¿Has tenido alguna vez la sensación de vivir demasiado deprisa?

En eso pienso mientras disfruto de unas empanadas samosas acompañadas de una cerveza Tusker, con el Índico extendiéndose a mis pies. Me encuentro en la isla de Mombasa, la segunda ciudad más grande de Kenia. Oigo a mis espaldas a un grupo de niños jugar al fútbol a los pies de lo que fuera el Fuerte de Jesús, mientras un grupo de mamas, luciendo sus coloridos kangas y bui bui, pasean no lejos de la playa. Aquí se respira paz.

Reflexiono sobre ello desde la otra noche, cuando fui a un club local a orillas de la costa para disfrutar de mi primera noche en África. Me quedé parada en la puerta, observando, absorbiendo; me vi a mí misma en medio de un grupo de locales, de aproximadamente mi edad, bailando ritmos reggae, hiphop, banghra… He visto esa escena cientos de veces, entonces, ¿qué fue esa sensación que me invadió? Calor, emoción. Se movían al ritmo de la música sintiéndola bien dentro, dejando que tomara el control; sus rostros mostraban felicidad, sus mentes estaban en sintonía con el momento. Sentí envidia.

Bajo la vista hacia la guía que sostengo entre mis piernas para saber más de este lugar; se ignora la fecha exacta de su fundación, surgida de intereses comerciantes árabes, pero ya en el siglo XII el geógrafo Al Idrisi mencionaba la importancia del puerto Kilindini que, como su propio nombre indica en suajili, goza de una profundidad que le hizo idóneo para un próspero comercio marítimo. Este es el panorama que se encontró Vasco de Gama en tiempos de Manuel I, cuando en 1498 visitó la ciudad por primera vez en busca de nuevas rutas de comercio con India. A pesar de la resistencia de esta ciudad, que resurgió de sus cenizas hasta en tres ocasiones durante el fragor de la lucha, Portugal logró su dominio, y tras efímeras alianzas con los gobernadores de Zambeze y Malindi con objeto de defender su presencia frente al Imperio Otomano, construyeron en 1593 el Fuerte de Jesús por orden de Felipe II.

Me doy media vuelta y observo la imponente estructura, bien conservada a pesar de los muchos episodios bélicos que protagonizó en el pasado. Su privilegiada posición permite observar toda la ciudad y, cuando subes a la cima en visita guiada, intuyes el ánimo guerrero de la población suajili, que a partir de mediados del siglo XVIII se desligó del poder portugués, estableciendo crecientes relaciones con África Oriental hasta que en 1696 el sultán de Omán conquistó la ciudad. Comenzaba así un largo asedio, encrudecido por los estragos de la peste bubónica, que dejó apenas una veintena de personas defendiendo el fuerte dos años después, cuando la metrópoli envió refuerzos.

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En 1728 acaecería el último intento por parte de Portugal de recuperar el dominio de Mombasa, que sería ganada por los suajilis en 1740, pasando un siglo después a manos del Sultanato de Zanzíbar, que seguiría teniendo algo de influencia a partir del establecimiento de la Colonia Británica en Kenia en 1887, con Mombasa como capital.

El porqué de la posterior pérdida de poder político y económico de la ciudad radica en la decisión británica de construir una línea de tren desde Mombasa hasta Uganda, a raíz de la cual nació Nairobi como depósito ferroviario. Dicho territorio fue creciendo en los siguientes años hasta arrebatar el protagonismo a Mombasa, convirtiéndose en la capital del África Oriental Británica en 1905, y comenzando un proceso de autoconciencia que desembocaría en la independencia de Kenia en 1963, hasta su constitución como República al año siguiente, bajo el liderazgo de Jomo Kenyatta. De este breve retrato histórico se adivina la razón por la que Mombasa es considerada el corazón de Kenia, así como la causa del gran distanciamiento de las que constituyen las dos ciudades más grandes del país. Tras una primera brecha es signo religioso, dado que la mayoría de la población de Nairobi es católica, mientras que en Mombasa es árabe shafi´i (dominando gran parte de su población la lengua árabe), se esconde un antagónico nacimiento que explica las diferentes concepciones culturales, económicas y sociales de ambas poblaciones, pudiendo apreciar así con más intensidad el elemento especial  de Mombasa, muy sentido por sus habitantes.

Cuando visité la ciudad me llamó poderosamente la atención la mezcla cultural imperante, a través de la cual entrevés la coexistencia de musulmanes Mijikenda y suajilis, así como inmigrantes de Persia, Somalia, Oriente Medio, India… Mucho se ha hablado de la posibilidad de guerra étnica en este territorio, especialmente a partir de la violencia acaecida en el año 1997, que conllevó la caída del turismo en la ciudad, y especialmente de las matanzas del 2007 a raíz de las elecciones presidenciales, sangriento episodio en el que estuvo involucrado el actual presidente del país, Uhuru Kenyatta, hijo del padre de la independencia de Kenia. Sin embargo, cuando preguntas a los locales acerca de estos episodios, si bien no adoptan una posición de negación, tampoco les otorgan toda la importancia que revierten para un observador extranjero; alegan que el problema de base es político, dado que en Kenia el concepto político va entrelazado con el nepotismo y el clientelismo étnico. Verás cómo te defienden esa etnicidad considerada como “amenaza” por muchos como parte de su identidad, asegurándote que una política en torno a afiliaciones étnicas puede funcionar pacíficamente.

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Es esa actitud la que cautiva al que sabe escuchar lo que Mombasa tiene que enseñar; a pesar de encontrar en la ciudad algunos escenarios que, dado mi condición y circunstancias, me inspiraron tristeza, saben valorar lo que tienen, agradeciendo esa incipiente clase media que se está abriendo camino, viviendo el día a día. Paseando por las calles de la Ciudad Antigua te sumerges en un mar de sensaciones harto delicadas: el suave aroma a especias del mercado, el tintineo de la talla de madera de los artesanos en las calles, los bocinazos de los tuk tuk en las calles, y sobre todo, la explosión de color en las vestimentas de las mujeres, la kanga, y de los hombres, el kikoi. Y que excitación produce poder apreciar la influencia colonial en la arquitectura de algunas viviendas, los antiguos juzgados o la pequeña catedral, para apenas cinco minutos después internarte en las sinuosas y estrechas calles, en la mezquita de Bohra y en un laberíntico bazar, terminando la jornada en la playa Diani, donde lo único que se escucha es el sonido de las olas, y acaso el murmullo lejano de un ritmo taarab.

Termino mis samosas y me preparo para irme, no sin antes darme un baño a las orillas del fuerte, disfrutando de una de las típicas carreras de natación que los chicos locales protagonizan cada tarde cuando el tiempo es bueno. Cierro los ojos y noto la brisa, que evoca un pasado de lucha y orgullo; los abro y fijo la mirada en la ciudad recortada contra el horizonte, testigo de que la coexistencia es enriquecimiento.

Mombasa os espera. Venid, porque lamentablemente el mundo se mueve muy deprisa y las esencias se diluyen. Venid, y una parte de vosotros se quedará entre estas calles estrechas y las conversaciones cotidianas de sus vecinos, en los recovecos escondidos y la vida que respiran, en sus especiados platos y su sencilla forma de disfrutar el momento. Con calma, sin prisas. Kisiwa Cha Mvita, la ciudad del puerto, la ciudad de la guerra, os la da bienvenida:

JAMBO, JAMBO BWANA 
HABARI GANI MZURI SANA
WAGENI WAKARI BISHWA
NCHI YETU HAINA MATATA
 
KENYA NCHI NZURI 
HAKUNA MATATA
KENYA NCHI YA AMANI
HAKUNA MATATA

Texto y fotografías de Helena Torre, trotamundos.

Licenciada en Historia por la Universidad de Cantabria. Viajera incansable, colabora en Revista Amberes con artículos en los que da su particular visión de las ciudades que visita.

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