Sergio Barce: “Necesito entender lo que se esconde tras este silencio marrueco que sigo descifrando desde la niñez”

El mirador de los perezosos (Ediciones El Genal) obra ganadora del XXIX premio Andalucía de la Crítica, es un libro de relatos, más bien, un libro de autorrelatos de ficción. El autor, Sergio Barce nos envuelve con su voz íntima y personal en diez historias que transcurren en Tánger. En cada historia la ciudad aparece en el cuerpo emocional de Sergio que se mueve siempre de forma sinuosa con las distintas voces narrativas de los relatos, sin que su huella llegue a desaparecer en ningún momento. Sergio Barce logra expandir una pátina de tonalidades que difuminan los contornos de una ciudad y a la vez nos convierte en transeúntes habituales de sus calles, como si quisiera mostrarnos cada rincón, cada cruce, cada piedra. Tánger siempre amada y siempre secuestrada a partes iguales, no puede escapar de su destino de ciudad narrada.

Vamos a empezar con Tánger. Abres la ciudad como si estuviera detrás de un telón rojo de teatro. Hace tiempo del Tánger Internacional, y aunque los mitos flotan y pesan sobre esta ciudad escénica, ¿de qué forma te sientes identificado con esta ciudad? ¿en qué medida este Tánger que presentas sigue preñado de ese imaginario colectivo que tiende a romantizar la ciudad?

Yo no conocí el Tánger internacional y tampoco viví bajo el Protectorado. Cuando nací, ya reinaba Hassan II. Respondiendo a tu pregunta, confieso que me costó muchísimo elegir el relato con el que iba a arrancar El mirador de los perezosos; pero probablemente esa sugerencia de que abro la ciudad como si estuviera tras un telón rojo de teatro es certera. Ese primer cuento, titulado 9 de abril, es una invitación a sumergirse por vez primera en Tánger, una especie de ensoñación que anuncia al lector que, quizá, todo lo que viene después, aunque suceda en la misma ciudad, puede ser fruto tanto de la realidad como del sueño, que sea una pura ficción. Me gusta esa mezcla de lo real y de lo imaginado cuando escribo.

Eso hace que mi afinidad con Tánger sea distinta a la que me causa Larache, que es donde crecí y con la que esa identificación es más profunda y hasta cierto punto dolorosa. Pero Tánger siempre fue en mi infancia “la capital”, la ciudad del futuro, la más deslumbrante. Eso hizo que yo la situara en una especie de altar y, pese a los años de decadencia por los que pasó, nunca perdí la fascinación que siempre he sentido por ella. Es como una mujer que me atrae de manera obsesiva porque sé que esconde secretos que me gustaría descubrir. Pero no creo que el Tánger del que escribo y describo forme parte del imaginario colectivo romantizante, como dices, sino que pertenece exclusivamente a mi imaginario personal. Incluso en mis novelas negras ambientadas en Tánger, como ocurre en La emperatriz de Tánger (Ediciones El Genal) o en Malabata (Ediciones El Genal) , la ciudad me pertenece, la hago mía, y la modelo a mi gusto, alargo y recorto las calles o pinto sus fachadas con el tono que me interesa, como si la creara de la nada utilizando retazos sacados de un pasado remoto que no conocí, de un pasado más reciente que idealicé y de un presente que descubro cada vez que regreso.

Hay un afán común en todos los relatos, aunque nos acerquen a realidades distintas. Hay una presencia que se mueve entre el escritor y la voz narrativa. Desde el primer relato hasta el último, esta presencia parece que nos arropa constantemente, como si quisiera recordarnos que el que escribe está en las líneas y entre las líneas. ¿Hasta qué punto te estás construyendo o reconstruyendo a través de estos relatos? ¿Qué te empuja a ello?

Me gusta escribir en primera persona cuando trato de transmitir algo personal e íntimo. Creo que eso nos acerca más al lector y los hace cómplices de la historia. Puede que esté relatando algo absolutamente ficticio, pero apropiarme de la trama significa hacerla mía, creer en ella. Lo complicado surge cuando ubico la historia en Larache o en Tánger, como es el caso de El mirador de los perezosos, porque entonces sí que vuelco parte de mis sentimientos o de mi interior más profundo. Digamos que Marruecos me desnuda.

Tu pregunta es interesante: ¿me construyo o me reconstruyo a través de estos relatos? En el relato Beit Hahayimescribo lo siguiente: «Necesito entender lo que se esconde tras este silencio marrueco que sigo descifrando desde la niñez, comprender por qué razón estar en esta tierra me transforma en otro, quizá en el que soy de verdad o en el que creo ser y no soy». Probablemente sea ésta la respuesta. Cuando abandoné Larache con trece años, parte de mí se quedó en alguna parte, en un limbo. ¿Soy un estrecheño, un fronterizo o un transfronterizo?

Es posible que la escritura me esté sirviendo para reencontrarme. Desde mi primera novela hasta mi último libro siempre hay algún viaje de ida y vuelta, pero sobre todo algún regreso a Marruecos que me empuja irremediablemente a abrirme en canal. Sí, me reconstruyo creando tramas que me ayudan a encontrar mi lugar en el mundo.

Hablas en un relato de «ocupación pacífica, llena de cariño y de respeto, henchida de una amor irrenunciable. Sería una guerra en la que solo estallarían corazones por tanta emoción». Son palabras de alguien que nunca termina de reconocerse como marroquí y que, sin embargo, siente un amor sísmico por el país que debe abandonar. Parece que sus emociones delatan lo que no admite: es un marroquí de origen español. Hay cierta resistencia en algunos de los personajes de Boulevard Pasteur en identificarse de esta forma. ¿A qué crees que se debe esta nebuloso de duda identitaria que cubre a algunos de estos personajes? y en tu caso, ¿de qué forma integras Marruecos en tu identidad?

¿Cómo no voy a amar al país en el que toda mi familia, desde mis bisabuelos, fuimos felices? ¿Cómo desdeñar al país que te regaló la mejor infancia posible? ¿Cómo renunciar al país que te hizo la persona que eres?

La duda identitaria se produce cuando el país que debes abandonar y al que crees pertenecer finalmente te hace sentir extranjero, y cuando el país al que te marchas y del que siempre has escuchado que es tu verdadera nación te recibe también como a un extranjero. Esa colisión, especialmente para un niño, es muy dolorosa. Los españoles asentados en Marruecos, que continuaron viviendo y trabajando tras la independencia, que ayudaban a construir el nuevo país, jamás iban a conseguir la nacionalidad, aunque hubieran nacido allí. Seguíamos teniendo pasaporte español. Pero al llegar a España, te miraban como a un intruso, como a un “moro”. Luego, transcurridos varios años, cuando regresas a la tierra amada, vuelves a sentir otro “rechazo”: ya no perteneces a Marruecos. Y toda esta experiencia la llevo enquistada profundamente.

Pero Marruecos, en espacial Tánger y muy íntimamente Larache, como decía antes, ha hecho al hombre que soy. Mi ética y mi manera de ver el mundo no sería igual si no hubiese crecido en ese país. Aprendí a respetar, no a tolerar. Aprendí que lo importante es el ser humano y no las banderas y las fronteras.

Hafa es un relato lleno de ternura y de oscuridad. Los personajes están tan bien retratados que los puedes tocar. En este sentido, hay una bondad encarnada de forma palpable en la familia compuesta por el padre, la madre, la abuela y la hija y el hijo. El tío es un saco de maldades. ¿Por qué crees que este personaje que representa el mal es a la vez hijo de la frustración y del fracaso?, ¿Van ambas cosas unidas?

No pretendía que Omar, el personaje al que te refieres, fuera hijo de la frustración y del fracaso, lo que quería sinceramente es que fuera un ser despreciable, sin más, en contraste con una familia que se ama y se respeta. Pero supongo que, inconscientemente, he utilizado elementos para acentuar esa vileza natural de Omar que es fruto de la frustración por no haber sido nada en la vida. En realidad, está inspirado en el marido de Mina, una mujer a la que quise muchísimo en mi infancia y a la que he dedicado algún que otro relato. Ese hombre la maltrataba. Mientras que ella era todo cariño y bondad. Digamos que en este relato de Hafa me he vengado de ese tipo a mi manera.

Por otro lado, si todos los personajes de este cuento hubiesen sido candorosos, no tendría la fuerza narrativa que posee. Además, ¿quién no ha conocido a algún “Omar”?

Vamos a cerrar con Tánger y los mundos que alberga. Aunque solo hay un cuento erótico, en realidad este elemento es algo que de una forma u otra aparece en la mayoría de los relatos. Lo más llamativo es que en gran medida esta eroticidad se construye y se proyecta sobre el cuerpo femenino; al cuerpo masculino solo le queda obedecer ante tanta belleza. En Diar Niaba la satisfacción rápida de un deseo intenso (igual que el relato), termina en factura para decepción del babuchero y llama la atención como el siguiente relato nos traslada a un encuentro entre literatos fácilmente reconocibles. ¿Cómo se comunican ambos mundos en una ciudad como Tánger?

Eso es Tánger: la contradicción, un universo en una ciudad, la cotidiano y lo misterioso, lo feo y lo bello, lo real y lo mágico. Todo se confabula en esta ciudad para convertirla en pura fascinación.

El erotismo y la sensualidad forma parte de la cultura marroquí, así lo he percibido siempre, desde la infancia, e, inevitablemente, ha pasado a formar parte de mi narrativa. La sexualidad es fundamental en La emperatriz de Tánger (Ediciones El Genal), y la sensualidad rezuma en muchas de las mujeres que habitan en mis páginas, como ocurre con varios personajes de El mirador de los perezosos. Es cierto que lo proyecto sobre el cuerpo femenino, pero qué le voy a hacer si precisamente son ellas las que me despiertan esa atracción. Pero es fácil caer en lo burdo y en lo obvio, por eso mi erotismo está muy medido, llega hasta ciertos límites que, si los traspasara, nos llevarían a una literatura vulgar, tal vez a la pornografía, algo que evito deliberadamente. Describo escenas de fuerte carga sexual, pero las moldeo para que el lector las viva sin sentirse incómodo. El deseo es un poderoso motor narrativo que utilizo en las dosis que creo precisas, pero al que no renuncio porque forma parte esencial de nuestras vidas. ¿Qué sería de nuestra existencia sin el juego erótico, sin la atracción sexual o sin el deseo oculto pero latente?

Es verdad que tras ese relato lleno de sexualidad expresa y pasional que es Dar Niaba sigue el de Beit Hahayim, que se centra en un largo paseo por Tánger y que supone un cambio radical respecto al anterior. Pero en eso consiste también el juego sensual y erótico, en el contraste abrupto e inesperado entre la atracción y la frustración, entre el deseo y el rechazo, entre la pasión y la indiferencia, pero también entre la persecución febril y la consumación desesperada.

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