Una alucinación en portugués

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Revista Amberes dedica su segundo ESPECIAL al escritor portugués Fernando Pessoa (1888-1935). Sin vocación de exhaustividad, se pretende realizar una presentación de algunos de los elementos claves de la obra de un autor poliédrico e inclasificable.

Fernando Pessoa es reconocido, entre otros méritos, por la creación de heterónimos, personajes con vida propia e independiente del creador, que desarrollan su propia obra a partir de psicologías, creencias, filosofías y experiencias particulares. Este será uno de los hilos conductores del Especial, al que se sumarán otras cuestiones, tales como la influencia en otros autores contemporáneos o la presencia en otras manifestaciones artísticas.

Bajo estas líneas se irán publicando los contenidos preparados para rendir homenaje a un autor fundamental, no sólo de las letras portuguesas, sino de la literatura universal.

Antonio Tabucchi ha sido definido como el escritor italiano más portugués. Conocida es su lusofilia y su pasión por Fernando Pessoa, a quien descubrió casualmente en París y a quien tomó como influencia permanente hasta convertirlo en uno de los motivos más recurrentes de su producción literaria. Es, asimismo, el traductor al italiano de la mayoría de las obras de Pessoa y, en líneas más generales, una de las personas que más ha hecho por la difusión internacional del legado literario del lisboeta. En el trabajo que aquí nos ocupa, se hace sentir con más fuerza que nunca la presencia de Portugal, porque «por encima de todo, este libro es un homenaje a un país que yo he adoptado y que a su vez me ha adoptado, a una gente que me ha amado y que yo también he amado». Réquiem: una alucinación (1991), de hecho, fue escrito en portugués, esa lengua que para Tabucchi era «un lugar de afecto y, a la vez, de reflexión».

Requiem Portada Anagrama
Portada de Requiem: una alucinación. | Anagrama Editorial.

La trama de la novela es como sigue: un escritor italiano («Yo») lee un libro a la sombra de una higuera en una calurosa tarde de julio durante sus vacaciones en Portugal. Traspuesto levemente, recibe la citación de un personaje importante, al que se resiste a tratar con el coloquial «tío», pues se trata del «mejor poeta del siglo XX», desaparecido hace décadas. El lugar de la cita es un muelle de Lisboa; la hora, las doce. Queda claro que no es al mediodía, hora intempestiva para los fantasmas; el encuentro será a medianoche. El escritor italiano debe hacer tiempo hasta que llegue el momento señalado y emprende un peculiar recorrido por la ciudad, propiciando encuentros más o menos casuales con distintas figuras que, en ocasiones, ni él ni el lector sabrían decir si están vivas realmente o forman parte de su particular alucinación. «Estoy soñando, pero me parece que todo es muy real y tengo que encontrarme con personas que sólo están en mi recuerdo», dice.

El poeta que lo convoca no es otro que el autor del título que tiene entre manos, Libro del desasosiego. El fantasma de Fernando Pessoa quiere conocer las intenciones que el italiano alberga sobre él, así se lo hace saber cuando se produce el encuentro al final del día. «Quiero dejar de necesitarle, eso es todo. (…) Fue muy importante para mí, pero llegó a inquietarme mucho, digamos que me desasosegó», es la respuesta que abre un intenso diálogo que, con fluidez, salpica las páginas con pequeñas reflexiones sobre la literatura intercaladas entre apuntes gastronómicos. «No tengo ninguna confianza en la literatura que tranquiliza las conciencias» o «yo prefiero la angustia a la paz pútrida», continúan divagando ambos personajes. Realmente, no conocemos el nombre del «Invitado», pero todo indica que no puede ser otro que Pessoa («vivió en Sudáfrica, le gusta hablar en inglés, es un poeta»).

Antes de que se produzca el esperado encuentro, clímax de la historia, el protagonista recorre Lisboa y los alrededores definiendo un itinerario cargado de simbolismo, tanto por los espacios que abre como por los personajes con los que se cruza e interactúa. El ambiente que se respira en la ciudad queda marcado por las altas temperaturas y el poco trasiego en las calles. Tras la primera cita fallida en el muelle, se dirige al cementerio a encontrarse con un viejo amigo muerto; por el camino se topa con una «Vieja Gitana» que le lee las manos: «tú no puedes vivir en dos lados, el lado de la realidad y el lado del sueño, (…) eres como un sonámbulo que atraviesa un paisaje con los brazos extendidos y todo aquello que tocas pasa a formar parte de tu sueño», le dice en lo que podría ser una hermosa metáfora de la propia concepción de la literatura de Tabucchi, quien, siguiendo a T. Todorov, valora la fantasía aplicada, esto es, aquella que se imprime a los asuntos cotidianos para alterar su normal reposo. De esto es ejemplo, por supuesto, Réquiem, lo mismo que buena parte de la literatura latinoamericana del Boom, muy apreciada por Tabucchi en la obra de Julio Cortázar o Juan Rulfo. No sería descabellado, en este punto, aplicar la etiqueta de realismo mágico para definir esta pequeña obra, si se atiende al menos a la que es una de sus notas distintivas: lo real y lo fantástico juegan en el mismo plano, hasta fundirse y confundirse con naturalidad y armonía.

El recorrido continúa por diversos lugares: un restaurante humilde de comida tradicional, el Museo de Arte Antiguo, una pensión-prostíbulo (lugar de descanso en el que se abre otra ensoñación), el antiguo faro y la casa anexa del farero, un club de billar y, finalmente, un restaurante de la nouvelle cuisine de sofisticados platos con nombres literarios. Es en este último lugar donde ocurre el encuentro definitivo con el poeta. En cada uno de estos escenarios hay un personaje con el que entabla conversación y que aporta el necesario contrapunto al inquieto (o desasosegado) protagonista. Por otro lado, este itinerario lisboeta no deja de tener resonancias homéricas, si bien filtradas por el tamiz urbanita de la epopeya de Leopold Bloom creada por James Joyce en Ulises.

Antonio Tabucchi
Antonio Tabucchi | Porloscodos.com

La presencia que la comida y la bebida tienen a lo largo de todo el libro merece un breve comentario: todos los encuentros están mediados de una u otra manera por algún plato o brebaje típicos de Portugal. No en vano, tanto la edición italiana como la española incluyen un apéndice en el que se explican algunos de los platos citados en la historia. Con el recurso a la cocina, además de consumar su homenaje, Tabucchi consigue en el lector una experiencia sensorial más plena, pues cada escena también se huele y se paladea con la misma suavidad con la que se describe.

Huelga decir, para finalizar, que estos apuntes no agotan una obra que, aun siendo muy breve, entraña un grado de densidad que demanda una lectura atenta. Tabucchi rinde un sincero homenaje a Portugal, país que lo acogió hasta el fin de sus días, y a Fernando Pessoa, el autor del que aprendió, entre otras cosas, que el sentido convencional de «la honestidad es una forma de pobreza, [y que] fingir es la verdad suprema», sobre todo cuando «lo importante es sentir».

Nota: El director suizo Alain Tanner realizó, en 1998, la adaptación cinematográfica de la novela bajo el título homónimo de Réquiem.

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