientes del cambio, de este modo lo que nosotros somos no es de una vez para siempre, sino que está por hacerse encerrado en un proyecto vital irrenunciable. La existencia es la realidad inapelable con la que los seres humanos estamos condenados a cargar, pero esta carga tiene cierto alivio, cierta tregua macabra: la libertad. Estamos en posesión de elegir nuestro destino, en contraposición de aquellos que comparten nuestra existencia, a saber, las cosas y el Otro.
Según Sartre, la identidad es construida, se va haciendo en el mundo y con los demás, con los Otros. Los Otros comparten nuestro espacio vital, nos condicionan, nos alteran, nos objetivan y, finalmente, la libertad del otro desestabiliza nuestra libertad. Así, lo objetivo se convierte en algo que se puede dominar, pero se es incapaz de hacerlo totalmente, ya que, en esta lógica de conflicto dialéctico, él otro también mira y objetiva, o sea me cosifica. De este modo, ver al otro es comprender la posibilidad de ser visto por el otro.
ESTELLE. – Tú no ganarás nada; si esa puerta se abre, me escapo.
INÉS. – ¿Adónde?
ESTELLE. – A cualquier parte. Lo más lejos de ti que pueda. (GARCIN no ha cesado de dar golpes repetidos en la puerta.)
GARCIN. – ¡Abran! ¡Abran, pues! Lo acepto todo: los borceguíes, el plomo derretido, las tenazas, el garrote, todo lo que quema, todo lo que desgarra; quiero padecer de veras. Antes cien mordiscos, antes el látigo, el vitriolo, que este padecimiento mental, este fantasma del sufrimiento que roza, que acaricia y nunca hace demasiado daño. (Toma el botón de la puerta y lo sacude.) ¿Abrirán? (La puerta se abre bruscamente y GARCIN está a punto de caer.) ¡Ah! (Largo silencio.)
INÉS. – ¿Y qué, Garcin? Váyase.
GARCIN (lentamente). – Me pregunto por qué se abrió esta puerta.
INÉS. – ¿Qué espera? ¡Vaya, vaya pronto!
GARCIN. – ¿Y tú, Estelle? (ESTELLE no se mueve; INÉS lanza una carcajada.)
¿Y? ¿Cuál? ¿Cuál de los tres? Hay vía libre, ¿quién nos retiene? ¡Ah! ¡Es para morirse de risa! Somos inseparables.
El hombre se sabe hombre, se sabe libre porque comparte existencia con el Otro, y es el Otro el que va determinando constructivamente, traumáticamente la identidad. La puerta se abre, pero ningún protagonista sale, sino que decide libremente quedarse, vivir con los demás. Libertad preñada de conflicto, de dominación de los espacios compartidos, del mundo en común. Para terminar precariamente con este conflicto debemos o bien subyugar la libertad de los unos a otros, o bien construir espacios compartidos donde las posibilidades de existencia tengan un sentido en común, un despliegue de proyectos vitales, quehaceres vitales colectivos, algo muy parecido a lo que sostenía H. Arendt con la función de las instituciones dentro del espacio público, y que desarrollará Sartre en su obra El existencialismo es un humanismo.
EL INFIERNO ES EL TURISMO
Los numerosos conflictos sociales acontecidos en un buen número de núcleos de población de elevada asistencia turística durante el periodo estival, nos obligan a reflexionar sobre el motivo de estas protestas, protestas latentes, pero no significadas hasta tiempos muy recientes. El origen de dichas protestas se ubica en un espacio que era compartido anteriormente, bien con complacencia, o bien con resignación, y que ahora tal convivencia se muestra conflictiva.
Han venido porque saben que España es diferente y aquí encontrarán el sol, las paellas, las corridas de toros y también, porque no decirlo algunas vienen buscando el romance, la aventura.
Manolo, la nuit. Mariano Ozores. 1973
Durante el tardofranquismo, poco a poco, va calando la imagen positiva del turisteo en las mentes de los autóctonos. Coincidiendo con cierta apertura del régimen y en un tiempo record los españoles no tienen grandes reparos en ser el exótico atrezo de un turisteo basado en el modelo sol y playa. La escena de la película Manolo, la nuit (Mariano Ozores, 1973) en la que Alfredo Landa se pasea ibéricamente delante de suecas y teutonas en las playas de Torremolinos es paradigmática.
Resulta miope hacer este análisis en clave de nacionalismo español; también se queda corto el mero juicio de tipo economicista que se centra en un «cambio de modelo turístico», como si la economía fuese algo exento del contexto social, cultural, político y por tanto ontológico.
El turismo ha sido un conformador de primer orden en España desde hace más de 50 años. Cuando se establece el régimen parlamentario, ya está aquí; cuando entramos en la Unión Europea, sigue aquí, y parece que va a seguir en el futuro. Por tanto, la distinción España-turismo utilizada por muchos estudiosos del asunto se diluye en un fenómeno llamado Europa. Existe una dinámica centro-periferia donde están incluidos todos los países europeos.
El fenómeno Unión Europea, bajo esta perspectiva, se encuentra comandado por un centro liderado principalmente por Alemania, con un modelo productivo basado en un inestable equilibrio entre un sector servicios desarrollado, una industria pesada basada en una producción de alto valor añadido y un establishment bancario expansionista. Este modelo productivo a su vez es respaldando todavía por cierto estado de bienestar garantista. Para desarrollarse, este modelo precisa de la concentración de la industria en el centro y una política monetarista que favorecerá la estabilidad económica necesaria para la expansión económica de las grandes empresas centroeuropeas. Ahora se entiende realmente que la compra de la casa Seat por la Wolkswagen no se hizo únicamente por razones económicas, sino que también las hay políticas.
Dicha dinámica también se refleja en los sistemas educativos y laborales de unos y otros países. Los sistemas de contratación difieren considerablemente y para ello sólo tenemos que dar cuenta de la última reforma laboral. Resulta casi imposible realizar una reflexión seria sin caer en este fenómeno existente.
La deriva de la UE pilotada por gobiernos liberales se adentra en dicha dinámica placenteramente, ningún partido tiene en su agenda el desarrollo de políticas sociales unitarias a nivel europeo y ni hablar de una unión fiscal que permita una reducción de la desigualdad social entre europeos. Esto nos lleva a pensar que asistimos a la agonía de la Europa social. Por contra, se erige la Europa de los mercaderes de un modo casi incontestable (el trato que recibe Grecia durante el 2010 va en esta línea). Las instituciones, para rescatar la maltrecha economía griega, aplicarán implacablemente medidas neoliberales de ajuste y recorte público. Eso sí, Alemania se queda con 14 aeropuertos griegos, ligados, huelga decir, a la industria pujante de los países mediterráneos, esto es, el turismo.
Una de las características fundamentales del infierno sartriano es la eternidad, el trascurso sin sentido que experimentan los seres humanos. Así lo expresa en La náusea:
El tiempo de un relámpago. Después de ello, el desfile vuelve a comenzar, nos acomodamos a hacer la adición de las horas y de los días. Lunes, martes, miércoles, abril, mayo, junio de 1924, 1925, 1926: esto es vivir.
Las ciudades y pueblos de mayor afluencia turística sufren la consciencia absurda de su vivir, porque es verano continuamente. Los Otros, en forma de extranjero dispuesto a cualquier cosa para disfrutar la Spain diferent, cosifican su existencia. Mercados plagados de los Otros, donde se dedican a observar y fotografiar las pescaderías, las fruterías. Edificios del centro se convierten en hoteles enmascarados; se generan o acentúan los procesos de gentrificación con subidas exorbitantes de alquileres y muchos vecinos de renta baja se ven obligados a salir de los barrios en los que viven desde siempre.
La dialéctica centro-periferia establecida en la UE aboca a mantener los modelos productivos de los países, sobre todo si eres un país periférico. No solamente estamos encerrados a puerta cerrada con nuestro modelo turístico de sol y playa, estamos encerrados con la relación desigual entre países de la UE. Lo peor es que, aunque se abra la puerta de nuestra habitación de hotel, no parece que se vaya a establecer una convivencia más igualitaria cobijada por espacios públicos donde se anuden proyectos vitales en común. Lo peor es la evolución sin sentido del desarrollo de las fuerzas productivas que nos llevan de nuevo al infierno.